Simetrías

Simetrías

Los caprichosos movimientos de los planetas en el cielo del ocaso no tienen sentido hasta que inclinas la cabeza y comprendes que el suelo que pisas es otro planeta más. El mundo es confuso y farragoso, pero entender las cosas suele ser cuestión de mirarlas desde el ángulo adecuado.

Sobre el autor

Javier Sampedro

Javier Sampedro. (Madrid, 1960) es doctor en biología molecular. Hasta 1993 se dedicó profesionalmente a la investigación genética, primero en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid, y después en el Laboratory of Molecular Biology del Medical Research Council en Cambridge. En 1994 se recicló como periodista y ha sido durante 15 años redactor de El País. Buen dibujante y mal guitarrista de jazz, su lema es: "Si no les gustan tengo otros".

Archivo

marzo 2012

Lun. Mar. Mie. Jue. Vie. Sáb. Dom.
      1 2 3 4
5 6 7 8 9 10 11
12 13 14 15 16 17 18
19 20 21 22 23 24 25
26 27 28 29 30 31  

Atrapa a un fantasma

Por: | 25 de enero de 2012

Fantasma en fuga

Javier Sampedro

'¿Has leído mi última novela?', preguntó Alejandro Dumas a su hijo. '¿La has leído tú?', le respondió el hijo con lengua viperina. Su padre había escrito El conde de Montecristo con un tal Maquet, que no aparecía ni en los agradecimientos del libro; la segunda parte se la encargó directamente a un portugués llamado Hogan que no hacía demasiadas preguntas. Dumas fue un pionero del ghostwriting, la contratación de escritores fantasmas, o negros, esos autores que "trabajan anónimamente para lucimiento y provecho de otro", como dice el libro gordo con menos tacto que un sarmiento.

El presidente del Gobierno no suele escribir sus discursos (y últimamente no suele ni leerlos, como diría el hijo de Dumas), ni el Papa sus encíclicas, ni el presentador del telediario sus noticias. Usan a negros clásicos: los que escriben pero no firman. Pero hay otros fantasmas mucho peores: los que firman pero no escriben. En las revistas médicas, para ser más exactos. Son médicos de gran prestigio, verdaderos líderes de la profesión en su campo, la clase de médicos de los que se fían muchos otros médicos. Y que cobran de la Big Pharma por estampar su acreditada firma en unos artículos que no han escrito, y que a menudo -- otra vez el efecto Dumas-- ni siquiera han leído.

El médico Xavier Bosch, del Hospital Clínic de Barcelona, el abogado Bijan Esfandiari, de una firma de Los Angeles especializada en malas prácticas médicas, y el filósofo Leemon McHenry, de la Universidad Estatal de California, argumentan hoy en PLoS Medicine que los ghostwriters son tan dañinos que urge perseguirlos por lo penal. Creen que hay pruebas suficientes de perjuicio a los pacientes en los casos del antiepiléptico Neurontín (Pfizer), el antiinflamatorio Vioxx (Merck), los antidepresivos Seroxat (Glaxo) y Besitrán (Pfizer otra vez), la píldora antiobesidad Fen/phen (Wyeth) y el paliativo hormonal de la menopausia Prempro (triplete de Pfizer). Según los datos más recientes (referidos a 2008), el 20% de los artículos que publican las cinco revistas médicas de mayor impacto está contaminado de fantasmas.

"Lo realmente deshonesto", explica Bosch en un correo electrónico, "es que la industria busca a una personalidad científica, algún médico prestigioso con experiencia sobrada en esa enfermedad o fármaco y, a cambio de una remuneración, que puede llegar a ser muy elevada, estampa su firma en el artículo, sin opción a revisar sus contenidos. Lo que hacen estos artículos es minimizar los efectos indeseables y maximizar la eficacia del fármaco en cuestión".

Según el investigador del Clínic, el ghostwriting "es una práctica claramente fraudulenta, y la respuesta de todos los sectores implicados --revistas, agencias públicas, la propia industria, universidades-- ha sido claramente pobre; por eso la única opción es la responsabilidad penal, dirigida especialmente contra los guest authors (los que firman y cobran); sus artículos, diseñados por la industria, son capaces de hacer cambiar las prácticas de prescripción de muchos médicos, y el perjudicado es el paciente".

