Simetrías

Simetrías

Los caprichosos movimientos de los planetas en el cielo del ocaso no tienen sentido hasta que inclinas la cabeza y comprendes que el suelo que pisas es otro planeta más. El mundo es confuso y farragoso, pero entender las cosas suele ser cuestión de mirarlas desde el ángulo adecuado.

Sobre el autor

Javier Sampedro

Javier Sampedro. (Madrid, 1960) es doctor en biología molecular. Hasta 1993 se dedicó profesionalmente a la investigación genética, primero en el Centro de Biología Molecular Severo Ochoa de Madrid, y después en el Laboratory of Molecular Biology del Medical Research Council en Cambridge. En 1994 se recicló como periodista y ha sido durante 15 años redactor de El País. Buen dibujante y mal guitarrista de jazz, su lema es: "Si no les gustan tengo otros".

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Política de bata blanca

Por: | 15 de marzo de 2012

Experimento
Experimento, por javier sampedro

La pregunta más estúpida imaginable es seguramente la que hacen en los controles de inmigración de las aduanas norteamericanas: ¿Piensa usted poner una bomba durante su estancia o algo de eso? Y la segunda podría ser: ¿Se considera usted un racista? Todo el mundo dirá que no, como ya sabemos sin necesidad de hacer ninguna encuesta. "Yo no soy racista, pero..." es el exordio invariable de las cumbres más borrascosas que pueda alcanzar la antología inacabada del desprecio étnico.

La gente responde mucho mejor a las preguntas que no se le hacen. Para saber si el racismo ha calado en una sociedad, por seguir con el ejemplo, una buena estrategia es dividir a la población en dos grupos al azar y preguntar al primero: ¿Cuántas de estas tres cosas le molestan?: el ruido de los coches; las lavanderías públicas; las reuniones de la comunidad. Y al segundo grupo le preguntas: ¿Cuántas de estas cuatro cosas le molestan?: el ruido de los coches; las lavanderías públicas; las reuniones de la comunidad; tener un vecino negro.

Si el primer grupo da 1,95 y el segundo 2,37, la única explicación es el racismo (no del segundo grupo, sino de la población entera). Esos fueron exactamente los resultados cuando el experimento se hizo entre la población blanca del sur de Estados Unidos; los números implican que el 42% de los encuestados son racistas. Honestamente, las cosas ya parecían bastante malas con el 19% que admitía serlo abiertamente, pero saber lo que piensa la gente siempre es mejor que creerse lo que dice. Al menos si uno se dedica a la política.

El 60% de los votantes republicanos admite el "cambio climático", pero solo el 44% acepta el "calentamiento global". La diferencia puede deberse a que lo primero suena más fino, o más probablemente a que se entiende peor; hasta puede ser que el 16% de los republicanos crea realmente en el enfriamiento global, quizá porque les parece una refutación del calentamiento aún más humillante que la estabilidad térmica. En cualquier caso, el experimento revela lo mucho que importa en política la forma de presentar las cosas, de envolverlas, de nombrarlas. De enredarlas, en una palabra.

Lo anterior es un típico resultado de la política experimental, una corriente emergente entre los politólogos que acaso no aclare cómo salir de la crisis, pero que ya puede exhibir un manual publicado por la Universidad de Cambridge, el Cambridge Handbook of Experimental Political Science. Sus principales promotores, los politólogos norteamericanos James Druckman y Arthur Lupia, acaban de repasar el estado del arte en la revista Science.

Los experimentos políticos más comunes exploran cómo la gente decide su voto; la gente pueden ser los electores, pero también los diputados del Congreso o los miembros de un jurado. Otros trabajos muestran que el presidencialismo no es tan malo como parece, que pagar un dólar aumenta en un 32% los aciertos en un test de cultura política, que la participación se dispara si persuades a la gente de que sus vecinos sabrán si han ido a votar o no.

Pero la línea favorita de experimentación es la que evalúa qué forma de presentar las cosas al público resulta más o menos óptima para seducir a los predispuestos, aplacar a los críticos o ridiculizar a los contrarios, por si conviene llamar al IVA por cualquier nombre menos por el suyo, neutralizar la manifestación del 11 de marzo con una polémica dadaísta sobre el citado 11 de marzo, mandar al fiscal general a seguir la pista del perborato sódico y descubrir de pronto, con el destello cegador de una revelación, los nexos ocultos entre el aborto y la reforma laboral.

