Galeristas

Por: | 03 de diciembre de 2012

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Juana Mordó (Salónica, Grecia, 1899 – Madrid, 1984), en su galería madrileña en 1981. Foto: Raúl Cancio


Hace muchos años, cuando Madrid era una ciudad donde las oportunidades de ver arte  actual eran más que escasas, las galerías jugaban un papel básico: mostrar lo que de otro modo la rancia sociedad de entonces no hubiera querido ni ver. Ahí estaba la mítica Juana Mordó que  iba encontrando su lugar en la ciudad  y más que eso: daba a la ciudad un poco de nuevo aire apostando por las últimas tendencias.
Esa sigue siendo la labor de las galerías: ir de avanzadilla, exhibir lo más joven, lo más inesperado, lo que luego el museo mostrará y que allí empezará a tener cierto regusto a cosa ya vista o, al menos, a propuesta menos radical –en el fondo, la percepción de la obra  depende en buena medida del lugar donde se expone. Sí, lo fue en el lúgubre Madrid de los 60 y lo sigue siendo, como demuestran las galerías de gente joven que van abriendo, miradas frescas y necesarias para que las cosas sigan avanzando.

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Soledad Lorenzo en 1990. Foto: Francisco Ontañón

Después de Mordó, otras grandes galeristas se fueron incorporando a la escena: Juana de Aizpuru, Helga de Alvear , Soledad Lorenzo (en riguroso orden alfabético), entre las más veterenas, además de Elvira González, más interesada en las vanguardias. En sus espacios, a lo largo de tantos años, se ha podido ver lo nuevo, lo sorprendente, lo que intrigaba al ojo y a las imaginaciones, haciendo visible al país a través de sus participaciones en ferias de arte internacionales y potenciando la convocatoria anual en Madrid: Arco, un acontecimiento desde su fundación. Aquellos eran años efervescentes, incluso los oscuros años de Mordó, en los cuales los pocos interesados bebían ávidos de las escasas fuentes a disposición.

Las cosas ahora han cambiado –para bien y hasta para mal-, aunque ellas, las mujeres resistentes y agudas, siempre llenas de energía, siguen proponiendo sorpresas como el último Sol Lewitt de Juana; la exposición de Helga en la cual, para hacer un guiño a la crisis, decidía vender a los precios de hace años; o esta nueva sorpresa de Soledad –quien ha tenido en su galerías tantas propuestas valientes como las performances de La Ribot y el desfile de David Delfín- que presenta a una delicada Victoria Civera, tan cerca de sus orígenes con piezas pequeñas, casi un álbum familiar en una miniretrospectiva, esas piezas que de toda su producción son las que particularmente me han intrigado siempre. En esta ocasión son doblemente emocionantes, pues cuando acabe la muestra se echará el cierre de la galería. Sí, aunque yo –y como yo muchos- no lo creía, Soledad ha decidido que ha llegado el momento de despedirse, hacer mutis, como en el teatro. Atrás quedan tantos artistas que hemos aprendido a amar con ella, tantas tardes en ese espacio que,  cuando abrió en la calle Orfila, nos dejó a todos fascinados con ese aire insólito de loft neoyorquino. Civera1

La vamos a echar de menos, aunque tal vez es cierto que sin ella sería extraño dejar la  galería abierta. Es verdad que, al menos en el caso de estas mujeres únicas –y las cuatro lo son, cada una a su modo-, es complicado seguir los rastros, recoger las herencias. Nos ha sabido a poco, Soledad, y vamos a añorar tu presencia entusiasta, tu pasión por cada pieza mostrada.
Por eso es raro de pronto volver a pasear en el espacio que muchos de nosotros conocemos de memoria, recordar dónde estaban las piezas en Tony Oursler, Bourgeois, Pérez Villalta... , algunas de las exposiciones o los artistas  favoritos, sabiendo que el tiempo para las visitas de agota. Y por eso es tan emocionante esta especie de álbum que ha propuesto Civera, el paseo por la memoria que, de repente, tiene para mí algo de mi  juventud. Y me veo a la puerta fumando un Malboro Light –como todos fumábamos entonces. Y me veo envuelta en la seguridad de tener toda la vida por delante. Es raro  notar cuántos años han pasado- a punto de haber pasado casi todos. Y por un instante, pensando aún que ese momento, el del cierre, no va a llegar jamás, me quedo prendida de la obra  Castigada (2012), una curiosa sillita con algo de la primera Civera, algo Mondrian y algo de melancolía, y trato de hacerme a la idea.  Me cuesta. Esa emoción de lo inexorable que está llegando se ha puesto de manifiesto en la propuesta de Civera, delicada y poética, incluso en la inclusión misma de algunas primeras obras. Tal vez Victoria tampoco se lo acababa de creer mientras preparaba la despedida definitiva de la galería Soledad Lorenzo en la calle Orfila. Tal vez.

Hay 3 Comentarios

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