La coleccionista venezolana Patricia Phelps de Cisneros con algunas obras de la exposición La invención concreta, en el Museo Reina Sofía de Madrid
Sólo con las piezas maravillosas y a menudo inesperadas hubiera bastado. De hecho, en cada sala la mirada rastrea alguna obra de auténtico gourmet visual: increíble y raro el Kosice; interesante el diálogo Mira Shendel /Torres García; el pequeño tesoro de Cruz Díez, radical; fascinantes las retículas de Gego, que se pudieron ver también en la Bienal de Sao Paulo, curada por Luis Pérez Oramas, muy vinculado a esta colección. Eso cuando no se trata de una sala entera para paladares exigentes. Ocurre con la de Willys de Castro, nada conocido entre nosotros -al menos hasta ahora-, pero uno de los artistas más delicados y especiales, como se pudo comprobar en el proyecto de la Pinacoteca de Sao Paulo y en la pieza increíble expuesta en la exposición Abierto/cerrado del mismo museo, cajas y libros de artistas, comisariada por Guy Brett, entre los primeros investigadores europeos en interesarse de forma sistemática por el arte (latino)americano. (Foto a la drecha: Objeto activo (cobo rojo / blanco) (1962), de Wlilys de Castro)
Aunque la apabullante selección de este artista especialísimo es sólo una de las muchas sorpresas de la muestra. La colección que a lo largo de los años ha ido atesorando Patricia Phelps de Cisneros -coleccionista muy relevante, capaz de reunir algunas de las piezas más notables de “arte concreto”, ese arte producido en América Latina durante los años 40-60 , por dar unas fechas aproximadas, dado que su estela llega mucho mas allá, tal y como puede verse en las salas-, está sin lugar a dudas a la altura del museo más exigente. No en vano piezas de la colección se exhiben en el MoMA neoyorquino, la institución con los fondos más apabullantes para el arte del siglo XX. La verdad es que al ver la fabulosa selección de piezas de Lygia Clark y Helio Oiticica en las salas del Reina, cuesta creer que obras tan fundamentales puedan formar parte de una colección privada. No es, en todo caso, el único mérito de Patricia Phelps de Cisneros: el hecho mismo de darse cuenta de la potencialidad del periodo y empezar a coleccionarlo pronto, cuando pocos entendían lo que iba a significar a la hora de explicar cuestiones como el propio “conceptual” –o el arte no-objetual- , la sitúa en el lugar privilegiado de los coleccionistas más audaces: los que miran mirando, mientras ocurre.
Pese a todo y aunque hubiera bastado con las piezas espectaculares que La invención concreta. Colección Patricia Phelps de Cisneros ha traído hasta el Reina Sofía de Madrid –comisariada por el director de la fundación, Gabriel Pérez-Barreiro, y el director del propio museo, Manuel Borja-Villel--, la propuesta que se plantea ha ido mucho más allá: la mirada atenta descubrirá una lectura nueva para la concepción al uso de la Modernidad, encarcelada en las experiencias minimalistas y sus posteriores fascinaciones hacia lo “frío.” Descubrirá, en primer lugar, una experiencia sensorial, que devuelve una imagen de lo “geométrico” desconocida para la mayoría de los visitantes europeos, en especial para aquellos que no estén tan acostumbrados a pasear entre piezas latinoamericanas del periodo.
Es la impresión que va instalándose a medida que se avanza: cierta emoción que sólo surge desde la poesía. Dicho de otro modo, de aquella mirada que se despierta frente a la auténtica obra de arte y, sobre todo, frente a la obra de arte sensual y –pardon my French-, en algunos momentos, espiritual. Cesuras, juegos visuales, pequeñas retrospectivas.... van conformando un recorrido impecable en el cual las obras se resignifican y se vuelven a narrar, siguiendo los diferentes caminos propuestos. Estos se plantean en la primera sala, que hace de “distribuidor” para las diferentes formas en que se ha ido desarrollando un arte que, lejos de ser unifocal, va tomando trayectos intrépidos –hay muchas formas de geometrismos. A partir de ahí van trazándose los recorridos que, en un hilo conductor de cesuras increíblemente eficaz, va quitando y dando el aliento a los visitantes que corren embriagados tras la nueva historia.
