Fotografía aérea de la Spiral Jetty (1970) en Great Salt Lake, Utah. Robert Smithson
RONDA DE GALERÍAS / Barcelona
Desde que Walter Benjamin lanzara su llamamiento a “los creadores de izquierdas a alinearse con el proletariado” (“El autor como productor”, 1934), los intentos del artista de “transformar” el aparato del sistema no han cesado de sembrar el siglo XX de episodios y corrientes artísticas. Asumir un lugar junto al trabajador suponía ir más allá de las problemáticas productivistas como desafío de la misma actividad de representación. Pero ¿qué clase de lugar era ese?, ¿el de un benefactor, el de un mecenas ideológico? Para Benjamin se trataba de un lugar imposible, pues la solidaridad que debía contar estaba en la práctica material y no tanto en la actitud política.
Durante los setenta y ochenta, el artista etnógrafo cree encontrar uno de esos lugares en el otro social, pero rápidamente la institución/museo codifica esas nuevas prácticas situando a ese artista como intérprete del texto cultural, un ego ideal vestido como un archivero jefe pero con gran arrogancia y ansiedad social. A esta luz, la antropología artística participará de los modelos contradictorios que dominarán la creación contemporánea: por un lado, la muerte del autor; por otro, la revivificación del mito del Otro que ahora no vive en la “exterioridad” sino integrado en el sistema del arte.
Dos exposiciones buscan el reflejo del patronazgo ideológico en un supuesto realista, si bien en ambos casos la formalización de las obras resulta débil, cuando no banal, hasta el punto de que al visitante le costará entender el sentido de estos trabajos y su diseminación discursiva en el espacio. En la galería Àngels Barcelona, Daniela Ortiz (Cuzco, 1985), propone un ejemplo de cómo la labor del artista-etnógrafo ha de ser contextual: la exploración del trabajador como sujeto social marcado por la diferencia (sexual, étnica, económica).
Ortiz trata la carencia de trabajo y hogar como “lugar para el arte” y la enmarca en la actual crisis económica y de fuerte crecimiento del desempleo. Y así, propone la inversión de la forma común de los movimientos migratorios previos a la depresión económica con la convocatoria de un puesto de trabajo en Perú. A partir de un anuncio colgado en la web www.loquo.com, preselecciona a once personas (todos hombres y españoles); sólo uno conseguirá el trabajo como obrero de la construcción. Las fotografías de los candidatos y un vídeo con las entrevistas y otros documentos esbozan un mapa laboral del nuevo orden global donde la autoridad económica, y no la social, se arroga el derecho del control de los flujos migratorios.
Pese a la perspicacia de esta obra, titulada “Inversión” -nótese la doble acepción del título-, semejante enfoque deconstructivo podría dejar aflorar la duplicidad de ciertas tácticas cínicas en las que el artista, la galería y el museo suelen incurrir: la ética de la crítica y el nuevo status de la obra resultante dentro del mercado. Para disipar dudas, sería conveniente que la artista proporcionara información sobre la identidad del empresario (¿coleccionista?, ¿mecenas?) que se hace cargo de la producción de la obra y de la contratación del individuo; y si en el caso de venderse la obra, el trabajador sería recompensado con algo más que el puesto de trabajo.
Por su parte, Fran Meana (Avilés, 1982) articula su relato alrededor de un vídeo, documentos y objetos encontrados para narrar la historia de un individuo que durante los años cincuenta emigra a Venezuela con la ilusión de prosperar. Su fracaso y posterior retorno al norte de España, en pleno proceso de reconversión de los astilleros asturianos, le llevan a emprender un proyecto utópico en una fábrica: la creación de una máquina de movimiento continuo.
Richard Serra. Fotografía: Malcolm Lubliner
Abajo, Robert Smithson
El trabajo de Meana se extravía por anécdotas reales y ficciones que intentan dar validez a la idea de que “algunas cosas no funcionan y aún así son útiles”, mientras traza un paralelismo entre la rutina del trabajador real y el uso de materiales industriales de artistas como Robert Smithson o Richard Serra. El resultado es un desbarajuste de imágenes y materiales, una exposición imposible de reajustar antropológicamente como lugar de compromiso, ni siquiera en nuestra imaginación.
“Inversión”. Daniela Ortiz”. Galería Àngels Barcelona. Carrer Fortuny, 27. Barcelona. Hasta el 30 de marzo.
“Greenroom”. Fran Meana. Galería Nogueras & Blanchard. Carrer Xuclà, 7. Barcelona. Hasta el 16 de marzo.
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