Por CAROL VOGEL (New York Times)
El
artista Ed Ruscha se encuentra en la Galería Gagosian,
en la ciudad de Nueva York, rodeado por los cuadros de libros que ha creado a
lo largo de muchas décadas. Hay lienzos que imitan a los viejos tomos
encontrados en rastros y tiendas de segunda mano, y cuadros de guardas pintadas
con aspecto de mármol. Hay representaciones de libros abiertos de más de tres
metros de largo con hojas de papel en blanco, cubiertas de agujeros de polillas
y manchas de agua. “Contienen un poco de mal agüero”, dice, quizás refiriéndose
a lo que muchos consideran el inevitable final de la palabra impresa.
Ruscha,
de 75 años, no lee en un Kindle ni en un iPad. “Ni siquiera uso un ordenador”,
asegura sin disculparse. “Todos los días, me doy cuenta de lo rezagado que
estoy en el mundo de la tecnología. Tampoco soy un gran lector, pero me
encantan los libros como objetos físicos”.
Ruscha,
que vive en Los Ángeles, ha creado muchísimos libros, principalmente sobre
elementos cotidianos, como piscinas, aparcamientos y palmeras. Y, rechazando la
idea elitista del livre d’artiste —obras lujosas y de edición limitada
que son colaboraciones entre artistas y editoriales privadas—, ha reinventado
el género y lo ha transformado en algo barato, accesible y fácil de producir.
Estos
libros se han convertido en una piedra de toque del arte conceptual y han
inspirado a una nueva generación de artistas que se convirtieron en adultos con
los ordenadores y el Photoshop.
Algunos
de sus homenajes son el centro de Libros y compañía, una exposición
inaugurada el 5 de marzo en la Galería Gagosian de Madison Avenue. Incluye
volúmenes de veteranos como Bruce Nauman y los arquitectos de Filadelfia Denise
Scott Brown, Steven Izenour y Robert Venturi, así como de artistas más jóvenes
como Dan Colen, Jonathan Monk y Tom Sachs.
Abarca
temas como los cacahuetes, las galletas, la basura, los clubes de striptease
e incluso las erecciones. Unos de los
libros, del artista sueco Chris Svensson, se llama Various studios and homes
inhabited by Ed Ruscha [Distintos estudios y casas habitadas por Ed
Ruscha]. “Algunos son muy literales”, explica Bob Monk, uno de los
directores de la
Galería Gagosian. “Otros son más explorativos, y usan los
libros de Ed como plantilla”.
Aunque
la idea puede parecer anticuada ahora, hace 50 años Ruscha consideró que crear
libros era una manera barata de mostrar su obra al público. Hoy en día, da la
impresión de que existe una especie de reacción en contra del universo digital.
“La calidad de las imágenes en Internet es deplorable”, opina el británico
Monk, que vive en Berlín. “Y hoy en día imprimir se ha vuelto más barato”.
Libros
y compañía
llega tras la exposición Ed Ruscha, que se celebró en otoño en el
espacio de Gagosian de la zona de Chelsea de la ciudad de Nueva York, y que
estaba dedicada principalmente a sus cuadros de y sobre libros. Era una versión
más pequeña de Ed Ruscha: lectura, una exposición celebrada en el
Kunsthaus Bregenz de Austria el año pasado.
El
cineasta y artista John Waters contribuyó a la exposición con un libro. “Ed
empezó sin duda alguna un género fantástico”, señala. “Véase Every building
on the Sunset Strip [Todos los edificios de Sunset Strip]. El Sunset
Strip es el famoso” (foto inferior).
Para
ese libro, de 1966, Ruscha fotografió ambos lados de la famosa calle de Los
Ángeles una mañana a primera hora cuando no había nadie; creó el libro como un
acordeón, con una página de imágenes que puede desplegarse hasta alcanzar ocho
metros. Su precio original era de cerca de cuatro dólares, pero hoy en día el
de una buena copia puede llegar hasta los 8.000.
Después
de licenciarse, en 1956, se marchó de su casa en Oklahoma City y se dirigió a
Los Ángeles. En esa época, asistió al Chouinard Art Institute, que se convirtió
en parte del Instituto de las Artes de California. Allí estudió diseño
comercial y tipografía. “También trabajé para impresores de libros y aprendí a
realizar composiciones tipográficas”, recuerda.
Sachs
recuerda que “Ed tenía la combinación adecuada de humor socarrón con una parte
picante de creatividad”. Los ordenadores, añade, son buenos “para comprar y
para la pornografía”, pero “sigo haciendo libros y esculturas a mano”.
Muchos
aficionados al arte también valoran una relación íntima con las páginas.
“Internet sigue sin darnos la capacidad de conectar con una obra de arte
original, y los libros de artistas lo hacen”, explica William M. Griswold,
director de Morgan Library&Museum en Nueva York. “Son reales y duraderos”.