Once libros (de arte) para llevarse a una isla desierta

Por: | 03 de junio de 2014

Bouvard-y-pecuchet-flaubertNo hay nada más especial que la lectura de un libro que nos atrapa y no nos deja apartarnos de él. De hecho, los hábitos de lectura son los que marcan la vida de las personas, quizás porque tuvo razón Proust en Sobre la lectura  al decir que de los libros más queridos se recuerda más lo que se estaba haciendo mientras ocurrían que el texto mismo. Creo incluso que la vida de los lectores tiene un antes y un después en los años de la adolescencia: hablo del momento en el cual se adquiere el control sobre la luz de la mesilla de noche y, por tanto, de la autonomía para pasar horas y horas leyendo.

Ninguna compañía más fiel que un libro, ni más consoladora. Los libros nos acompañan en las noches de insomnio, en las vacaciones y en los duelos, siempre dispuestos a ofrecernos nuevas formas de mirar hacia el mundo. Son los imprescindibles en una isla desierta –caso hipotético de acabar allí.  Es un poco como la bella historia de Mary Shelley y Lord Byron, en aquella estancia mítica de Suiza en la cual, fascinados por las novelas góticas y habiendo terminado todas las que estaban en la biblioteca, decidieron escribir cuentos de fantasmas –Frankestein nació durante aquel viaje.   Y es que quizás se escribe para seguir leyendo: la emoción de volver a la escritura en marcha tiene algo semejante al  regreso cada noche a la novela a medio leer.

1- Sea como fuere, tan importante como leer es releer, de modo que en la maleta para la isla desierta, si está uno interesado en el arte, los museos y los coleccionistas no puede faltar un clásico muy contundente en la historia de la literatura, Bouvard y Pecuchet de Flaubert. Con él se pasará un muy buen rato y se reflexionará sobre la idea del museo-mausoleo de la cual hablaba Adorno.

2- Y si se quiere complementar este libro hay que regresar a otro texto de la llamada Posmodernidad, el artículo de Douglas Crimp “Sobre las ruinas del museo”, en el libro editado por Hal Foster La posmodernidad , un vintage  en la Editorial Kairós -¡del año 1985!

3- ¿Y cómo no llevarse un  texto que habla de un galerista fascinante? Leo Castelli y su círculo de Annie Cohen-Solal, publicado por Turner es otra buena opción.

4 y 5- Tampoco se puede renunciar a las vidas de artistas noveladas como la Leonora de Elena Poniatowka de Seix o la de Remedios Varo de Luis  Artigue , La mujer de nadie, aparecida en Linteo.

6 y 7- No pueden faltar las novelas que tomen el mundo de arte como campo de batalla de uno u otro modo, así que hay que meter a la maleta a Michel Houellebecq y  El mapa y el territorio , de la siempre acertada Anagrama, y un libro de prosa irresistible de la editorial Periférica, estupenda para ficción sofisticada: Los estratos de Juan Cárdenas.

8- A falta de poesía, para no caer en lo melancólico, debe uno llevarse a Hélène Cixous y Poetas en pintura.Escritos sobre arte: de Rembrandt a Nancy Spero (Ellago ediciones) , lleno de esas visiones prodigiosas de la filósofa sobre el mundo.

9- Para los que quieran estar al día en arte más actual no puede faltar Bourriaud y su Estética relacional de Adriana Hidalgo, sin duda una de las editoriales de ensayo más interesantes en español.

10- Tampoco puede uno dejar en casa a Aby Warburg, el gran pensador de la historia del arte que, además, ha sido releído como aportación vanguardista. El libro editado por Sexto Piso, El ritual de la serpiente, puede ser una buena introducción.

11- Y como en la isla seguro que echamos de menos la ciudad -pasa siempre-,  es básico meter en la maleta alguno de los textos de Warhol. Nadie ha contado (Norte)América mejor que él, de modo que no se lo dejen encima de la mesa del recibidor, con las prisas, al salir.