Parece ser que a los fantasmas se los atrapa igual que a los pájaros: metiéndolos en una jaula.



Un virus top secret

Por: | 18 de enero de 2012

Virus al sol

Los laboratorios de Ron Fouchier, de la Escuela de Medicina Erasmus en Rotterdam, y Yoshihiro Kawaoka, de la Universidad de Wisconsin, Madison, han descubierto las mutaciones cruciales que convertirían al virus H5N1 en un agente pandémico mortífero. Este es el virus que arrasó las granjas avícolas asiáticas en la década pasada, y que también es muy mortal para los humanos en las raras ocasiones en que salta la barrera de las especies. El virus modificado por Fouchier y Kawaoka mantiene intacta su letalidad, pero se propaga tan rápido como una mala noticia. Al menos entre los hurones, una especie casi idéntica a la nuestra en su respuesta a la gripe. ¿Habías leído algo de esto? No, claro.

En septiembre pasado los dos laboratorios mandaron sus resultados a las revistas Nature y Science, pero ninguna de las dos los ha publicado todavía, porque el proceso de revisión se ha topado con un obstáculo inesperado e insólito: el panel científico que asesora al Gobierno norteamericano sobre bioseguridad (NSABB, National Science Advisory Board for Biosecurity) ha recomendado censurar los dos trabajos antes de su publicación. No pone objeción a que sus conclusiones generales sean publicadas, pero solo tras eliminar del manuscrito "los detalles metodológicos que permitirían replicar los experimentos a personas que busquen hacer daño".

Que otros científicos puedan replicar los resultados es justo la ley de oro que rige la publicación científica: los resultados irreproducibles no son ciencia, sino mero rumor. Pero no hay que negar a la parte censora un punto de elocuencia. El jefe del NSABB, Paul Keim, se justifica así en la propia revista Nature: "No es por asustar a la gente, pero los escenarios del peor caso posible en este asunto son, simplemente, enormes".

El NSABB es uno de los efectos colaterales de los ataques con cartas infectadas de ántrax en Estados Unidos, que pese a su carácter admitidamente chapucero lograron matar a cinco personas e infectar a otras cuantas en 2001. El panel depende del Ministerio de Sanidad norteamericano, pero está enteramente formado por científicos como el propio Keim, un especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Northern Arizona. Tampoco se puede decir que estén fritos de trabajo: desde su creación en 2004, el panel solo ha revisado seis manuscritos, entre ellos los dos que describían la reconstrucción en 2005 del virus de la gripe española, el agente infeccioso que mató a 40 millones de personas en 1918. Aquellos dos artículos salieron en Nature y Science sin ninguna mutilación. De donde cabe colegir que el nuevo virus debe ser todavía peor.

La decisión del panel está causando un broncazo de consideración en la comunidad científica. ¿Está justificada la censura en casos como este? ¿Y debe ser el Ministerio de Sanidad norteamericano quien la decida? ¿Aun cuando las víctimas del virus sean asiáticas, los autores del trabajo holandeses, los editores de Nature británicos?

Saber qué mutaciones hacen al virus transmisible entre humanos es una información demasiado valiosa para guardarla en el cajón de un cuartel. Es un dato que los epidemiólogos de todo el mundo, con los de Hong Kong a la cabeza, esperaban como agua de mayo desde hace 15 años, porque les permitirá saber qué tienen que buscar en los controles avícolas, qué variantes del virus discurren por un camino evolutivo inconveniente y cuándo deben recomendar medidas drásticas a sus gobiernos, como cremaciones de granjas enteras o alertas sanitarias a la población. Es obvio que los datos deben ser facilitados a ciertos científicos, y el propio NSABB lo admite así en su informe. Pero no dice a qué científicos, como es natural. Alguien tendrá que decirlo. ¿Quién? ¿La Casa Blanca? ¿La OMS? ¿Con qué criterio? ¿Y a qué científicos de qué países? ¿Y cómo evitar las filtraciones, o incluso el mercado negro de secuencias genéticas?

