Siempre he respetado a los taxistas. Seguramente, y en primer lugar, porque cuando me subo a un taxi pienso que voy vendida y prefiero confiar en el tío que va al volante antes de parecer un gato enjaulado. Y en segundo lugar porque los taxistas son una tribu que aguanta a mucha gente y eso, ya por sí solo, tiene mérito. Pero aquí en Shanghai la cosa se pone jodida, la verdad. Sí alguien tiene algún tipo de trauma con los taxitas, este el sitio para un buen tratamiento de choque.
En ciudades grandes como ésta el transporte público es elemental. El metro es cojonudo (limpio, rápido, moderno, sencillo y claro) pero, a veces, resulta difícil resistirse a la tentación de pillar un teki sabiendo que, incluso cruzándote la ciudad, la carrera máxima va a rondar los 4 euros. Y, eso sí, los taxistas aquí no suelen engañar ni trucar el taxímetro. Una vez tomada la decisión de cogerlo (es tan sencillo levantar el brazo...) hay que estar preparado.
Los taxistas shanghaineses, aunque los que quisieron pudieron recibir cursos acelerados de inglés antes de que empezara la Expo, no lo hablan ni de coña y lo de entenderse, si no se habla chino, es chungo... bueno, muy chungo.
Recomendación para iniciados: o bien llevar escrita la dirección en chino (en un papel o en el móvil) o, una vez en el taxi, llamar al teléfono de información (962288), que siempre llevan pegado y visible en la cabina, y explicarle a la telefonista en inglés adonde se quiere ir para que se lo diga luego al taxista en chino.
Resulta muy muy útil hacerse con un buen tarjetero en el que ir guardando las tarjetas de los sitios a los que se quiera volver. Las tarjetas de los sitios acaban configurando un mapa particular de la ciudad. Tanto es así, que hay una guía de la ciudad hecha con tarjetas, lo másss... La ha elaborado, junto a otras dos personas, la mejicana Marusia Musacchio. Se llama Zhao Cards y se compra en cualquier librería internacional y también en algunas de las tiendas de diseño que salpican el centro. Me la regalaron antes de llegar a Shanghai y creo que es uno de los regalos más prácticos que me han hecho en mucho tiempo.
Una vez que el taxista conoce tu destino lo mejor es abstraerse del mundanal ruido que, aunque no llega a ser el ensordecedor sonido de las bocinas sudafricanas, es mucho. Aquí los intermitentes apenas se encienden y, básicamente, se conduce a golpe de claxon. Por lo que yo he entendido, después de coger muchos taxis y de hacer muchos trayectos en bicicleta, el pitido viene a significar algo así como: "Que voy", por decirlo suavemente.
Después es importante olvidar cualquier norma de circulación básica como respetar las señales (¿qué señales?), mantener la distancia de seguridad, señalizar las maniobras, no pararse en zonas no habilitadas al efecto, respetar los pasos de peatones, no hacer pirulas donde se te ponga… en fin... hacer clic en "borrar" en el apartado de "teórico".
Lo siguiente, para incrementar la comodidad en estos Wolsvaguen Santana (el modelo de moda) que apatrullan la ciudad en sus diferentes versiones (amarillos, rojos, azules...), es ignorar al conductor si le da por: afeitarse en el taxi, escupir por la ventana, sacarse un moco de la nariz, comerse un Zong Zi sin servilleta, hurgarse entre los dientes o meterse esa tremenda uña larga del dedo meñique hasta el tímpano…
Y, después de todo eso, ¡a disfrutar del paseo!
Es cierto que los modales chinos son diferentes a los nuestros, pero la limpieza nasal, yo bien diria que la inventamos los españoles, la tremenda uña larga es una cuestión cultural, los antiguos emperadores tenian las uñas largas porque tenian un séquito de esclavos que lo hacian todo por ellos, ahora, simboliza que no trabajan la tierra. Siempre te queda el metro...
Publicado por: Susana | 03/07/2010 17:34:37