Tanto experimento para que luego manden los bancos.

 

Demasiado para Watson

Por: | 09 de marzo de 2012

Jeroglífico
Jeroglífico: ¿Puedo ver a algún encargado?

Desde que Deep Blue le dio un repaso a Kaspárov, o al menos logró ponerle de un pésimo humor que todavía le dura, una pregunta capital se repite con angustia en los departamentos de filosofía y las tertulias de guardar: ¿Qué es lo siguiente al ajedrez? ¿El bridge, la caligrafía china, la fonética inglesa? ¿El teorema de Fermat, la conjetura de Poincaré, el gato de Schrödinger? Nada de eso.

Lo siguiente al ajedrez son los crucigramas.

El ajedrez se basa en unas pocas piezas y unas pocas normas para moverlas, sin ambigüedades ni zonas de penumbra; cualquier posible movimiento del jugador contrario, como cualquier posible respuesta a él, genera solo un número finito de futuros imaginarios pero exactos y explícitos, la clase de paisaje que un robot puede rastrear de forma sistemática, con esa paciencia espesa y esa rapidez impertinente que le otorgan sus tripas matemáticas.

Hacer un crucigrama es mucho más difícil que todo eso. Hallar la respuesta correcta es casi lo de menos: el problema gordo es entender la pregunta. Tomemos este ejemplo: Horizontales, fila 3: "La primera persona mencionada por su nombre en El hombre de la máscara de hierro es este héroe de un libro anterior del mismo autor". Peor que un jaque mate, ya te digo. Deep Blue no hubiera podido con eso --y ahí querría yo ver a Kaspárov--, pero lo siguiente a Deep Blue sí puede. Se llama Watson y es el último desafío a la soberbia humana que ha salido del laboratorio de David Ferrucci, el jefe de análisis e integración semántica de IBM.

Watson, desde luego, puede memorizar el diccionario de la RAE en un pestañeo y tragarse la biblioteca del Congreso y la wikipedia entera si hace falta. Pero nadie aprende qué quiere decir yo leyendo en el diccionario que es "la parte consciente del individuo mediante la cual cada persona se hace cargo de su propia identidad". Pese al heroico esfuerzo de los lexicógrafos y al proverbial mal carácter de los gramáticos normativos, el lenguaje humano es implícito, ambiguo, contextual y tan negociable como una promesa de campaña. Tomemos ahora el siguiente intercambio entre el inspector Lestrade y Bartleby el delincuente:

--Si se llevó el dinero, ¿por qué no la denunciaste?

--No dije que ella me robara el dinero.

--Pues un kilo es mucha pasta para una propina.

--No dije que ella me robara el dinero.

--Lo pensaste.

--No dije que ella me robara el dinero.

--La llamaste ladrona, que es lo mismo.

--No dije que ella me robara el dinero.

¿Podría hacer Watson el papel de Lestrade? ¿Y el de Bartleby el delincuente? Quién sabe. Watson aprende de sus errores, maneja con soltura las analogías, capta los dobles sentidos y hasta entiende los chistes, incluidos los malos. Ya ganó un concurso televisivo el año pasado.

¿Qué es lo siguiente al crucigrama? Es la economía, estúpido. El otro día supimos que Citibank ha comprado una réplica del robot para "explorar" posibles mejoras en sus servicios bancarios, según dijo un portavoz. No dijo que fueran a robarle el dinero.

Esto va a ser demasiado para Watson; si empezamos con los bancos vamos a necesitar a Holmes.

 

Dos Nobel mal dados

Por: | 06 de marzo de 2012

El primer thriller farmacéutico
Javier Sampedro, el primer thriller farmacéutico

Aunque la noticia no ha trascendido aún a la opinión pública, los científicos que han examinado el tema tienen ya pocas dudas, o ninguna, de que la Academia sueca cometió dos graves errores al conceder los premios Nobel de Medicina de 1952 y 2011. Casi 60 años los separan, pero persisten tanto el modus operandi --ignorar al descubridor para premiar a su jefe-- como el móvil del crimen: ambos errores afectan a cuestiones vitales no solo para la ciencia, sino también para la industria. Le tengo dicho que siga siempre la pista del dinero, Watson.

