Por José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz *
Los ciudadanos muestran distintas formas de relación con su entorno urbano, expresadas en comportamientos variables, dependientes de sus circunstancias. En este sentido, se podría establecer una taxonomía “conductual” de los seres urbanos que interpretara esas actuaciones en función del talante y la intensidad de sus actitudes. Aunque la complejidad de la ciudad y de los propios ciudadanos conllevaría que esa ordenación no fuera excluyente ya que todas las personas pueden integrarse en una u otra categoría según el momento.
El “usuario” (autóctono o foráneo) y la visión pragmática de la ciudad
Todos somos usuarios de la ciudad. Por supuesto de la propia y, en muchas ocasiones, de otras en las que nos toca desarrollar temporalmente nuestra actividad. Por la ciudad nos desplazamos a trabajar, nos movemos en nuestro tiempo de ocio, volvemos a nuestra casa, salimos de compras, etc., y lo hacemos andando, en coche o en transporte público. Actuando como usuarios, recorremos la ciudad yendo de un destino a otro, por lo general aceleradamente y atendiendo solamente a las reglas básicas del manual de instrucciones urbanas, que prioriza las consideraciones prácticas. Para el usuario, la ciudad se convierte en su escenario vital, en el lugar que le acompaña en su devenir cotidiano. Por eso, esta es la categoría más extensa, la que reúne, en algún momento, a todos los ciudadanos. La ciudad nos presta un servicio que aceptamos con cierta pasividad, sin interrogarnos por nada que se aparte del pragmatismo rutinario. No obstante, el usuario cree que conoce la ciudad porque sabe “utilizarla”, pero esa impresión es errónea. Moviéndonos como meros usuarios de una ciudad captamos una imagen incompleta de la misma. El usuario conoce el funcionamiento de la ciudad, pero ignora otras muchas facetas que la ciudad puede ofrecer.
El “turista” y la mirada curiosa e intensa hacia la ciudad
El turista no recorre su ciudad, sino que se adentra en realidades urbanas desconocidas (o poco habituales para él). El turista busca lo diferente, a veces, lo exótico, todo por un afán de completar su experiencia urbana cotidiana. Es un ser urbano trasplantado que observa la ciudad con mucha intensidad, pero superficialmente, focalizando su atención en espacios concretos y durante breves lapsos de tiempo. El turista escapa de la rutina diaria y se nutre de lo anecdótico, de datos y leyendas ofrecidos por la historia, de tópicos, de lo excepcional, adquiriendo una actitud curiosa, como la del niño que descubre asombrado el mundo. El turista es, en cierto modo, un coleccionista, tanto de experiencias (que acumula en su memoria para narrarlas después), como de objetos (que atesora y exhibe, en forma de souvenirs o fotografías). Pero el turista no tiene un afán de comprensión de la realidad que le rodea y se deja llevar por las primeras impresiones. Además, tampoco podría hacerlo, porque la ciudad que se le muestra es una ciudad escogida, determinada habitualmente por los contenidos de las guías turísticas. Y, en tantas ocasiones, es una ciudad “maquillada” para causar buena impresión a ese actor que, entre otras cosas, es un agente económico importante, que deja su dinero en la ciudad. Y el turista se deja convencer de que esos disfraces representan a toda la realidad.
El “paseante” (o el “flâneur”) y el lado poético de la ciudad
No es lo mismo pasear que ser un paseante. El paseante es un tipo urbano peculiar, es un explorador que deambula por la ciudad recreándose en los matices y en los detalles. Los franceses tienen una palabra para definir este tipo de seres urbanos: flâneur. El término flâneur se aplica a una persona que vaga por la ciudad sin un rumbo fijo, callejea explorando la realidad urbana, con una mente permeable a cualquiera de las impresiones que le salgan al paso. El paseante es un espectador de lo urbano, que deja la imaginación libre y los sentidos abiertos para captar el lado poético de la ciudad. Es un esteta crítico y un psicólogo social que se deja penetrar por las sugerencias del entorno, pero sin implicarse en el mismo. Por eso, suele quedarse en el simple disfrute de la ciudad. No le interesa profundizar en las causas, no busca una relación más intensa. El paseante es un amante esporádico de la ciudad. Para el flâneur, la ciudad va más allá de ser un hogar, es un laboratorio experimental, creador de sensaciones (algo que también ensayaron los miembros de la Internacional Situacionista a través de sus derivas y sus “psicogeografías urbanas”).
El “comprometido” y la participación activa en la ciudad
El “comprometido” observa a la ciudad con una mirada implicada. En algunos casos porque le atañe directamente (puede ser la materia específica de su actividad, su objeto de trabajo) y, en otros, porque la persona se siente integrada en un cuerpo urbano y quiere ofrecer su aportación. El ciudadano comprometido adopta una actitud atenta, que indaga en la realidad intentando profundizar en causas y en porqués, para poder fundamentar sobre ellos su opinión e intervención. Por estas razones, recopila información, la analiza, incluso se abstrae de la realidad para poder diagnosticarla con mayor objetividad. Esta actitud puede descubrirse entre responsables urbanos (políticos y gestores municipales); profesionales (con criterios técnicos o artísticos, como en el caso de los arquitectos, o meramente económicos como sucede con los inmobiliarios); también en investigadores de lo urbano (sociólogos, historiadores o cronistas); miembros de asociaciones (vecinales, por ejemplo); o en colectivos preocupados por su entorno (tanto físico como social). Pero a pesar de su intención generalista, su participación suele ser interesada y parcial, bien por focalizarse sobre su “especialidad” o bien por cuestiones ideológicas.
La ciudad es una realidad compleja a la que los tipos de estas cuatro categorías se acercan sesgadamente. Aunque, como hemos advertido al principio, el ciudadano puede adoptar cualquiera de esas actitudes en función de sus circunstancias variables. Podemos (y debemos) ser prácticos y rutinarios como el usuario, curiosos e intensos como el turista, críticos y poéticos como el paseante, o activos e implicados como los comprometidos. En su conjunto, estas distintas visiones complementarias contribuyen al conocimiento de la ciudad que nos acompaña.
José Antonio Blasco, Carlos Martínez-Arrarás y Carlos Lahoz son arquitectos y urbanistas. Su faceta profesional, dedicada a la transformación creativa de las ciudades y los territorios, se ve complementada con su dedicación a la docencia universitaria. Desde su blog urban networks realizan una labor divulgativa sobre el mundo de las ciudades y la reflexión urbanística.
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