Y es que Mondrian y Albers, presentes en la muestra, se miran de otro modo junto a Maldonado, Melé o Clark, en una sala muy acertada, revisando un tema que el director de la Fundación Cisneros conoce como pocos. Ahí se hace patente uno de los puntos más relevantes que puede propiciar el planteamiento: lo que pasa a un lado y otro del Atlántico, al Norte y Sur del continente, tiende a volverse a relatar. El Mondrian de Caracas y hasta de Nueva York –o la Sophie Tauber-Arp de Brasil- no tienen mucho que ver con su fortuna crítica en este envejecido continente.
Es la idea más brillante del recorrido, por otro lado facilitado para el espectador a través de las aplicaciones para el iPad y móvil y la sala “didáctica” concebida de un modo utilísimo: un hallazgo. La muestra, vista desde Madrid, nos invita a reflexionar sobre las relaciones entre “aquí” y “allí”. No sólo se opone el planteamiento a la idea Minimalista frente a la “concretista”, Minimalismo impuesto en Europa desde los Estados Unidos y que desemboca en el aburrido conceptual monacal –que a veces se aplica en Europa a Clark o Gego y sus obras “corporalistas” cuando las convierten en rígidas, en “frías”-, sino que establece con el espectador la posibilidad “real” de otro conceptual sensorial, que lo es en buena medida porque procede de experiencias no-objetuales complejísimas y ricas, como las de Clark y Oiticia, por citar los ejemplos más conocidos.
Una de las salas de la exposición La invención concreta
Una prueba de ese desarrollo inusitado es la aparición súbita y llamativa del pajar y la aguja de oro del conceptualista brasileño Cildo Meireles. Si miran bien, arriba, de frente, verán una aguja que desvela el camuflaje. En esta sala notarán -¿o será la imaginación frente al amarillo dorado?- el olor a pajar. Tiene algo del olor a materia que notó Picasso en el Trocadero antes de pintar Las señoritas : olor de lo sensorial que recorre la exposición como un delicioso escalofrío y culmina en la última sala, Citrus 6906 de Héctor Fuenmayor, en su versión original del pantone “amarillo sol”. La explosión de luz en la sala vacía que cierra el recorrido en el Reina Sofía se inauguraba en la Sala Mendoza de Caracas en 1973. Ahora habla de ese arte no-objetual -y hasta conceptualizante- que en América se transforma y se disfraza y cuenta, sobre todo, un relato diferente al europeo y estadounidense. Lo pensaba el otro día al leer un par de libros sobre lo conceptual y no-objetual en Colombia que acaban de publicarse por el Museo de Antioquia y el Museo de Arte Moderno de Medellín - Memorias del primer coloquio latinoamericano sobre arte no-objetual y arte urbano. Realizado por el Museo de Arte Moderno de Medellín en mayo de 1981 (compilado por Alberto Sierra) y Orígenes del arte conceptual en Colombia de Alvaro Barrios.
Cubo de nylon (1983), de Jesús Rafael Soto
Son esas obras no-objetuales las que despistan a este lado del océano, donde creemos que hay que ser pintor o ser Duchamp, cuando Duchamp a menudo tenía menos de Duchamp que las Piss Paitings de Warhol. Así que corran a ver la muestran y disfruten, pese a no ser esta una palabra a la moda. Llénense los ojos de los bichos de Clark y las líneas de Otero y los ritmos de Soto. Llénenselos, que no sobran las oportunidades. Dejen que disfruten la mirada, la inteligencia... y los sentidos. Un día es un día.