El último Nobel de Medicina recayó en el inmunólogo francés Jules Hoffmann y otros dos colegas por descubrir cómo funciona la inmunidad innata, una primera línea de defensa contra virus, bacterias, hongos y gusanos de cualquier clase que dispara antes y hace muchas menos preguntas que la exquisitamente selectiva inmunidad adaptativa, o lo que solemos entender por sistema inmune.

La Academia acreditó a Hoffmann, antiguo presidente de la Academia Francesa de Ciencias, por descubrir el sistema utilizando la poderosa genética de la mosca Drosophila, lo que permitió extrapolarlo a nuestra especie y abrir la investigación de un tipo radicalmente nuevo de agentes antimicrobianos. La nueva penicilina del doctor Hoffmann sería un buen titular.

Solo que no es del doctor Hoffmann.

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H5N1, agente sin secretos

Por: | 29 de febrero de 2012

Un caso enrevesado
javier sampedro

Las mutaciones que convierten el virus aviar H5N1 en un agente pandémico mortífero serán publicadas en Nature y Science sin ninguna mutilación. El panel científico que asesora a Washington sobre bioseguridad (NSABB, National Science Advisory Board for Biosecurity), que había recomendado en diciembre censurar los dos artículos, ha perdido el pulso con los expertos reunidos por la OMS, que son los líderes mundiales de la investigación en el campo.

El jefe de enfermedades infecciosas de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud norteamericanos), Antoni Fauci, que es uno de los científicos reunidos por la OMS, ha sido el encargado de aplacar a su propia fiera. Fauci acaba de revelar, en una reunión organizada en Washington por la Sociedad Americana de Microbiología, que el Gobierno federal va a encargar a su propio panel "que se avenga a reexaminar las nuevas versiones de los artículos", vulgo que se la envaine.

Y así lo ha hecho en efecto el jefe del NSABB, Paul Keim, que le acaba de reconocer a los editores de Science que "la recomendación del NSABB, qué duda cabe, podría cambiar en el futuro", y que ellos pueden "dar marcha atrás y revertir todo esto si es que ése es el mejor curso de acción", vulgo para ti la perra.

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Dios sería lamarckista

Por: | 16 de febrero de 2012

Bisonte de altamira
Javier Sampedro, El bisonte de Altamira visto de frente

Uno de los padres del darwinismo moderno, Theodosius Dobzhansky, abrazó la selección natural como la herramienta óptima elegida por Dios para crear al hombre a su imagen y semejanza. Craso error, porque si Dios existiera sería lamarckista. Sus criaturas no solo pasarían a la descendencia sus genes, sino también el tuneado con que la biografía los ha ido puliendo, los estratos de consonancia que han resultado de su careo con el mundo. No la partitura de Sweet Lorraine, sino el disco en que la borda Frank Sinatra. Bueno, esa parece la forma más inteligente de hacer las cosas, ¿no creen?

Los biólogos consideramos el lamarckismo, o herencia de los caracteres adquiridos, una teoría refutada por dos experimentos históricos, el de Weismann y el de Luria y Delbrück. El primero es uno de los padres de la genética, y los segundos una leyenda de la biología molecular. Sus refutaciones del lamarckismo, sin embargo, poseen la sutileza de un martillo pilón.

August Weismann no solo fue uno de los primeros darwinistas alemanes, sino el primer ultradarwinista del mundo. A diferencia de Darwin, albergaba la ardorosa creencia en que el lamarckismo era erróneo, y a finales del siglo XIX quiso refutarlo con un experimento memorable: le cortó la cola a cinco generaciones seguidas de ratones y comprobó que, pese a ello, seguían naciendo con la cola intacta. Luego el lamarckismo era erróneo, concluyó de algún modo.

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Mientras volaban los pepinos

Por: | 09 de febrero de 2012

Walterburns
Walter Burns por Javier Sampedro

Unos periodistas son mejores que otros para levantar historias, pero todos somos nefastos para rematarlas. En 1981 saltó a los titulares la primera clonación de un mamífero: tres ratones creados por Karl Illmensee, un prestigioso embriólogo de la Universidad de Ginebra, y recién publicados en Cell, la revista de referencia en biología molecular. Perfecto. Pero un momento, ¿el primer mamífero clonado no fue la oveja Dolly en 1996? Sí. ¿Entonces es que mintió la prensa en 1981?

