Seguramente hemos oído hablar del fenómeno Pokémon GO, el juego de realidad aumentada que consiste en encontrar y capturar a pequeños monstruos exóticos a través de un dispositivo móvil. Con muchos más usuarios diarios activos que Snapchat, Instagram o WhatsApp, este juego ha llamado la atención de los más curiosos al ser un entretenimiento distinto a lo visto hasta el momento.
Desde su lanzamiento, ha habido múltiples reacciones tanto positivas como negativas por parte de los gobiernos, organizaciones, urbanistas, arquitectos... Muchas críticas y preocupaciones acerca de los peligros del juego, la falta de interacción con el mundo real, la necesidad de detener la mirada de los dispositivos móviles, la seguridad… por sólo nombrar unos pocos.
Sin embargo, el juego también aporta grandes beneficios sociales, de salud e incluso culturales. Millones de personas en todo el mundo ya han recorrido miles de kilómetros para cazar estas criaturas ya sea a pie, en bicicleta, en coche o en transporte público. De hecho, hay la posibilidad de ejecutar una aplicación llamada PokéFit antes de empezar a jugar, la cual controla automáticamente la distancia recorrida y los pasos dados, registrando todos los datos en un mapa que muestra la ruta, se contabilizan las calorías quemadas en la actividad y se guarda un histórico de cada 'salida', con su fecha y duración.
Desde este punto de vista, se podría considerar que el juego aporta grandes beneficios de salud tanto física como mental, impulsando a la vez la interacción con otros usuarios, aunque puede ponerse en duda la alteración de la superficialidad en estas relaciones y la banalización de las relaciones sociales e interpersonales…
Pero, ¿qué papel ‘juega’ el espacio público?