In the street, Berlin (2001-2003), de Boris Mikhailov. Cortesía Galería Barbara Weiss
RONDA DE GALERÍAS / Berlín
Por Lara Sánchez
La complicada relación de Berlín con la extinta Unión Soviética resucita hoy a través de la retrospectiva del ucraniano Boris Mikhailov, Time is out of joint. Photography 1966-2011, organizada por la Berlinische Galerie hasta el 28 de mayo. El fotógrafo disfruta de una de las mejores reputaciones como artista desde los años sesenta cuando, en pleno régimen represor, los artistas disidentes celebraron sus series Rojas, un color que teñía retratos de la vida ordinaria de un modo sutilmente aterrador. Mikhailov se salvó por los pelos de la KGB para continuar reflejando cierta crítica a las sociedades totalitarias, tratando también aspectos del pasado alemán, de manera más cruda según pasa el tiempo y ambos países abrazan sistemas democráticos.
En la muestra se contempla su maestría a la hora de situar al individuo aparentemente aislado de la esfera ideológica aunque marcado por elementos insospechados. Una referencia al rojo o cualquiera de sus fotografías bajo la técnica de la superimposición son algunas de las herramientas que despiertan la capacidad crítica del espectador. Paralelamente, Mikhailov conoce a los conceptualistas de Moscú e introduce texto en sus imágenes (Viscidity, 1982). Más tarde reproduce (curiosamente a la par que The last resort, del británico Martin Parr), escenas de la decadencia lúdica rusa bañándose en zonas de vertido industrial en Salt Lake (1986). Mikhailov presenta al final de siglo unas durísimas reflexiones, tanto sobre el pasado alemán en su Ucrania ocupada por los nazis (Si yo fuera alemán… de 1994), como a la vida de individuos de escasos recursos tras el desmantelamiento de la URSS en Case history (1997) o la decadencia occidental en la tercera edad que pasea por las calles de Berlín (2000).
Un terror similar cubre hoy las paredes de la galería ARNDT, donde los británicos Gilbert and George se han atrevido, a la vez que la Reina Isabel II celebra su Jubileo, a mostrar el rostro rayado de la monarca del reverso de las monedas junto a unas series elaboradas alfabéticamente según 4.000 titulares sensacionalistas de su país: desde la A, de Armed, a la R de Rape, pasando por la K de Killer o la P de Priest. La muestra llega de Hong Kong y Londres para verse en Berlín hasta el 30 de mayo.
Detrás de la reputada Hamburger Bahnhof, referencia del arte contemporáneo en Berlín, la FRISCH Kuntshalle am Wasser presenta el trabajo de la española Eli Cortiñas, que además acaba de ganar la beca alemana para artistas Karl Schmidt-Rottluff, dotada de 35.000 euros. En el espacio se presentan instalaciones realizadas a partir de objetos obsoletos y una magnífica serie de collages a partir de publicaciones y revistas alemanas hoy anticuadas, a medio camino entre el surrealismo y la abstracción. Cortiñas impresiona especialmente con dos audiovisuales inquietantes sobre la mujer a partir de fotogramas cinematográficos, bien de espaldas (Confessions with an open curtain), bien de rostro y gestos intensamente dramáticos (Dial M for mother).
De otros mundos soñados, combinación del manejo como ilustrador y su doble nacionalidad francesa-alemana, trata Edouard Baribeaud. La exquisita galería Nolan Judin muestra orgullosa la exposición Hic sunt leones (Aquí vienen los leones) donde no hay ni una sola de sus acuarelas a gran formato que no refleje la confusión realidad-fantasía, intimidación incluida, muy atribuible a su educación en ambos países europeos: palmeras que alojan un barco abandonado, un gigantesco punto de luz que se adentra en un bosque azulado, un bloque industrial en medio de un océano violeta, o un King Kong enmarcado en una pared de cálidos rosas. A ella, en una crítica al mundo racional (sobre todo alemán), se suman las series Abismo y Les larmes de Hegel, donde blanco y negro y una espiral amenazadora marcan temas como el sexo, la familia, el poder absolutista, o la violencia.
Por último, en el espacio no comercial Art Laboratory, se exhibe el trabajo de tres artistas bajo la serie Time and Technology. Hasta finales de abril se plantean mundos paralelos y experimentos alternativos al control actual del hombre por la tecnología, destacando el encierro de diez días de Gretta Louw, solo en contacto con el exterior por medio de redes sociales; el resultado de nueve años de uso de GPS en los artistas Sophia New y Daniel Belasco; y Fantastic time machines, proyecto en el que Schlomit Lehavi, Sam Belinfante y Simon Lewandoswski otorgan el poder interactivo al espectador sobre diferentes sistemas audiovisuales y en red.