En todo caso, tampoco hay  que irse a una isla desierta para leer: basta con dedicarle un ratito cada noche en lugar de ver los horrores de la tele.

¡Feliz lectura!

La paradoja de la cotorra

Por: | 15 de mayo de 2014


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Marc Camille Chaimowicz, Traditional Wallpaper, 2008. Fotos: Roberto Ruiz


Barcelona es la ciudad europea que ha sufrido un mayor incremento en el número de turistas durante los últimos años y también la capital con más cotorras argentinas, hasta 300.000 ejemplares. Así es. La chillona Miopsitta Monachus es un ave invasora que fue importada como animal de compañía, pero se ha comprobado que estos loritos no son unas apacibles mascotas sino más bien depredadores que destrozan la vegetación de su entorno para rapiñar las ramas con las que construirán sus enormes nidos. Devoran frutos de huertos urbanos, piñas, hierbas y hasta roban el pan con el que las abuelitas alimentan a las palomas. Tienen sus colonias en la Ciudadella, la Avinguda Diagonal y el Barri Gótico. En la Plaza Villa de Madrid anidan centenares de estas especies, pero sus gritos aparecen ahogados por la indiferencia y el colapso de los turistas. Una auténtica plaga.
     En el primer piso de un estrecho edificio del carrer D' en Bot, frente a la necrópolis romana y a pocos metros del Ateneu, un nuevo centro de arte rinde culto a estas exóticas bestias (y un sofista podría añadir que también Barcelona se ha convertido en un monumental y atractivo parque para cultivar y entretener a otra especie no menos invasora ni de menor ricura como son los veraneantes, viajeros y pasajeros atraídos por el variado espectáculo gastronómico-cultural que les ofrece la ciudad). The Green Parrot se define como una asociación sin ánimo de lucro que edita, exhibe y promueve el trabajo de jóvenes artistas internacionales. Dada la cantidad de personas implicadas en la compra y venta de arte y la porosidad de la barrera que separa la obra del taller del artista y la del museo, esta fórmula inédita de intercambio entre comisarios, artistas, coleccionistas y editores resulta muy oxigenante. The Green Parrot no es una galería comercial al uso, ni una fundación privada. Nace del entusiasmo de dos jóvenes emprendedores que siguen el modelo de los nuevos espacios de arte anglosajones. Rosa María Lleó y Joao Laia huyen de la pluralidad trivializada, del academicismo de gran parte del arte activista y de los gestos oportunistas del mercado y los responsables políticos (que parecen actuar a la par). Operan en una vía mucho más dinámica y alternativa, gracias a las donaciones y aportaciones de mecenas y socios. En los últimos años, Barcelona ha sumado otros tres centros de perfil parecido: HalfHouse (Av. Vallvidrera, 61) -con un lustro de actividad-, Homesession (Carrer de la Creu dels Molers, 15) y Theblue project Foundation (Princesa, 51). 

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Arriba, instalación realizada con cortinas de Lúa Coderch. Sobre estas líneas, esculturas de David Mutiloa