No. La información de los ratones suizos estuvo bien levantada, pero mal rematada. La prensa de referencia de todo el mundo percibió correctamente la importancia de la noticia y la llevó a primera página en 1981. Pero a ningún Walter Burns se le ocurrió preguntar unos años después: "Oye Hildy, ¿y en qué quedó aquello de los clones suizos?". Porque Hildy habría descubierto enseguida que aquello de los clones suizos quedó en un fraude. Y eso no lo publicó ningún periódico del planeta, que Google sepa. Es justo añadir que la prensa científica no lo hizo mucho mejor.

Oye Hildy, ¿y qué fue de la bacteria aquella de los pepinos?, supongamos que pregunta ahora el señor Burns. Pues que no era de los pepinos, señor Burns. ¡Eso ya lo sé, pedazo de carne aspirante al despido, pero de algún lado vendría, ¿no? ¿De dónde, y qué clase de bicho era ese que mató a 50 en Alemania y por qué hubo otro brote en Francia? Quiero saberlo todo, Hildy, yo te saqué del fango y te convertí en el plumífero gacetillero que pretendes ser ahora.

Desde luego, señor Burns. Cuando estalló la crisis del pepino en la primavera pasada, la E. coli O104:H4 que la causó ya llevaba un año y medio en Alemania. Llegó en diciembre de 2009 como polizonte en un carguero procedente de Egipto. El buque llevaba 15 toneladas de semillas de fenogreco, que se usan como especias en la cocina hindú --son un ingrediente del curry-- y como brotes para ensalada en otras partes. Diez toneladas y media fueron a parar al distribuidor alemán donde solía comprar sus semillas el dueño de una granja que se dedicaba a germinarlas para vender los brotes a las tiendas y los restaurantes. Todo este proceso de distribución duró un año y medio, y por eso el primer caso no se dio hasta mayo de 2011. Ese fue el brote alemán, que causó 4.000 casos de diarrea sangrante con 50 muertes.

Otros 400 kilos fueron a parar a un distribuidor inglés que, por alguna razón, se dedicaba a dividirlos en paquetitos de 50 gramos para vendérselos a los franceses. Por qué hace falta un inglés para hacer eso sigue siendo un misterio, pero el caso es que uno de los paquetitos acabó servido en forma de ensalada de brotes en el menú del 8 de junio de un comedor infantil francés. Eso hizo quedar mal a la Comisión Europea, que justo una semana antes había levantado la alerta sanitaria, pero el brote francés fue mucho más limitado y no hubo ningún muerto.

Todas las E. coli O104:H4 recogidas en Alemania y Francia son idénticas para la epidemiología convencional, pero los datos genómicos recién publicados en PNAS por un consorcio de científicos de Boston, Copenhague y París permiten distinguirlas. Pese a que el brote francés fue mucho menor que el alemán, sus bacterias son algo más diversas: llegan a diferir en 19 letras (de los 5 millones que tiene su genoma), mientras que las alemanas solo llegan a diferir en 2 de ellas.

Los autores deducen que la diversidad venía ya puesta en la bacteria original que llegó de Egipto, y que la rama alemana sufrió algún cuello de botella del que solo se salvaron unas pocas variantes. Creen probable que todo el brote provenga de un solo empleado de la granja alemana que germinaba los brotes. Uno de los empleados fue, de hecho, uno de los primeros casos de diarrea hemorrágica registrados en mayo de aquel año, mientras volaban los pepinos.

No es que la prensa mienta, sino que remata mal. Ya lo dije en el segundo párrafo.

 

Atrapa a un fantasma

Por: | 25 de enero de 2012

Fantasma en fuga

Javier Sampedro

'¿Has leído mi última novela?', preguntó Alejandro Dumas a su hijo. '¿La has leído tú?', le respondió el hijo con lengua viperina. Su padre había escrito El conde de Montecristo con un tal Maquet, que no aparecía ni en los agradecimientos del libro; la segunda parte se la encargó directamente a un portugués llamado Hogan que no hacía demasiadas preguntas. Dumas fue un pionero del ghostwriting, la contratación de escritores fantasmas, o negros, esos autores que "trabajan anónimamente para lucimiento y provecho de otro", como dice el libro gordo con menos tacto que un sarmiento.

