No fue un hecho fortuito que durante las primeras décadas del siglo XX un número increíblemente grande de fotógrafos estuviera revolucionando el medio como instrumento fundamental de la producción de imágenes dentro de la modernización de la vida diaria. En Europa, las tensiones y tendencias encarnadas en las prácticas fotográficas de la República de Weimar se hallaron en las transformaciones de las instituciones profesionales y educativas y en el aumento rápido de la necesidad de publicidad y diseño gráfico de la sociedad. Fue el primer asomo del proceso global de la industrialización de los nuevos deseos, y la fotografía se preparaba para dar acceso a formas de experiencia emancipada. Nacía la cultura de masas.
Por aquellos años, un fotógrafo llevó el retrato a sus formas más diferenciadas y dialécticas. Pero contrariamente a sus contemporáneos, lo hizo desde el camino tradicional de instrucción fotográfica: el taller del fotógrafo profesional. August Sander, por entonces un autor desconocido que regentaba un humilde estudio en Colonia, puso en marcha el proyecto enciclopédico “Menschen des 20. Jahrhunderts” (Ciudadanos del siglo XX), con el que pretendía documentar de manera exhaustiva los sujetos sociales de la República de Weimar. Su trabajo consiguió emancipar la fotografía del kitsch pictorialista y la estetización tecnocrática de la “Nueva Objetividad”. El proyecto de Sander desembocó en un archivo fisionómico de los estratos sociales, géneros y edades, profesiones, vocaciones y tipos. El resultado fue un retrato coral que ilustraba la estabilización política y económica de la época. Desde Westerwald, donde Sander pasó su infancia, a otras zonas de su país, Alemania entera pasó por delante de su objetivo. En sus series, el fotógrafo no indica nunca el nombre del retratado, pero sí apunta su oficio.
En su álbum, mineros, campesinos,
comerciantes y gente de todas las clases sociales miran a la cámara
de la misma manera. ¿Qué debió de
decirles a sus fotografiados para lograr una casi idéntica mirada de
cada uno de ellos? se pregunta John Berger en su ensayo "About Looking". ¿Qué pensaban todas aquellas personas frente
al objetivo? Sander previó la
clasificación y publicación de aquellos retratos en carpetas de 12
imágenes cada una, hasta llegar a acumular 600. En 1929 se publicó una selección preliminar con
el título “Antlitz der Zeit” (El rostro de nuestro tiempo) con
un prefacio del novelista Alfred Döblin, quien se fijó sobre todo
en los aspectos científicos de la obra:
“Así como hay una anatomía comparativa que nos permite comprender la naturaleza y la historia de los órganos, así también el fotógrafo ha producido aquí una fotografía comparativa, alcanzando con ello un punto de vista científico que lo aleja del simple fotógrafo del detalle. Sería lamentable que las circunstancias económicas impidieran la subsiguiente publicación de este extraordinario corpus…”.
Pero la obra de Sander era algo más que un libro de imágenes. Era un atlas de instrucción. Una vez más, la perspicacia de Walter Benjamin situaba aquel proyecto más allá de un medio que consideraba la visión de la cámara como una potente ampliación de la vida natural: “La naturaleza que habla a la cámara es distinta de la que habla a los ojos”, sentenció. El filósofo alemán comparó el “atlas” sociológico de Sander con los retratos de la cultura fotográfica y cinematográfica de la Unión Soviética: en ambos casos, la nueva clase social trabajadora no sólo "encontraba su representación adecuada, también se ponía en evidencia una preocupación por el conocimiento científico de una colectividad que desplazaba las falsas reivindicaciones de autonomía del sujeto burgués".
En 1934, el archivo fotográfico con decenas de miles de negativos y placas fue confiscado y destruido por el gobierno nazi. Fue una manera de erradicar la memoria de una sociedad extraordinariamente diferenciada, nacida de la primera democracia liberal alemana.
Con Sander, la realidad se convirtió en el campo de pruebas de la fotografía y el arte conceptual. Algunas décadas más tarde, los norteamericanos Ed Ruscha, Dan Graham y Douglas Huebler colocaron el “archivo” en el centro de su producción artística; y en Alemania, las tipologías industriales registradas por el matrimonio formado por Bernd y Hilla Becher establecieron una continuidad histórica con la vanguardia de Weimar, a las que se sumaron las prácticas conceptuales de los ochenta firmadas por Thomas Ruff, Thomas Struth, Candida Hoffer y Andreas Gursky.
Fotografías de Hans Eijkelboom exhibidas en la 30º edición de la Bienal de Sao Paulo
En los Países Bajos, Hans Eijkelboom (Arnhem, 1949) ha llevado el experimento de Sander al paroxismo. El fotógrafo holandés residente en Ámsterdam muestra su archivo de imágenes a la 30ª Bienal de Sao Paulo, donde confronta el resultado de sus expediciones antropológicas por las megalópolis de todo el mundo con el inventario sociológico del autor alemán. Su proyecto es un extenso archivo titulado “Photo Notes”, iniciado hace veinte años, que busca sistematizar el caos humano desde las formas y gestos más superficiales en las grandes urbes.
Desde su etapa conceptual, en los setenta, Eijkelboom se dedicó al autorretrato y al registro del hombre y la mujer de la calle, en la tradición de Eugène Atget, Cartier-Bresson, Robert Doisneau y Gary Winogrand. En 1981 comienza su “Homenaje a August Sander”, un proyecto para el cual pregunta a la gente anónima de su ciudad natal, “cuando observas a las personas y te das cuenta de que no todo el mundo es igual, ¿cuál es la primera división en grupos que te viene a la mente?”. El resultado es una parodia tipológica cruda y a la vez juguetona que anticipó sus futuras “Notas fotográficas”, que lleva realizando hasta hoy.
El caleidoscopio diario de Eijkelboom muestra lo carnavalesco de la aldea global, es un diario no exento de humor que exhibe los retratos de transeúntes uniformados (que llevan una camiseta con el rostro del Che o de las Spice Girls, ropas de camuflaje o bolsas que identifican las tiendas de moda) y que presumen de su mismidad frente al objetivo. Un trabajo que no busca la “dignidad de la diferencia”, como quiso Sander, sino documentar lo que es igual o nos hace iguales entre las innumerables multitudes. El fotógrafo crea un retrato colectivo universal donde la alienación es el ornamento del espacio colectivo.
Imágenes de la instalación de la obra de Eijkelboom confrontadas con los trabajos de August Sander. 30 ª Bienal de Sao Paulo.
Hay 2 Comentarios
Qué interesante. Gracias
Publicado por: Lara | 28/09/2012 13:14:39
WEll doned!
Publicado por: essay perfect | 26/09/2012 18:01:27