Curiosamente, el jefe de enfermedades infecciosas de la Universidad de Hong Kong, Kwok-Yung Yuen --tal vez el científico más interesado del planeta en los datos censurados del H5N1-- apoya la recomendación del NSABB. Recuerda en Nature que, en la guerra chino-japonesa de los años treinta, científicos militares japoneses infectaron a civiles y prisioneros de guerra de la región de Manchuria con la bacteria de la peste.

Mal han de estar las cosas si ya hemos empezado con las pataditas en las canillas.

 

¿De dónde emerge el orden?

Por: | 12 de enero de 2012

Virus

Molecular Biology of the Cell, cuarta edición disponible en ncbi

Buena pregunta, Sampedro. De hecho es una de las mejores que se pueden hacer en estos tiempos abrumados por la masa de los datos y el saldo de las ideas. ¿Nos dirán los genomas cómo funciona un cuerpo, las neuronas cómo se cura un desengaño, los mercados cómo se gobierna un pueblo? ¿O acaso el cuerpo, la mente y la gente son más que la suma de sus partes en algún sentido que impida deducirlos de éstas?

¿Emergerá de Internet un orden espontáneo, del 15M una corriente de pensamiento político, de la ambición personal una sociedad autoorganizada? Nada de eso parece fácil. Un sistema emergente no es una mera suma de cosas, sino que de algún modo tiene que inventar un nivel de organización para ellas: un nuevo todo coherente, una especie de nuevo concepto.

Y sin embargo la emergencia es muy común en la naturaleza. Ni el hidrógeno (H) ni el nitrógeno (N) huelen a amoniaco (NH3): el olor a amoniaco es una propiedad emergente. Las leyes de los gases también lo son, porque se deshacen cuando el sistema tiene solo unas pocas moléculas, y ni siquiera tienen sentido cuando solo tiene una. De modo similar, los genes no tienen más que cuatro compuestos químicos muy simples (las cuatro letras del ADN, a, c, g, t), pero saber esto no ayuda mucho a entender cómo se reproducen los seres vivos.

La propiedad emergente de los genes --la que permite a cualquier ser vivo sacar copias de sí mismo-- es la afinidad selectiva (complementariedad, en la jerga). En la doble hélice del ADN, si una de las hileras dice gagag, la otra solo puede decir ctctc. De ahí que, si separas las dos hileras, cada una puede reconstruir a la otra.

Los nanotecnólogos llevan unos años explotando la complementariedad del ADN para diseñar nuevas estructuras microscópicas capaces de autoorganizarse, como en esta imagen:

Nano 2

 Quantitative prediction of 3D solution shape and flexibility of nucleic acid nanostructures, NAR

Un logro reciente muy notable es la capacidad de las ristras de ADN con secuencias complementarias (como las gagag y ctctc de nuestro ejemplo, aunque algo más largas) de formar espontáneamente un cristal líquido, el estado de la materia con lo mejor de dos mundos --orden cristalino, libertad líquida-- en que se basan las pantallas de las teles, los ordenadores y los teléfonos actuales. Jugando con la secuencia de las ristras se pueden conseguir cristales líquidos con nuevas propiedades, lo que ha convertido el viejísimo arte de escribir frases de ADN en un epítome de la vanguardia tecnológica.

Y aún más notable es lo que acaba de descubrir el equipo de Noel Clark, del centro de investigación en materiales de cristal líquido de la Universidad de Colorado en Boulder: que no hace falta ningún humano que amañe las secuencias. El viejo y honorable azar se basta por sí solo. Clark y sus colegas han sintetizado una mezcla azarosa de todas las posibles ristras de 20 letras de ADN (attgactc...). Pese a que la mezcla contiene un billón de secuencias distintas (4 elevado a 20), las ristras complementarias se las apañan, paso a paso en una jerarquía de apareamiento creciente, para encontrar su camino hacia el cristal líquido.

Se trata de un caso palmario de orden emergente. Tal vez, después de todo, uno más de los que ya ensayó la naturaleza 4.000 millones de años atrás.