La popular revista de diseño “The World of Interiors” da título a una colectiva que reúne esculturas, instalaciones, música y elementos decorativos realizados específicamente para este espacio y que exploran diferentes significados de la palabra “interior” como un término no solamente relacionado con lo doméstico sino con la subjetividad. Los firman Lúa Coderch, Marc Camille Chaimowicz, Diogo Evangelista, Henning Lundkvist y David Mutiloa.
Convenía este elemento de fantasía en los circuitos de arte, y más aún en un mercado de altísima velocidad que acaparan las tres grandes salas de subastas (Christie's, Sotheby's, Phillips) y media docena de poderosísimos dealers. ¿Hasta cuánto puede llegar la puja? En el libro titulado “The Supermodel and the Brillo Box” (Palgrave Macmillan ed.), el profesor de Márketing y Estrategias de la Universidad de Toronto, Don Thompson (autor del bestséller “El tiburón de peluche de 12 millones de dólares”) profiere que la mitad de las obras de arte vendidas en subastas durante el año pasado probablemente nunca volverán a superar su precio de adjudicación. Y destapa una práctica cada vez más habitual en las transacciones de arte: los poseedores de una pieza cotizada optan por la venta en el mercado negro en lugar de en subastas, por la confidencialidad, el anonimato y la inmediatez de la compra. Otra tendencia es que las galerías están dejando de exhibir obras de artistas jóvenes en favor de autores de más edad o del talento “pasado por alto”, una manera de esquivar el alza de precios de artistas muy jóvenes o de grandes firmas. Chris Dercon, director de la Tate Modern, ironiza: “Lo más sexy ahora es volver a descubrir un artista de por lo menos 95 años de edad”. Es la nueva cacofonía del mercado. Repitan para sus adentros: “El mercado es una cotorra que todo lo arrasa”

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Obres de la colectiva "The World of Interiors": Vinilo de Henning Lundvkist; instalación con cortinas, de Lúa Coderch.

“The World of Interiors”. Colectiva. The Green Parrot. Carrer d' en Bot, 21-1ª. Barcelona. Hasta el 30 de mayo. www.thegreenparrot.org

Todo a cien: Tutankamón replicado

Por: | 05 de mayo de 2014

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Imagen del comic de Peter Duggan

En 1986 The Bangles lanzaban una canción que iba a alcanzar los números uno en todas partes: Walk like an Eyptian : “Las antiguas pinturas de las tumbas/bailan el baile de la arena, ¿sabes?/ Si se mueven demasiado deprisa/ se caerán como en un juego de dominó.” Y todos bailábamos como los egipcios, siempre de perfil. Hasta el propio Michael Jackson bailaba de perfil.

No era la primera vez que los egipcios llegaban al número uno de popularidad, piensen en la Cleopatra de Liz o en las decenas de películas de momias –seguro que alguna incluso porno, que hay gustos para todo-, empezando por la clásica de 1932 con Boris Karloff, -qué miedo- y siguiendo con el resto de versiones  degradadas, las que ponen a menudo en los viajes de Renfe. Eso por no hablar de la exposición de Tutankamón de los 70 del XX.

Como el rey del oro se le presentaría y se le percibiría  también en la citada muestra que recorrería algunas ciudades europeas y de los Estados Unidos inaugurando, según ciertos autores, lo que años después sería una práctica habitual en nuestros museos: la alta cultura convertida en un fenómeno de masas. La histeria colectiva en torno al personaje transformaba el que había sido el papel de los museos hasta aquel momento. Estaba claro que se exhibían los objetos de un personaje de culto, muy popular, pero un valor añadido era sin duda que muchos de ellos eran... de oro. Así se publicitaba la muestra -“Los tesoros de Tutankamón”- que,  al tiempo, le confirmaría como el faraón de las grandes riquezas un poco a la manera de las estrellas del Hollywood de los 50.

Y es que ni los fenicios, ni Mesopotamia, ni siquiera los Etruscos… Egipto es imbatible. De todas las civilizaciones extinguidas es la que más éxitos ha cosechado a lo largo de la historia con sus pirámides y, en especial, con esas momias raptadas por el Museo Británico que siguen acumulando a los visitantes  fascinados frente a los sarcófagos. Sea como fuere, de todo el “famoseo” del Imperio Nuevo, sin duda quien ha acaparado más flashes a lo largo de los años ha sido  el citado Tutankamón, cuya tumba se descubría en noviembre 1922, en plena época decó.

