A finales de los años veinte, pintores, escultores y fotógrafos empezaron a desarrollar una relación idílica con la era de la máquina, muy lejos del espíritu dadaísta de Francis Picabia, quien ya en 1915 había hecho un retrato de Alfred Stieglitz con el rostro en forma de una cámara. Los nuevos retos artísticos no estaban tanto en una apertura hacia la mecanización del arte como en el compromiso con la autenticidad y sinceridad de la representación. Entonces, no existía en la fotografía lo que ahora llamamos “el mundo del arte”, pero sí un afán de distanciarse del pictorialismo y sus simulacros.
Todo comenzó en Berlín y en la creencia de aquellos artistas de que la excelencia fotográfica pasaba por un acercamiento directo al medio. Se documentan las fábricas y los iconos de la modernidad, puentes y otras obras de ingeniería civil, la ciudad y sus gentes. La urbe es un sujeto libre, más humano y dinámico. El cubismo no sólo se podía ver en una montaña. La fotografía y el cine eran capaces de reconciliar abstracción y representación de una manera, al menos, lírica.
Existe una película, “Berlin: Die Sinfonie der Grossstadt” (Berlín: Sinfonía de una gran ciudad, 1927) que argumenta visualmente lo que decimos. Se exhibe estos días en el sótano de la galería Àngels Barcelona y es un hallazgo, algo candoroso y que a la vez naturaliza un momento histórico en el viejo continente como la “era de la máquina”: la ciudad es un paisaje clásico. La cinta, ahora transferida a vídeo, dura exactamente setenta y cuatro minutos, pero si son capaces de convencer al personal de la sala para que les ceda unos asientos confortables, no tarden en ir a verla. En el desierto cultural de Barcelona aún cristaliza alguna que otra rosa, registros de una identidad alternativa que tiende cada vez más a evaporarse.
El autor de la cinta, Walter Ruttman (1987-1941), considerado junto a Hans Richter el principal exponente del cine abstracto experimental (fue también colaborador de Leni Riefnstahl), ideó un trabajo en medio de un entorno que le era propicio: la cultura visual de la Alemania de Weimar, que había capitalizado la imagen fotográfica y el cine en un momento en que triunfaba la “Nueva Objetividad”, la renovada visión de destacadas fotógrafas y una conciencia feminista de la imagen. El resultado es un vívido claroscuro de Berlín durante una jornada laboral: la ciudad ha superado la destrucción de la guerra y ahora sus habitantes evolucionan con ella, moviéndose al mismo paso que su maquinaria. Una pequeña historia social, crónica casi exhaustiva de unos años que parecen aferrarse al último suspiro de la subjetividad europea.
Mientras, en la planta principal de la galería y en su adlátere, en la calle dels Àngels, se exhiben otros trabajos en formato vídeo que poco o nada tienen que ver con la obra de Ruttman, excepto el del norteamericano Peter Downsbrough, titulado “In/to” (2012), donde también vemos la ciudad anónima como un cuerpo que respira, un ente abstracto y codificado por donde circulan las máquinas. Con Berlín también enlaza la obra del autor checo Harun Farocki, “Videograms of a Revolution” (1992), una película de casi dos horas rodada en 16 mm que aparece como una nueva forma historiográfica de la revolución rumana de diciembre de 1989 basada en los medios. Semanas después de la caída del muro, los manifestantes ocupan la sede de la televisión de Bucarest y horas después se emite de forma continuada el último discurso de Ceaucescu y el primer resumen televisado de su juicio antes de ser condenado a muerte. Este hecho y los acontecimientos en las calles de la capital grabados por cientos de cámaras de aficionados conforman un documento excepcional, que Farocki articula con la ayuda de Andrei Ujica, escritor y profesor universitario que le suministró los contactos para acceder a los archivos estatales y a los nombres de personas que vivieron en primera persona aquellos días históricos.
Cierran las dos muestras las obras de Pep
Agut, “Memoria Personal” (2013), un vídeo
alegórico sobre de los fundamentos de la formación artística; “Acciones
corporales” (1975), de Esther Ferrer, que incluye cuatro de sus acciones más
reconocidas realizadas en un interior doméstico; y dos conmovedores vídeos del
autor rumano Ion Grigorescu, “Casa Noastra” (1976) y “Yoga” (2011) que
registran sus performances solo en una habitación de hotel, practicando
ejercicios corporales, o con su familia, realizando acciones cotidianas. Un
retrato, en su forma más diferenciada y dialéctica, del cuerpo y su revolución.
“De la Revolución y de su Cuerpo”. Galería Àngels Barcelona y Àngels Barcelona Espai 2. Calle Pintor Fortuny, 27 y Calle dels Àngels, 16. Barcelona.
Hasta el 30 de junio. Comisario: Pep Agut.
Hay 1 Comentarios
Desde luego no me lo perderé
Publicado por: Electrica | 26/06/2013 12:28:39