Nunca se han hecho tantas fotos como ahora, sobre todo porque jamás ha sido tan fácil hacer fotos. Desde el móvil cualquiera de nosotros puede convertirse en reportero improvisado, testigo gráfico de una historia cuya imagen acaba incluso en la portada de un periódico después de haber subido la instantánea casera a Internet. Ocurrió con la destrucción del estudio del disidente Ai Weiwei en Pekín: alguien que pasaba por allí tomó con su móvil una foto sobre la marcha, la esencia de la auténtica noticia –“está pasando, lo estás viendo”- y la obra de aquel amateur anónimo dio la vuelta al mundo.
Esto antes no pasaba –o pasaba al menos de otra manera. Sobre todo porque hasta los años 80 el siglo XIX no se inventa un tipo de máquina manejable y una película rápida. Se tambalea entonces lo que había sido la esencia de la fotografía: buscar una pose, estarse quieto.... “mirar al pajarito”. A partir de esas nuevas invenciones- si bien al principio de forma tímida porque las máquinas eran un objeto caro- junto a las imágenes “posadas”, las que tenían códigos para los caballeros burgueses, los bebés, las parejas, las señoritas avispadas, con fondos de ciudades, lunas y estrellas, ramos de flores pintados... , esas fotografías de los abuelos o los padres que todos guardamos en nuestro álbum familiar, empezaban a aparecer fotos más inmediatas, hasta “robadas”. Para algunos eran fotos más “reales”, aunque sería tal vez mejor decir más espontáneas, como las maravillosas propuestas de Lartigue. El fotógrafo, autodidacta, es uno de los primeros amateurs. En Lartigue todo parece inmediato, fácil, aéreo y al mirar sus trabajos, tan espontáneos, tan elegantes, tan perfectos aunque sean de alguien no profesional, siempre viene a la cabeza el mismo viejo dilema: ¿basta con tener una cámara y hacer una foto para hacer una buena foto? ¿Depende la calidad de una foto del hecho o no de haber sido realizada con posado? ¿Son todas las fotos iguales? ¿Cuáles pueden llegar a tener la categoría “arte”, entendido el término como aquél aplicado a lo que se muestra en los lugares del arte, por ejemplo museos?
Las respuestas no me parecen nada sencillas y no sólo porque las diferencias entre “posado” y “no posado” –que podría ser el primer parámetro de juicio- terminan por ser complejas, escurridizas, como muestra el último número de C Photo, editado por Ivory Press. Lo deja claro la creativa selección de Tobia Bezzola -desde clásicos como Lartigue o Weegee, hasta artistas actuales que usan la foto, paparazzi que fingen los “no posados” o imágenes de archivos policiales, por tanto asépticas, sin intencionalidad, puro documento, que en algunos casos terminan por tener una fuerza capaz de competir con las mejores fotos de estudio. Pues ¿hasta qué punto no tiene toda foto un poco de esencia de posado, incluso en la selección final para buscar de la mejor imagen? Por ejemplo, al norteamericano Weegee, también aficionado a las fotos de los bajos fondos y cuya exposición de imágenes de los 30 y 40 se puede ver ahora en el Centro Internacional de fotografía de Nueva York, se le acusa a menudo de “arreglar” las escenas del crimen para darles más “realismo”, convirtiendo de alguna manera lo no posado en posado.
No obstante, hay algo que todos notamos nada más ver una buena foto, amateur o profesional, posada o no posada. Algo que me gustaría llamar el “ojo”, saber mirar, saber hacia dónde mirar, que tal vez no se aprende –o que se aprende mirando si uno tiene suerte. Eso distingue unas fotos de otras y eso hace que algunas fotos en principio hechas sin grandes ambiciones como las de Lartigue, puro documento familiar, hayan dado el salto a las salas de exposición. La imagen, claro, tampoco tiene por qué ser bella, como exigían los viejos parámetros -ya se sabe que en el arte contemporáneo la contemplación ha sido sustituida por el análisis.
Así que no me vengan a decir que todos somos iguales con la máquina: hay quien hace buenas fotos y quienes las hacemos más bien malas. Y que no me vengan tampoco a decir que determinadas fotos adquieren cierto status porque la mirada del experto, de la crítica, las rescata, las “promociona”. Prueben a poner una foto de Lartigue -o de cualquier fotógrafo actual de calidad- al lado de un coeténao mediocre: la diferencia resulta innegable.
Foto superior: The Barlow Family (2007), de Thomas Struth, incluida en el nuevo número de CPhoto. Segunda imagen: Bibi, sombra y reflejo. Hendaya, agosto de 1927, de Jacques Henri Lartigue
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