No obstante, es rara su fama porque no se sabe nada de su vida. Como muy bien comentaba Howard Carter, el descubridor de la tumba, “en el estado actual de nuestro conocimiento podemos decir sin faltar a la verdad que el hecho básico de su vida es que murió y fue enterrado.”  Es verdad. Parece extraordinario que alguien adquiera la tremenda popularidad del rey  Tutankamón sin que quede constancia de alguna hazaña en su biografía; es extraño que alguien se convierta en personaje de culto por una causa en el fondo tan banal como morirse y ser enterrado. Nadie sabe a ciencia cierta qué hizo durante su corta vida pues, sigue reflexionando el propio Carter en las páginas de 1923, donde se relatan las hazañas del descubrimiento: “Estamos llegando a conocer hasta el último detalle de lo que tenía, pero qué era y qué hizo tristemente siguen siendo asuntos abiertos a la  investigación.”  

Incluso ahora, tantos años después, Tutankamón continúa siendo un famosísimo gran desconocido, una celebridad sólo eclipsada por Cleopatra en las fantasías colectivas. Inusualmente joven -un “joven rey”, como le llama  la cubana Dulce María Loynaz en su maravilloso poema-, bellísimo y desafiante como le representa su sarcófago -los pómulos perfectos, el rostro distinguido, la boca carnosa, los ojos ligeramente rasgados...-, Tutankamón se dibuja en el imaginario colectivo como la más deseable de las momias, aquella que hubiéramos podido amar en el más exasperado delirio de exotismo necrófilo, a la manera de la poeta cubana.

Ahora, y quien sabe si siguiendo los pasos del resto de copias como la “Neocueva de Altamira”, se ha construido una réplica exacta de la tumba de Tutankamón que quienes la han visitado ya comentan que, aunque a ratos se ve que es falsa, guarda momentos de gran intensidad –supongo porque se reproduce la claustrofobia original. La “neotumba” ha sido replicada por la empresa madrileña Factum Arte, cuya perfección se pudo comprobar en la estupenda exposición de Piranesi en la Caixa. Allí se habían construido a todo tamaño algunas de las antigüedades en las estampas aunque a mí, pese a  apreciar la idea y la perfección del producto, me causaba un poco se repelús ver eso tan fuera de lugar, lo confieso.  

Y ahora…. la “neotumba”. Se dice, una vez más, que su finalidad es preservar la original, muy maltrecha  pese al control de visitas.  La “neotumba” tiene varias ventajas, por ejemplo, admitir muchas más personas a la vez. Y luego, claro, el precio: costará menos que visitar la tumba original, igual que quien se compra uno de esos perfumes que imitan el olor de las marcas conocidas.  De modo que, esta vez, no voy a hablar del aura del original ni de la emoción única; ni siquiera de todo lo que tiene que ver con Occidente y nuestro concepto de la  copia –o réplica- como negativa. En este caso el tan comentado asunto de la conservación parece un poco una broma: o no se  puede visitar la original porque se daña o se puede visitar sin más. Poner un precio de todo a cien para ver la réplica parece un contrasentido. Además, cuentan que dice el Ministro del ramo que muchos turistas irán a ver la réplica  para compararla con la original –o sea que se hará una doble caja. Lo único que falta en la réplica, he leído, es el propio rey replicado, por respeto dicen, como si no fuera ya bastante poco respeto el hecho mismo de mostrar  momias o líderes embalsamados donde menos te lo esperas. Desde luego me parece que en estas cuestiones subyace cierta doble moral, en especial cuando se argumenta que se hace la réplica por motivos de conservación. Entonces… ¿por qué seguir dejando entrar a los turistas? ¿Acabará la “neotumba” por ser el premio de consolación, el todo a cien, para los viajes masivos, bailando todos como los egipcios?