El presidente del Gobierno no suele escribir sus discursos (y últimamente no suele ni leerlos, como diría el hijo de Dumas), ni el Papa sus encíclicas, ni el presentador del telediario sus noticias. Usan a negros clásicos: los que escriben pero no firman. Pero hay otros fantasmas mucho peores: los que firman pero no escriben. En las revistas médicas, para ser más exactos. Son médicos de gran prestigio, verdaderos líderes de la profesión en su campo, la clase de médicos de los que se fían muchos otros médicos. Y que cobran de la Big Pharma por estampar su acreditada firma en unos artículos que no han escrito, y que a menudo -- otra vez el efecto Dumas-- ni siquiera han leído.

El médico Xavier Bosch, del Hospital Clínic de Barcelona, el abogado Bijan Esfandiari, de una firma de Los Angeles especializada en malas prácticas médicas, y el filósofo Leemon McHenry, de la Universidad Estatal de California, argumentan hoy en PLoS Medicine que los ghostwriters son tan dañinos que urge perseguirlos por lo penal. Creen que hay pruebas suficientes de perjuicio a los pacientes en los casos del antiepiléptico Neurontín (Pfizer), el antiinflamatorio Vioxx (Merck), los antidepresivos Seroxat (Glaxo) y Besitrán (Pfizer otra vez), la píldora antiobesidad Fen/phen (Wyeth) y el paliativo hormonal de la menopausia Prempro (triplete de Pfizer). Según los datos más recientes (referidos a 2008), el 20% de los artículos que publican las cinco revistas médicas de mayor impacto está contaminado de fantasmas.

"Lo realmente deshonesto", explica Bosch en un correo electrónico, "es que la industria busca a una personalidad científica, algún médico prestigioso con experiencia sobrada en esa enfermedad o fármaco y, a cambio de una remuneración, que puede llegar a ser muy elevada, estampa su firma en el artículo, sin opción a revisar sus contenidos. Lo que hacen estos artículos es minimizar los efectos indeseables y maximizar la eficacia del fármaco en cuestión".

Según el investigador del Clínic, el ghostwriting "es una práctica claramente fraudulenta, y la respuesta de todos los sectores implicados --revistas, agencias públicas, la propia industria, universidades-- ha sido claramente pobre; por eso la única opción es la responsabilidad penal, dirigida especialmente contra los guest authors (los que firman y cobran); sus artículos, diseñados por la industria, son capaces de hacer cambiar las prácticas de prescripción de muchos médicos, y el perjudicado es el paciente".

Parece ser que a los fantasmas se los atrapa igual que a los pájaros: metiéndolos en una jaula.



Un virus top secret

Por: | 18 de enero de 2012

Virus al sol

Los laboratorios de Ron Fouchier, de la Escuela de Medicina Erasmus en Rotterdam, y Yoshihiro Kawaoka, de la Universidad de Wisconsin, Madison, han descubierto las mutaciones cruciales que convertirían al virus H5N1 en un agente pandémico mortífero. Este es el virus que arrasó las granjas avícolas asiáticas en la década pasada, y que también es muy mortal para los humanos en las raras ocasiones en que salta la barrera de las especies. El virus modificado por Fouchier y Kawaoka mantiene intacta su letalidad, pero se propaga tan rápido como una mala noticia. Al menos entre los hurones, una especie casi idéntica a la nuestra en su respuesta a la gripe. ¿Habías leído algo de esto? No, claro.

En septiembre pasado los dos laboratorios mandaron sus resultados a las revistas Nature y Science, pero ninguna de las dos los ha publicado todavía, porque el proceso de revisión se ha topado con un obstáculo inesperado e insólito: el panel científico que asesora al Gobierno norteamericano sobre bioseguridad (NSABB, National Science Advisory Board for Biosecurity) ha recomendado censurar los dos trabajos antes de su publicación. No pone objeción a que sus conclusiones generales sean publicadas, pero solo tras eliminar del manuscrito "los detalles metodológicos que permitirían replicar los experimentos a personas que busquen hacer daño".

Que otros científicos puedan replicar los resultados es justo la ley de oro que rige la publicación científica: los resultados irreproducibles no son ciencia, sino mero rumor. Pero no hay que negar a la parte censora un punto de elocuencia. El jefe del NSABB, Paul Keim, se justifica así en la propia revista Nature: "No es por asustar a la gente, pero los escenarios del peor caso posible en este asunto son, simplemente, enormes".

