(*) Por Guillermo Acero
Durante las últimas décadas, la presencia del automóvil en la ciudad y en nuestra vida diaria ha experimentado un aumento constante, transformando de manera radical la manera en que vivimos y hacemos uso del espacio urbano. Sin embargo, en este tiempo se ha producido también un paulatino proceso de toma de conciencia respecto del impacto ambiental, el aumento de los niveles de contaminación y ruido y los efectos nocivos sobre nuestra salud.
En este contexto, el concepto de Supermanzana –que ya ha sido explicado en detalle en Seres Urbanos- surgió hace unos años como respuesta a estos retos. Las Supermanzanas se fundamentan en la idea original de Ildefons Cerdà para el Eixample de Barcelona, planteando una reconversión de la trama urbana semejante a la que han ido experimentando los centros urbanos a través del calmado y la peatonalización, así como una adaptación a los nuevos retos existentes.
La idea original del Plan Cerdà contrasta con la imagen que hoy en día tenemos de los ensanches urbanos. En ella, tan sólo dos caras de cada manzana se encuentran ocupadas por la edificación, quedando el resto destinado a espacios libres para usos de esparcimiento. Se trata en realidad de un planteamiento heredado de los criterios higienistas, que busca la “ruralización” de la ciudad mediante la habilitación de espacios abiertos y vías de mayores dimensiones.
Sin embargo el resultado final termina alejado de estos planteamientos. La edificación acaba multiplicando por cinco la inicialmente planteada, lo que supone un aumento de la densidad de población y una importante reducción del espacio libre, que queda reducido a algunas plazas y zonas verdes y a las propias calles.
Se configura así un espacio marcado por la presencia del automóvil y una alta intensidad de tráfico tanto de residentes como de vehículos de paso. Y es precisamente sobre estas dinámicas sobre las que trata de incidir el concepto de Supermanzanas, que supone en este sentido un cambio radical del modelo tanto de movilidad como de espacio público.
En este contexto, durante las últimas semanas hemos asistido a una puesta en primer plano de este debate con motivo de la implantación de la primera Superilla –Supermanzana, en castellano- en el barrio del Poblenou de Barcelona.
El motivo de las críticas no se ha fundamentado tanto en el propio concepto de la Supermanzana; al fin y al cabo existe un consenso amplio respecto a la necesidad de mejorar la calidad de vida de las ciudades, los efectos beneficiosos del verde urbano, la reducción de CO2 y de nuevos hábitos de movilidad en la salud y el bienestar, como en la manera en que se ha llevado a cabo la transformación y en los efectos derivados de la transformación.
Ante esto, cabe realizar dos reflexiones. La primera, la necesidad, a la hora de poner en marcha transformaciones de un considerable impacto como ésta, de otorgar tanta importancia a los resultados finales como a la manera en que estos se ponen en marcha. Buscar un planteamiento flexible, adaptable a las particularidades locales y en el que la trasformación se produzca de manera faseada. En segundo lugar, la necesidad de contemplar las repercusiones de las transformaciones. Por ejemplo: qué uso y qué carácter van a tener los espacios liberados; cuando un espacio no limita su función al tránsito de peatones surgen nuevos retos que debemos contemplar; cómo construir un espacio público diverso y activo capaz de acoger usos múltiples y compatibles, un espacio confortable y equipado de acuerdo a las necesidades, un espacio reconocible y con identidad y un espacio también accesible y conectado entre sí y con su entorno próximo. En definitiva volver a una cierta concepción clásica del espacio público, como espacio de relación y convivencia, propia de la ciudad mediterránea y del propio concepto original de Cerdà.
Por eso es tan importante el qué queremos conseguir con un programa tan ambicioso y pionero como el de las Superilles, como el proceso que nos permitirá alcanzar dichos objetivos. Porque por muy claros que estén los beneficios que un proyecto de estas características tiene para la mejora calidad de vida urbana y la salud de los habitantes de Barcelona, cambiar las pautas de movilidad de la población es un reto complejo y lleno de aristas. Una transformación que requerirá tanto de la implicación y colabroación los agentes del territorio (Administración Pública, tejido social, profesionales, etc.) como de un estrategia de implementación progresiva. Y, sobre todo, de perserverancia. A fin de cuentas, mejorar la ciudad, su movilida y su espacio público tiene que ser un reto compartido. Y a pesar de las dificultades, el esfuerzo merecerá la pena. Y mucho.
(*) Guillermo Acero es miembro de Paisaje Transversal
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