Otra vez Banksy en portada

Por: | 28 de abril de 2014

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Una  nueva pieza de Street Art en Cheltenham atribuida a Banksy. Fotografía Matt Cardy/Getty Images

Total no hace tanto que hablar de Banksy era hablar de un tema sólo apto para radicales o al menos entendidos en Street Art, ese arte callejero que desde los 80 empezó a proliferar en la escena artística de las grandes ciudades postindustriales, en especial en Nueva York y Londres. La gente entonces se jugaba literalmente la vida –o al menos una multa o la cárcel- por dejar su impronta en un edificio o un vagón de metro casi en marcha. Entonces las cosas eran salvajes, como el lado salvaje de la canción de Lou Reed,  y los trayectos diarios se hacían  en Nueva York subidos a unos vagones llenos de pintadas que no valían nada más que el valor del acto mismo, la firma, el estar allí entonces como acto político y de guerrilla urbana. Eran otros tiempos que recordaban a la actual escena de Sao Paulo, una ciudad llena de pintadas en lo alto y exterior de sus edificios para que puedan verse desde las autopistas que ayudan a sobrellevar los trayectos en la ciudad  brasileña plagada de atascos imposibles e inundada de una luz prodigiosa.

Sin embargo y pese a sus inicios de crítica social, el arte callejero fue comercializándose hasta que se convirtió en el fenómeno que parece ser hoy –y sé que esto no va a ser muy popular entre los más fanáticos-: cierta manifestación digerida y domesticada que, desde el metro o las calles, pasaba directamente a las galerías de arte… y al mercado. En esos años dorados de Nueva York nada, incluido el arte callejero, hacía concesiones. Eran años de una ciudad gobernada por una escena artística que buscaba el límite, las mezclas, y en la cual las nuevas galerías hacían realidad lo que, quienes hayan tenido el privilegio de vivir en Nueva York entonces, comprobaban día a día: en el metro, al lado del sin techo, viajaba una mujer elegante con un visón hasta los tobillos. Hoy, en medio de un Nueva York con una calle Bowery -en pleno Lower East Side, la que fuera la zona más tirada y excitante, la guarida de Paul Bowles- llena de edificios de la New York University con sus niños upperclass y sus cafés de zumos orgánicos, aquella mezcla parece mentira, pero el mundo cambia y se aburguesa.

En aquellos barrios hasta peligrosos de Manhattan, especialmente en las avenidas A,B,C y D –la Alphabet City- los estudios eran aún baratos en los 80 y los jóvenes galeristas compartían la calle con grandes hogueras para calentar a los que no tenían donde ir. Jugando a los contrastes en una Manhattan viva -y no el  centro comercial en el cual se ha convertido-, las mujeres de los visones hasta los tobillos bajaban de sus coches lujosos para conocer lo que allí ocurría y sentían, supongo, el vértigo de vivir lo prohibido.

Fue en esos mismos 80 cuando el Street Art, último recurso del arte político, fue dejando de ser político y pasó a ser parte de la distracción de las clases medias con ansias de subversión ordenada. Ocurrió con Jean Michel Basquiat –SAMO, SAME Old Shit (la mierda de siempre)- y Keith Haring, quienes muy pronto pasaron a ser los niños mimados de la escena del downtown –y al rato del uptown a través de Warhol- y hasta con Jenny Holzer que, antes de tomar la espiral del Guggenheim –todo lujo- intervino las calles. Qué tiempos….

Por eso cuando apareció Banksy en escena todos los adictos al arte callejero, los que creemos que es una de las pocas posibles fórmulas de un arte  de guerrilla en un mundo caudriculado, pensamos que se trataba de un advenimiento. Siempre crítico, sorprendente, irónico, tratando de mantener oculta su identidad para no llegar a ser jamás famoso ni entrar en los juegos del mercado… parecía ser un poco la voz de la conciencia colectiva, ésa que se revuelve a veces viendo todo lo que se vende o se subasta: también lo que está pensado contra el sistema,  tal y como ocurrió con Basquiat. Eran las mismas reflexiones sobre el éxito –y la fama fácil- que planteaba en su película de culto, Exit through the Gift Shop ,  donde un personaje hasta cierto punto creado por Banksy,  Mr. Braiwash, acaba por simbolizar lo peor en el campo del arte callejero: volverse comercial.

