La Salle Blanche (1975), de Marcel Broodthaers
¿Cómo llamar la atención en un lugar muy lleno que todo el mundo espera que esté muy lleno, irremediablemente lleno? Muy sencillo: basta con vaciar el espacio y se atraerá la atención del visitante hastiado ante la abundancia.
Aunque a veces los espacios se vacían para crear lo que ahora se denomina “crítica institucional”, un debate sobre el poder y la función de las instituciones desde las propias instituciones. Esta opción, al menos en la actualidad, no está exenta de problemas. Es más, se trata de un arma de doble filo porque el sistema, eficaz y glotón, convierte la supuesta crítica en institucionalización o, peor aún, en fashionismo . Hablando de “crítica institucional” referida a los museos y dejando a un lado a dadaístas y futurista –quienes pensaban tirar por la calle de en medio y quemarlos-, el artista contemporáneo más radical al respecto ha sido el belga Marcel Broodthaers, quien a finales de los 60 del XX inauguraba un museo ficticio en cuyas salas sin visitantes podían verse sólo cajas vacías de embalaje, cerradas. El juego era muy potente: se desvelaba el secreto mejor guardado del museo, lo que el visitante no ve. Las cajas vacías, el espacio desierto, presagiaban una relectura de la institución-museo que sigue vigente hoy.
Desde luego, vaciar lo lleno –y los espacios expositivos suelen estar a tope- es una técnica clara de llamar la atención del visitante y, en el mejor de los casos, de animarle a la reflexión. Sucedió con la Bienal de Sao Paulo comisariada por Ivo Mesquita que pasará a la historia como “la bienal vacía”, pese a que no estaba vacía en realidad, sino que había sido aligerada de obras y había apostado por un tipo de planteamientos artísticos que exigían un esfuerzo de lectura por parte del espectador.
Apoyada en una sección documental básica, aquella bienal trataba de usar el espacio del poder como vehículo para hablar de cómo las cosas debían y podían ser distintas. A veces menos es más y, sobre todo, a veces las atiborradas bienales se parecen demasiado a una feria de arte.
Hasta aquí nada que objetar. Ya decía Michel Foucault que en este mundo moderno es imposible derribar el muro del poder: más vale buscar los resquicios, entrar por las ranuras. Así que lo básico es determinar no tanto las estrategias -que están claras-, sino los lugares donde se pueden llevar a cabo las estrategias, donde son de verdad eficaces y no se convierten en un guiño... o, peor aún, en una simple estrategia de mercado.
Por eso siento una enorme ambivalencia hacia la propuesta que plantean para esta edicón de la feria Arco desde la Galería Espacio Mínimo de Madrid, por otro lado una de las más interesantes de la ciudad, con una trayectoria impecable y que cuenta entre sus artistas con algunos nombres tan especiales como Liliana Porter y ahora Juan Luis Moraza. Lo que plantean presentar en Arco es un espacio virtual “en un intento de replantear el sentido de las ferias y de su participación en ellas”, explica el mail informativo. “En el lugar de las obras de los artistas, sólo habrá información sobre ellas. Por su parte, las obras reales se encontrarán expuestas en el espacio Anexo de la galería, en su ubicación de la calle Doctor Fourquet de Madrid, convertido de esta forma en el auténtico stand.”
La idea en principio me parece muy buena, pero no por la razones que argumenta José Martínez Calvo, uno de sus directores, y recogen Ángeles García y Silvia Hernando: contribuir a que Arco sea un espacio “de intercambio de información entre galeristas y coleccionistas.” Porque ¿es esa la función de Arco, me pregunto? Yo pensaba que a Arco sobre todo se iba a comprar y a vender, aunque suene muy ordinario. Esa es la función de una feria de arte y me parece estupendo - todos nos alegramos de que sea la orientación que Carlos Urroz esté tratando de imprimir en esta nueva etapa. Es verdad que durante años Arco ha sido un lugar de encuentro, de paseo, de conferencias, con ínfulas de reflexión... vamos, todo menos una feria. Pero ahora ha cambiado: a eso lo llamo profesionalizarse. En Basilea la gente va a lo que va y es así debe ser.
Por eso soy tan ambivalente frente a la propuesta de Espacio Mínimo y por eso decía que me parecía buena, si bien por razones muy distintas de las románticas argumentadas por su director: si quieres destacar en un espacio lleno, vacía tu stand y todos se fijarán en ti. Diez sobre diez: desde luego han llamado la atención. Además, ese intercambio de informaciones entre coleccionistas y galeristas, tan necesario, no parece tener su lugar más adecuado en una feria, así que muy bien sacar la reflexión hacia la galería.
Lo malo es que todo junto chirría un poco no como estrategia, sino como lugar para llevar la estrategia a cabo. ¿Puede haber "crítica institucional" en una feria? Más aún: ¿es acaso precisa la "crítica institucional "en una feria o allí desplegada acaba por ser una simple estrategia de mercado?
Hay 1 Comentarios
http://nelygarcia.wordpress.com. Toda Feria, o Bienal, está acompañada de intereses disfrazados, o no. El hecho de participar ya supone publicidad para galerías y artistas; si las estrategias cambian para atraer los visitantes, las expectativas, siguen siendo las mismas.
Publicado por: Nely | 14/02/2012 9:46:43