El NSABB es uno de los efectos colaterales de los ataques con cartas infectadas de ántrax en Estados Unidos, que pese a su carácter admitidamente chapucero lograron matar a cinco personas e infectar a otras cuantas en 2001. El panel depende del Ministerio de Sanidad norteamericano, pero está enteramente formado por científicos como el propio Keim, un especialista en enfermedades infecciosas de la Universidad de Northern Arizona. Tampoco se puede decir que estén fritos de trabajo: desde su creación en 2004, el panel solo ha revisado seis manuscritos, entre ellos los dos que describían la reconstrucción en 2005 del virus de la gripe española, el agente infeccioso que mató a 40 millones de personas en 1918. Aquellos dos artículos salieron en Nature y Science sin ninguna mutilación. De donde cabe colegir que el nuevo virus debe ser todavía peor.

La decisión del panel está causando un broncazo de consideración en la comunidad científica. ¿Está justificada la censura en casos como este? ¿Y debe ser el Ministerio de Sanidad norteamericano quien la decida? ¿Aun cuando las víctimas del virus sean asiáticas, los autores del trabajo holandeses, los editores de Nature británicos?

Saber qué mutaciones hacen al virus transmisible entre humanos es una información demasiado valiosa para guardarla en el cajón de un cuartel. Es un dato que los epidemiólogos de todo el mundo, con los de Hong Kong a la cabeza, esperaban como agua de mayo desde hace 15 años, porque les permitirá saber qué tienen que buscar en los controles avícolas, qué variantes del virus discurren por un camino evolutivo inconveniente y cuándo deben recomendar medidas drásticas a sus gobiernos, como cremaciones de granjas enteras o alertas sanitarias a la población. Es obvio que los datos deben ser facilitados a ciertos científicos, y el propio NSABB lo admite así en su informe. Pero no dice a qué científicos, como es natural. Alguien tendrá que decirlo. ¿Quién? ¿La Casa Blanca? ¿La OMS? ¿Con qué criterio? ¿Y a qué científicos de qué países? ¿Y cómo evitar las filtraciones, o incluso el mercado negro de secuencias genéticas?

Curiosamente, el jefe de enfermedades infecciosas de la Universidad de Hong Kong, Kwok-Yung Yuen --tal vez el científico más interesado del planeta en los datos censurados del H5N1-- apoya la recomendación del NSABB. Recuerda en Nature que, en la guerra chino-japonesa de los años treinta, científicos militares japoneses infectaron a civiles y prisioneros de guerra de la región de Manchuria con la bacteria de la peste.

Mal han de estar las cosas si ya hemos empezado con las pataditas en las canillas.

 

¿De dónde emerge el orden?

Por: | 12 de enero de 2012

Virus

Molecular Biology of the Cell, cuarta edición disponible en ncbi

Buena pregunta, Sampedro. De hecho es una de las mejores que se pueden hacer en estos tiempos abrumados por la masa de los datos y el saldo de las ideas. ¿Nos dirán los genomas cómo funciona un cuerpo, las neuronas cómo se cura un desengaño, los mercados cómo se gobierna un pueblo? ¿O acaso el cuerpo, la mente y la gente son más que la suma de sus partes en algún sentido que impida deducirlos de éstas?

¿Emergerá de Internet un orden espontáneo, del 15M una corriente de pensamiento político, de la ambición personal una sociedad autoorganizada? Nada de eso parece fácil. Un sistema emergente no es una mera suma de cosas, sino que de algún modo tiene que inventar un nivel de organización para ellas: un nuevo todo coherente, una especie de nuevo concepto.

Y sin embargo la emergencia es muy común en la naturaleza. Ni el hidrógeno (H) ni el nitrógeno (N) huelen a amoniaco (NH3): el olor a amoniaco es una propiedad emergente. Las leyes de los gases también lo son, porque se deshacen cuando el sistema tiene solo unas pocas moléculas, y ni siquiera tienen sentido cuando solo tiene una. De modo similar, los genes no tienen más que cuatro compuestos químicos muy simples (las cuatro letras del ADN, a, c, g, t), pero saber esto no ayuda mucho a entender cómo se reproducen los seres vivos.

La propiedad emergente de los genes --la que permite a cualquier ser vivo sacar copias de sí mismo-- es la afinidad selectiva (complementariedad, en la jerga). En la doble hélice del ADN, si una de las hileras dice gagag, la otra solo puede decir ctctc. De ahí que, si separas las dos hileras, cada una puede reconstruir a la otra.