 

El sexo del cerebro

Por: | 09 de enero de 2012

Botero hombre y mujer
Fernando Botero, Hombre y mujer

¿Le importa el sexo al cerebro? Los datos sobre las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres son bastante consistentes, pero hay dos formas de leerlos. La primera tiene su epítome en la hipótesis del parecido entre sexos de la psicóloga Janet Hyde, de la Universidad de Wisconsin, que sostiene que los dos sexos revelan más parecidos que diferencias. El artículo de Hyde se publicó en 2005 y ha cosechado un impacto notable (500 citas en Google Scholar, un termómetro de la influencia académica).

La lectura contraria viene magníficamente representada por el trabajo recién publicado por psicólogos de la Universidad de Turín y la Escuela de Negocios de Manchester. Esta escuela no solo enfatiza las diferencias entre sexos, sino que argumenta que son el resultado esperable de las distintas presiones darwinianas a las que hombres y mujeres han estado sometidos desde el origen de la especie, y más atrás.

Los hombres, por ejemplo, puntúan en promedio mejor que las mujeres en pruebas de percepción espacial, como la rotación mental de objetos. Las mujeres lo hacen mejor en tareas lingüísticas y de fluidez de ideas. La psicología evolutiva lo atribuye a que los hombres han sido seleccionados durante cientos de miles de años para tareas relacionadas con la caza, la exploración y la defensa de la tribu. La promiscuidad masculina, asímismo, se explicaría porque los hombres actuales descendemos de los mejores, cómo decir, diseminadores de esperma de la era de las cavernas.

Las mujeres que lograron pasar sus genes a la siguiente generación, en cambio, no fueron las más activas sexualmente, sino las que sacaron a sus hijos adelante. De ahí que las chicas actuales estén optimizadas para unos talentos muy distintos de los masculinos: los necesarios para construir un modelo del mundo, codificarlo en un lenguaje y transmitírselo a su descendencia.

Los científicos de Turín y Manchester recuerdan que muchos rasgos de personalidad afectan a las probabilidades de apareamiento de un individuo, y también al comportamiento parental. Entre ellos están la promiscuidad, la tendencia a sostener relaciones estables, la extraversión, el interés por las nuevas experiencias, el carácter neurótico y lo que los psicólogos llaman con cierto efectismo "la triada oscura": el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo.

Oscuras o no, si hay diferencias entre sexos, negarse a verlas no es igualitarismo, sino mera ceguera. Ignorar las leyes físicas solo sirve para romperse las piernas.

 

Quimeras

Por: | 06 de enero de 2012

Still life

 

El actual profesor emérito del departamento de embriología de la Universidad de Varsovia, Andrzej Tarkowski, se ganó el puesto en 1961 cuando publicó en Nature la creación de la primera quimera de un mamífero. Agregó las células de dos embriones de distintos ratones y obtuvo un ratón quimérico, perfectamente normal en tamaño y en todo lo demás, pero construido con poblaciones celulares de diferentes individuos. No había medio ratón de un origen y otro medio del otro, sino que los dos tipos de células aparecían en amor y compañía en cualquier órgano, formando parte de un todo que nunca habían previsto. Lo mismo se ha demostrado después en ratas, conejos, ovejas y vacas.

El experimento pionero de Tarkowski se ha convertido hoy en la gran prueba de estrés para células madre. Solo se consideran pluripotentes (capaces de formar cualquier tejido del cuerpo) aquellos cultivos de células madre que, inyectados en un embrión, colaboren con él para formar cualquier tejido del cuerpo, como en las quimeras de Tarkowski. El problema es que ninguna línea humana de células madre ha superado ese test hasta ahora. Tampoco se ha logrado con otros primates. Este fracaso ha supuesto un grave escollo para la aplicación de las células madre a la medicina.

El nuevo trabajo que se publica en Cell no despeja el obstáculo, pero revela cómo saltárselo. Y no es tan difícil, en realidad. La técnica moderna para hacer quimeras es inyectar las células madre de un cultivo en la zona apropiada de un embrión. Y a los investigadores de Oregón les ha bastado volver al método más arcaico de Tarkowski --mezclar células de varios embriones en masa, por así decir-- para obtener quimeras de un primate. Hasta media docena de monos han llegado ha contribuir al cuerpo de uno solo por este método.

