Otoño. En una tarde lluviosa se reúnen catorce personas en
una librería. La mayoría se conocen. El presentador toma el micrófono y
comienza la intervención asegurando que será breve. Veinte minutos después,
pasa el micrófono al autor del libro. El escritor carraspea, despliega un papel
y se dispone a leer. Un fotógrafo dispara su cámara. El autor se pone nervioso y confunde
la línea. Se percata del salto y, como ha preparado el texto con mucho mimo para
la presentación de su primer libro, pide perdón y vuelve a empezar el párrafo.
Explica por qué ha escrito el libro, lo mal que está lo de publicar, las horas
que ha faltado a sus deberes familiares por estar tecleando en el ordenador y
cosas así. Para finalizar, da las gracias a su mujer, a sus hijos, a sus
padres, a los dueños de la librería, a los editores y a los del periódico local
que le han entrevistado. Levanta la cabeza y mira por si se ha dejado a alguien
de los presentes.
Unos aplausos cierran, treinta y ocho minutos después del
comienzo, la presentación de su primera obra. El autor, con una copa de vino en
una mano, se seca con la otra el sudor “de los focos” mientras saluda a su
madre, besa a su esposa y ofrece vino a los compañeros del instituto donde
trabaja. El propietario de la librería, que accedió a presentar el libro porque
el autor es un buen cliente, se enroca tras la caja registradora a la espera de
que alguien se decida a comprar un ejemplar. Los asistentes echan de menos las
muy literarias croquetas. El vino es agradable, pero no es muy recomendable
tomar más de una copa con el estomago vacío.
Dos horas después, con el cansancio que producen los nervios
y con la satisfacción del deber cumplido, el autor vuelve a casa pensando que saldrá
retratado en los periódicos porque en la presentación había un fotógrafo. Al
día siguiente, por la mañana a primera hora, buscará su nombre en las ediciones
digitales. Al no encontrar nada, hará una búsqueda en las noticias de Google
por si la reseña de la presentación aparece en algún sitio.
No sé si a estas alturas se habrán dado cuenta de que no
creo que las presentaciones de libros resulten muy útiles para dar a conocer la
obra y menos para vender ejemplares. Fabricio Mejía Madrid escribió al respecto
un texto muy recomendable (y desopilante, a mi juicio): Teoría y práctica de
la presentación de libros,
donde explica que los libros se presentan “para que alguien se entere de que
aparecieron”. Cansado de convocar a la familia y a los amigos, decidió realizar
presentaciones solo ante la prensa. El resultado tampoco fue el esperado: "Como puta, me encerraron en una oficina de la
editorial a recibir a cuanto reportero cultural llegara. Fue una larga fila.
Pero más de la mitad empezaba la entrevista con la misma petición: “¿Me podría
sintetizar lo que dice su libro en dos minutos? Es que la jefa de la sección
cultural se lo quedó y no pude leerlo”.
Hace unos años tuve la
oportunidad de asistir a una presentación ante la prensa de un libro de un
autor amigo en un “céntrico hotel” de Barcelona. Alrededor de una larga mesa
rectangular se sentaron el editor, el autor y ocho o diez periodistas. El editor, como sigue haciendo, leyó un folio.
El autor dijo unas palabras. Los periodistas realizaron unas cuantas preguntas
que el autor respondió con soltura. La reunión con la prensa terminó en media
hora. Los fotógrafos buscaron emplazamientos donde situar al autor para dar
ambiente a los retratos. Luego, el editor y el autor se fueron a comer.
Al día siguiente todos
(cuando digo todos, me refiero a todos, sí)
los periódicos nacionales hablaban del libro de mi amigo. En las fotos
que servían para ilustrar las reseñas y entrevistas aparecía el autor en
distintos ambientes del hotel de Barcelona. Lo previsto, en fin. Ahora me dicen
que eso ya no funciona. Se siguen presentando los libros en ruedas de prensa. La
noticia sale en los periódicos, pero ya no van tantos compradores a las
librerías buscando el libro del que acaban de leer una reseña en el periódico.
Parece que es
generalizada la opinión de que la influencia de los medios tradicionales se ha
trasladado a las redes sociales, donde la promoción de libros también tiene sus
trucos. Este fin de semana he leído en Twitter algunos comentarios de
escritores que merece la pena transcribir:
—Desde que no hago publicidad de mis libros
han aumentado mis seguidores.
—A los que
publicitan no les preocupan los seguidores sino las ventas. Pero si publicitas
los seguidores bajan
—Pienso que con
ir poniendo de vez en cuando alguna novedad es suficiente
Así las cosas, más
que prestar atención a las presentaciones de libros, las editoriales buscan autores mediáticos que les
levanten las ventas. Cuando se habla de autores mediáticos, en realidad, nadie se
refiere a los que aparecen en los
periódicos sino a los que aparecen constantemente en las teles y, de vez en
cuando, hasta tienen tiempo de escribir éxitos de ventas.
Otra fórmula de
mercadotecnia editorial, que aún me llama más la atención, consiste en que
algunos libros, anunciados como best sellers,
patrocinan programas de televisión.