Los nanotecnólogos llevan unos años explotando la complementariedad del ADN para diseñar nuevas estructuras microscópicas capaces de autoorganizarse, como en esta imagen:

Nano 2

 Quantitative prediction of 3D solution shape and flexibility of nucleic acid nanostructures, NAR

Un logro reciente muy notable es la capacidad de las ristras de ADN con secuencias complementarias (como las gagag y ctctc de nuestro ejemplo, aunque algo más largas) de formar espontáneamente un cristal líquido, el estado de la materia con lo mejor de dos mundos --orden cristalino, libertad líquida-- en que se basan las pantallas de las teles, los ordenadores y los teléfonos actuales. Jugando con la secuencia de las ristras se pueden conseguir cristales líquidos con nuevas propiedades, lo que ha convertido el viejísimo arte de escribir frases de ADN en un epítome de la vanguardia tecnológica.

Y aún más notable es lo que acaba de descubrir el equipo de Noel Clark, del centro de investigación en materiales de cristal líquido de la Universidad de Colorado en Boulder: que no hace falta ningún humano que amañe las secuencias. El viejo y honorable azar se basta por sí solo. Clark y sus colegas han sintetizado una mezcla azarosa de todas las posibles ristras de 20 letras de ADN (attgactc...). Pese a que la mezcla contiene un billón de secuencias distintas (4 elevado a 20), las ristras complementarias se las apañan, paso a paso en una jerarquía de apareamiento creciente, para encontrar su camino hacia el cristal líquido.

Se trata de un caso palmario de orden emergente. Tal vez, después de todo, uno más de los que ya ensayó la naturaleza 4.000 millones de años atrás.

 

El sexo del cerebro

Por: | 09 de enero de 2012

Botero hombre y mujer
Fernando Botero, Hombre y mujer

¿Le importa el sexo al cerebro? Los datos sobre las diferencias psicológicas entre hombres y mujeres son bastante consistentes, pero hay dos formas de leerlos. La primera tiene su epítome en la hipótesis del parecido entre sexos de la psicóloga Janet Hyde, de la Universidad de Wisconsin, que sostiene que los dos sexos revelan más parecidos que diferencias. El artículo de Hyde se publicó en 2005 y ha cosechado un impacto notable (500 citas en Google Scholar, un termómetro de la influencia académica).

La lectura contraria viene magníficamente representada por el trabajo recién publicado por psicólogos de la Universidad de Turín y la Escuela de Negocios de Manchester. Esta escuela no solo enfatiza las diferencias entre sexos, sino que argumenta que son el resultado esperable de las distintas presiones darwinianas a las que hombres y mujeres han estado sometidos desde el origen de la especie, y más atrás.

Los hombres, por ejemplo, puntúan en promedio mejor que las mujeres en pruebas de percepción espacial, como la rotación mental de objetos. Las mujeres lo hacen mejor en tareas lingüísticas y de fluidez de ideas. La psicología evolutiva lo atribuye a que los hombres han sido seleccionados durante cientos de miles de años para tareas relacionadas con la caza, la exploración y la defensa de la tribu. La promiscuidad masculina, asímismo, se explicaría porque los hombres actuales descendemos de los mejores, cómo decir, diseminadores de esperma de la era de las cavernas.

Las mujeres que lograron pasar sus genes a la siguiente generación, en cambio, no fueron las más activas sexualmente, sino las que sacaron a sus hijos adelante. De ahí que las chicas actuales estén optimizadas para unos talentos muy distintos de los masculinos: los necesarios para construir un modelo del mundo, codificarlo en un lenguaje y transmitírselo a su descendencia.

Los científicos de Turín y Manchester recuerdan que muchos rasgos de personalidad afectan a las probabilidades de apareamiento de un individuo, y también al comportamiento parental. Entre ellos están la promiscuidad, la tendencia a sostener relaciones estables, la extraversión, el interés por las nuevas experiencias, el carácter neurótico y lo que los psicólogos llaman con cierto efectismo "la triada oscura": el narcisismo, la psicopatía y el maquiavelismo.

Oscuras o no, si hay diferencias entre sexos, negarse a verlas no es igualitarismo, sino mera ceguera. Ignorar las leyes físicas solo sirve para romperse las piernas.

 

El País

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