La buena noticia es que las células madre de los primates sí son pluripotentes, después de todo. La mala es que solo parecen serlo cuando se extraen directamente de los embriones, y no cuando ya están propagadas en cultivos de laboratorio. Esto reduciría la utilidad de los cientos de líneas de células madre humanas ya establecidos. Pero saber algo siempre es mejor que ignorarlo.

Desde hace unos años, las estrellas de la investigación en medicina regenerativa no son las células madre embrionarias, sino las llamadas iPS (células madre de pluripotencia inducida), que se obtienen retrasando el reloj de simples células de la piel o el cabello para que recuperen su condición de células madre. Tienen la gran virtud de ser genéticamente idénticas a la persona que puso la piel. Pero ni las iPS existirían sin las células madre embrionarias, ni progresarán hacia la aplicación clínica mientras no lo hagan éstas. La receta del éxito es mantener una mente abierta.



Un genio de la biología

Por: | 05 de enero de 2012

Plastids
Patrick Keeling, The endosymbiotic origin, diversification and fate of plastids

Los dos grandes genios creativos de la biología del siglo XX fueron dos mujeres. La segunda de ellas, Lynn Margulis, murió en noviembre a los 73 años, dispensando así a la Academia sueca del papelón de tener que darle el premio Nobel a los 81, como ya tuvo que hacer con la primera, Barbara McClintock. Margulis hizo la mayor contribución a la teoría de la evolución desde Darwin, y lo siento por quien crea que exagero: va a tener que seguir leyendo.

Darwin siempre supo que las discontinuidades eran la mayor objeción que cabía oponer a su teoría de la evolución. La selección natural --el mecanismo evolutivo descubierto por el naturalista-- era un proceso gradual y parsimonioso, como la geología de su mentor Charles Lyell, mientras que las especies suelen aparecer ante nosotros como entidades estables y discretas, tanto en el campo como en el registro fósil. La gran dificultad que le atormentó toda su vida hasta hacerle "tambalear" fue la mayor de las discontinuidades conocidas en su época, la explosión cámbrica, o aparición súbita (en las escalas de los geólogos) de la vida animal en toda su exuberante variedad. Pero eso es solo porque no llegó a conocer un salto todavía más profundo: el origen de la célula eucariota. Porque ésa sí que hubiera sido su gran pesadilla.

Y hubo que esperar 108 años desde la publicación de 'El origen de las especies' hasta que Lynn Margulis resolvió esta cuestión fundamental.

Durante sus primeros 2.000 millones de años, la Tierra solo estuvo poblada por bacterias y arqueas, que son células simples, y solo después apareció la célula eucariota de la que estamos hechos todos los animales y las plantas, y que es mucho más compleja que sus predecesoras: tiene el genoma organizado dentro de un núcleo y consta de distintos compartimentos con funciones especializadas, como las mitocondrias que procesan la energía en nuestras células, y los cloroplastos que la obtienen de la luz solar en las plantas. No hay formas intermedias entre las bacterias y las células eucariotas, ni evidencias de una transición gradual entre ambas. El que tal vez constituya el mayor acontecimiento evolutivo de la historia de la vida se había quedado, por tanto, huérfano de una explicación evolutiva.

Fue Lynn Margulis quien percibió con toda claridad que la célula eucariota se originó como una asociación de bacterias y arqueas. Y que todavía lo es. Las mitocondrias de nuestras células son antiguas bacterias de vida libre, que de hecho conservan aún su propio genoma. También los cloroplastos que permiten a las plantas vivir de la luz solar provienen de primitivas bacterias autónomas que ya sabían hacer eso 3.500 millones de años atrás, en los albores de la vida terráquea. Nuestro propio genoma nuclear es en sí mismo una sociedad, puesto que tiene partes de arquea y partes de bacteria, y cada una se dedica a una función singular. La teoría de Margulis explicó de un plumazo el misterio de la súbita aparición de la célula eucariota, la gran dificultad que --de haberla conocido-- hubiera atormentado a Darwin.