Aún así, desde esos inicios hasta hora las cosas han cambiado mucho con Banksy, en parte  debido a la avidez del mercado y en parte porque en los últimos años se ha hablado demasiado de él, se le ha convertido en noticia, tal vez también debido a su propia estrategia de ocultamiento, quién sabe. Ocurrió con la famosa subasta de la pieza arrancada de un muro que al final despertó la discusión de la propiedad del propio arte callejero: ¿es mío lo que está en el muro de mi propiedad o es de todos, de la calle, porque está en la calle?

Ahora ha vuelto a aparecer un obra irónica -y bien pitada, porque la verdad es que Banksy pinta bien- que los expertos creen que es obra suya y, como es siempre noticia, los visitantes peregrinan hasta Cheltenham para verla… y ver si vuelven a tener una mina de oro en la pared. De cualquier manera, la discusión vuelve a aparecer y las preguntas no cesan. Dejemos de un lado cuestiones como la propiedad y, más aún la autoría y sus paradojas -¿vale más una obra de Street Art, en  esencia de naturaleza anónima, si es de Banksy y debe ser así? Dejemos también a un lado la costumbre de invitar a street artistas a “intervenir” en lugares con fecha u hora cerradas -que es me parece desvirtuar la esencia de este tipo de arte, tan contra natura como llevar una pieza de Street Art a una galería o una sala de subastas. Lo interesante es cómo Banksy se ha convertido en un artista de moda al cual todos corren a ver; lo curioso es cómo ha cambiado  su círculo de admiradores que han dejado de ser cutting edge  para pasar a ser gentes corrientes, aficionados al arte, igual que pasó con Haring y Basquiat.

Así que dejando a un lado la autoría –¿por qué iba a importar quien ha hecho una obra de Street Art sin firmar?-,  lo importante no es si es no es “arte” –imposible de dirimir en última instancia porque “arte” es lo que consensuamos que es “arte”-, sino qué significa ese cambio de un público  radical a uno más burgués y más culto. ¿Cómo puede influir dicho cambio en la percepción de Banksy? ¿Es eso lo que buscaba el artista, ponernos en chaque? Y, de ser así, ¿por qué? Lo único seguro es que ha dejado de ser un artista de culto y ha pasado a ser un artista de moda, pero ya se sabe que este maldito sistema se lo traga todo. La cuestión acaba por ser si no será él mismo el que alimenta el mito. ¿Parte de su juego? La  cuestión se si en este juego deja de perder radicalidad su propuesta; si, a pesar de mantener el anonimato, no es una forma de convertir al mito en leyenda.

Desahucios artísticos

Por: | 19 de abril de 2014

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Hace unos días, la edición digital de The Art Newspaper publicaba un artículo firmado por Cristina Ruiz bajo el provocador título “Dealing direct: Do artist really need galleries?” (Trato directo: ¿De verdad los artistas necesitan a las galerías?). El texto aireaba algunas prácticas cada vez más comunes en el sistema del arte y estaba ilustrado con el caso de la artista portuguesa Joana Vasconcelos (1971). En marzo de 2013 su galería, Haunch of Venison, cerraba sus dos espacios en Londres y Nueva York tras ser adquirida por Christie's. Lo que podía haber sido un desahucio artístico en toda regla tuvo para Vasconcelos unas consecuencias beatificadoras: la artista lusa representó ese mismo año a Portugal en la Bienal de Venecia, consiguió instalar algunas de sus esculturas en espacios públicos de Oporto y Lisboa y produjo nuevas piezas para algunos centros de arte de Inglaterra.

