Foto: Huerto Patio Maravillas, Solar Antonio Grilo, Madrid. En: Flickr Commons
Las urbes se preparan cada vez más para alimentarse de manera más sostenible. Y abastecerse de productos de cercanía y de confianza constituye una apuesta que responde a múltiples objetivos. Por un lado, incrementa la superficie verde urbana y aquella destinada a usos hortícolas. Estos espacios, además, gozan de gran apoyo social: según el Barómetro de Cultura Ecológica de Metroscopia, el 82% de los españoles considera que los huertos urbanos son deseables en todos los barrios. Y es que, hasta hace un siglo esto no era extraño. En París, por ejemplo, se producían cosechas abundantes dentro de la ciudad, se recolectaban de tres a seis cosechas de frutas y verduras por año, y cada agricultor se ganaba la vida en menos de una hectárea de terreno.
Sin embargo, tras la Segunda Guerra Mundial, las ciudades occidentales comenzaron a sustituir este modelo de alimentación por otro basado en el transporte de los alimentos a larga distancia y en el uso de combustibles fósiles. Y actualmente, éste alcanza una escala global en el que tan sólo cinco empresas multinacionales controlan el 80% del comercio de alimentos. Por otra parte, es una invitación a reformular los actuales vínculos urbano – rural, y a incrementar el volumen de la producción ecológica, es decir, aquella libre de pesticidas y productos químicos y respetuosa con el medio natural. De hecho, en España el 65% de la sociedad califica entre el 0 y el 4 (en una escala en que 0 es muy mal y 10 muy bien) la cantidad de superficie destinada a la agricultura ecológica. Y, además, en el marco de la Cumbre del Clima de París, el consumo de alimentos de proximidad supone una evidente reducción en el uso de combustibles fósiles y por tanto, de las emisiones de gases a la atmósfera.
Dado que actualmente la mitad de la población mundial es urbana, la manera en la que se alimentan las ciudades resulta fundamental para configurar el sistema alimentario. Y los sistemas de producción y acceso a los alimentos que utilicen las ciudades repercutirán a favor o en contra de asuntos tan graves como el hambre, la pobreza rural o el cambio climático. Conscientes de ello, este año, en la Exposición Universal Milano 2015, y bajo el lema Alimentar al planeta. Energía para la vida, más de cien ciudades de todo el mundo suscribieron el Pacto de Política Alimentaria Urbana.
El Pacto, auspiciado por FAO y Naciones Unidas, implica un compromiso firme por parte de los gobiernos de estas ciudades en “desarrollar sistemas alimentarios sostenibles, inclusivos, resilientes, seguros y diversificados, para asegurar comida sana y accesible en un marco de acción basado en el derecho humano a la alimentación, con el fin de reducir los desperdicios de alimentos y preservar la biodiversidad y, al mismo tiempo, mitigar y adaptarse a los efectos de los cambios climáticos”.
Y es que, a pesar de que la FAO asegura que hay suficientes alimentos para todos, más de mil millones de personas pasan hambre en el planeta, y paradójicamente, muchos de ellos son pequeños agricultores, cuyas cosechas se dedican fundamentalmente a la exportación y cuya mano de obra resulta barata. En España, cerca de 30.000 familias pasan hambre a pesar de que tres millones de toneladas de alimentos se desperdician anualmente, es decir, 163 kilos por habitante.
Turín, Roma y Londres, o en España, Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza y Bilbao son algunas de las que se han comprometido a ir implantando el contenido del Pacto progresivamente. Así, la ciudad de Barcelona ha manifestado recientemente su intención de hacer ecológicos el 64% de sus mercados municipales. Y el pasado 12 de noviembre inició una prueba piloto: el Mercat de la Llibertat del barrio de Gràcia, uno de los más populares, se convierte en un centro de venta de productos ecológicos.
Por su parte, la ciudad de Bilbao participa en un proyecto europeo junto a otras 8 ciudades (entre ellas Milán, Marsella o Gante) y un conjunto de actores de la sociedad civil (entre los que se encuentra la Fundación GRAIN, la Fundación Mundubat, o la Revista Soberanía Alimentaria) con el objetivo de poner las bases para un diálogo municipal amplio que permita elaborar unas directrices de gobernanza alimentaria local. La pobreza y el hambre no se deben a causas naturales y, si los gobiernos se lo propusieran, su erradicación sería posible, opina el 91% de la sociedad española. Y es que, efectivamente, caminar hacia modelos productivos más sostenibles está en nuestras manos.
Hay 0 Comentarios