Como ocurre a menudo con los saltos conceptuales, Margulis tuvo que aguantar lo que no está escrito desde 1967, cuando logró publicar su teoría en una revista de biología teórica --disciplina que no existe, o no mucho--después de que lo rechazaran otras 15 revistas científicas. La teoría encajaba con los hechos, pero no con los prejuicios. El gradualismo darwiniano se había convertido en una especie de código de la circulación, y la calle por la que quería meterse Lynn estaba prohibida.

En ciencia, por ventura, las teorías correctas se acaban imponiendo bajo el peso abrumador de los hechos. Espero que Lynn se haya muerto sabiendo que tenía razón.

Lynn

Por ahí no se sale

Por: | 03 de enero de 2012

Cena de fin de carrera
Cena fin de carrera

Robert Bunsen, el del mechero Bunsen, ayudó a crear los altos hornos. Lord Kelvin, el de los grados Kelvin, controló el diseño y la fabricación de los cables de comunicaciones. Leo Baekeland, el de la baquelita, inauguró la industria del plástico al sintetizar el primero de ellos. El primer país en percibir la íntima asociación entre ciencia y desarrollo fue Alemania, cuyas grandes empresas --Zeiss, Siemens, Krupp-- ya empezaron en el siglo XIX a montar laboratorios con cientos de empleados.

La principal organización científica de la Europa actual, la Sociedad Max Planck (1.500 millones de presupuesto anual, 32 premios Nobel), es heredera del venerable Physicalische Technische Reichsanstalt, o Instituto Imperial de Física y Tecnología, que empezó en 1870 a promover y facilitar la colaboración científica entre las firmas alemanas.

El gran arranque de la industria estadounidense solo se produjo en los años veinte, cuando el Gobierno federal y el recién creado National Research Council atizaron a todas sus grandes empresas --Westinghouse, Kodak, Standard Oil, Du Pont, AT&T, General Electric-- para que apostaran en firme por la investigación.

Tras la Gran Guerra, las grandes empresas occidentales empezaron a dedicar esfuerzos sistemáticos a la actividad científica, y fruto de ello fue la implantación de la radio, el coche y el aeroplano en la vida cotidiana. Cada país es hoy líder allí donde financia a sus científicos y a sus ingenieros. Estados Unidos puso sus recursos en aeronáutica, satélites y ordenadores, y en ese mundo estamos. Japón los puso en videojuegos, videocámaras y coches, como cualquiera puede ver en su casa.

Pero aquí no acabamos de enterarnos de nada de esto. Aquí llega uno a la Moncloa, le dan unas tijeras y se cepilla 600 millones del presupuesto de ciencia y tecnología. Le copió la idea al que le pasó las tijeras. Aquí no se aspira al porcentaje del PIB que invierten en investigación los países más desarrollados (3%), ni siquiera al del montón de la Unión Europea (2%), sino al campante y bajante 1,4% de los colistas profesionales. Aquí el centro que investiga en energía y medio ambiente amenaza cierre por cicatería administrativa, y el CSIC en su conjunto se hunde en el pesimismo. Aquí a los científicos que hemos formado con esmero les decimos lo que Lola Flores a sus hinchas: "¡Si me queréis, irse!".

Ya dije que las tijeras no son nuevas. Con el nuevo recorte, el presupuesto de ciencia, desarrollo e innovación (I+D+i) para 2012 se reduce un 7% respecto al de 2011, que a su vez se vio mermado en un 8% sobre el de 2010, ya de por sí cercenado en un 15% respecto al de 2009. Todos los científicos coinciden en elogiar el estímulo presupuestario de la primera legislatura de Zapatero, que además había sido uno de los principales mensajes de su campaña. Pero a partir de la crisis se acabaron las tonterías. Ni el nuevo Gobierno ni el anterior han percibido que investigar es justo el camino para salir de la crisis. De ésta y de todas las que han de venir en el complejo e hiperconectado futuro.

 

El País

EDICIONES EL PAIS, S.L. - Miguel Yuste 40 – 28037 – Madrid [España] | Aviso Legal