Su obra de grandes dimensiones, “Lilicòptere” (2012) -un helicóptero Bell 47 decorado con plumas de avestruz, pan de oro y cristales Swarovski- había sido exhibida unos meses antes en Versalles y poco después adquirida por un coleccionista privado tan caprichoso como Marie Antoniette. Pero el falso potentado nunca llegó a pagar la millonaria factura y Haunch tuvo que cerrar. La luciérnaga mecánica acabó posándose en el hangar que le había reservado Christie's y allí permaneció junto a otros bichos del fondo de la antigua galería hasta que fueron puestos en subasta en el último año.

Vasconcelos tiene su estudio en Lisboa, donde 45 operarios dan forma a las ideas de la artista. “Me gustaría volver a trabajar con una galería importante, pero no hay prisa. He tenido un montón de invitaciones, pero hasta ahora no me ha interesado ninguna. De momento, seguiré trabajando con una red de espacios más pequeños”, ha declarado la escultora. Su caso no es el único. Muchos creadores que apenas superan los cuarenta contratan a managers que se dedican a recaudar fondos para la producción de nuevas obras, se comunican directamente con coleccionistas y entablan amistad con curadores y críticos. ¿Qué sentido tiene pagar una comisión del cincuenta por ciento a una galería cuando ellos cuentan con su propio staff?

El artista angloindio Anish Kapoor o el catalán Jaume Plensa consiguen trabajar independientemente de cualquier galería a pesar de tener una relación estrecha con ellas. Todavía hoy recordamos aquella jornada del 15 de septiembre de 2008 en Londres, protagonizada por el perspicaz Damien Hirst, que acabó vendiendo directamente sus obras en Sotheby's con la complicidad de su dealer, Larry Gagosian. Su “Becerro de oro” fue adquirido por 10.500.000 libras y, por arte de birlibirloque, doscientas obras más consiguieron mantener y hasta aumentar su cotización tras el colapso financiero de Lehman Brothers, pocas horas antes en Nueva York.

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Y no solo los grandes. Artistas aún más jóvenes, que han crecido en la era de la comunicación instantánea, son increíblemente hábiles a la hora de promocionar sus obras. Hoy hace exactamente cuatro años del estreno del documental “Exit Through the Gift Shop” (Salida por la tienda de regalos), dirigida por el artista callejero Banksy. Un crítico de arte definió la película como “una sala de espejos extraordinaria que descubre lo que sucede cuando la fama artística global se convierte en anónima, los artistas en objetos y los fanáticos en artistas”. El grafittero más popular del mundo ya ha vendido obras a golpe de mazo. ¿Situacionismo en las casas de subastas?

 

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 Joan Miró delante de una fotografía suya, en la galería Joan Prats con Manel y Joan de Muga. 1976

Dentro de pocas semanas, la Joan Prats cerrará su espacio de Rambla de Catalunya como consecuencia de una subida drástica del alquiler de la sala. Recomendamos la visita, al menos como reflexión. La galería fotográfica colocada en el hall es un recuerdo inefable de los 38 años de actividad, con unos primeros años que destilaban la fuerza trinitaria de Joan Miró, Joan Prats y Josep Lluís Sert.

La réplica a esta exposición se encuentra en Estrany & de la Mota. Se trata de una carambola entre dealers y comisarios de la que resulta una colectiva de artistas no necesariamente representados por la galería. Nada que objetar, y menos en unos momentos en que el efecto dominó de la Ley de Arrendamientos -que obliga a los establecimientos a renegociar el alquiler a precio de mercado- ya ha empezado a barrer del mapa algunos establecimientos históricos, de manera que calles tradicionalmente “artísticas” como Consell de Cent y proximidades son hoy la sombra alargada de lo que que habían sido.

 Presencia de Galería Joan Prats”. Rambla de Catalunya, 54 i Carrer Balmes, 54. Barcelona. Hasta el 30 de mayo.

Jugada a tres bandas. Textura/Trama/Abstracción”. Galería Estrany & de la Mota. Passatge Mercader, 18, bajos. Barcelona. Comisario: Frederic Montornés. Hasta el 26 de abril.

 

 

 

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