Sin Título

Sobre el blog

Pero, ¿qué es el arte contemporáneo? Hay tantas respuestas como artistas. Por eso Sin título (Untitled) es un espacio abierto para informarse, debatir y, sobre todo, apreciar el arte de todos los tiempos y lugares, con especial énfasis en el latinoamericano. Un blog colectivo de contenidos originales y comentarios sobre la actualidad.

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Es un blog colectivo elaborado por periodistas especializados de EL PAÍS y otros colaboradores.

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Arte 40

¡Que viva México!- otra vez

Por: | 13 de julio de 2013

Baile en Tehuantepec', de Diego Rivera
Baile en Tehuantepec', de Diego Rivera.


La noticia ha llegado a los periódicos  a toda página, como ocurre con las noticias importantes. El hecho tiene que ver, casi seguro, con esa pasión colectiva por el reconocimiento frente al conocimiento y desde ese punto de vista el ejemplo que ofrece la exposición México: una revolución en el arte. 1910-1940  es paradigmático. Nada tan popular como Rivera, Orozco y Frida Kahlo que sirven como reclamo en los anuncios de la propia muestra de la Royal Academy de Londres; nada más mediático que esos nombres a la hora de dar la noticia. Se trata del mundo de los los muralistas, la generación que creció tras la revolución –y en medio de ella- y que, bajo los auspicios de Vasconcelos, fue capaz de diseñar la nueva imagen de México, popular e “indígena”, si bien en casos como el de Rivera –por otro lado un gran pintor- se trataba de una imagen complaciente con lo que el poder esperaba, restringida en sus aportaciones, capaz de borrar los problemas reales, como la cuestión indígena sin resolver en aquel momento y representada por Rivera de manera armónica, cierto regreso feliz a unos orígenes un punto fabulados. De hecho, frente a su puesta en escena, las de Siqueiros y Orozco, al final más comprometidos políticamente, creaban una realidad compleja, menos amable, incluso desde el punto de vista de la factura pictórica –queda claro en los murales y hasta en la ciudades o los lugares donde cada uno de ellos establece su campo de acción.

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Mujeres apropiacionistas

Por: | 08 de julio de 2013

Gallery
‘ Sturtevant: leaps jumps and bumps’. Galería Serpentine, Londres. © 2013 Jerry Hardman-Jones


En una entrevista del pasado noviembre publicada por el Hufftington Post, con motivo de su exposición en el Moderna Museet de Estocolmo –un museo que en los últimos tiempos está dedicando exposiciones increíbles a mujeres artistas que la historia no ha revisado como merecen-,  Elaine Sturtevant se posicionaba respecto el género: “¿Y quién dice que me preocupan las cuestiones de género? De ninguna manera. El género no es sólo un método de rechazar elementos cruciales del trabajo, sino de rebajar el trabajo al común denominador más bajo.”

Pese a su posición radical y pese a que podríamos estar de acuerdo con ella en una cosa, en que reducir todo al género como único parámetro para acercarse a una obra puede ser reduccionista, su propuesta artística parece tener muchos puntos de contacto con otras creadoras norteamericanas en formulaciones y tiempo. De hecho, la carrera de Sturtevant comienza a mitad de los 60. Son los años del triunfo del Minimalismo, propuesta en la cual un grupo cerrado de hombres  vuelve a diseñar el mundo, sólo que esta vez huyen del estereotipo masculino de los expresionistas abstractos –que pintaban con pasión y “genio”- y resuelven crear una obra fría y casi mecánica, higiénica.

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Basquiat
'eFive Fish Spcies', de Basquiat

Toda esta semana me ha dado por pensar en el asunto que últimamente me quita un poco el sueño y que comentaba el otro día: la popularidad del arte actual y si dicha popularidad no hace que acabe por perder la chispa, su esencia subversiva o, al menos, fuera del sistema, capaz de replantear cosas, miradas, percepciones.

Me ocurre con casi todas las muestras “políticas” actuales, donde un arte combativo, insumiso... se convierte de pronto en  doméstico o hasta condescendiente  con el sistema desde las salas del museo. Aunque lo más extraño no  es eso, claro que no. Lo extraño es el modo en el cual el arte callejero, en principio un arte radical, fuera de la ley y espontáneo, termina por ser un arte  de salón, encargado para recintos instutcionalizantes y observado por el público como un espectáculo más.

Ha ocurrido con el lío que se ha montado alrededor de la supuesta pieza de Bansky, subastada en Londres después de que la venta en Estados Unidos  -y tras el robo durante la noche de una pared- fracasara por un motivo inesperado y referido a la propiedad  -y no intelectual.  Los dueños de la tienda del barrio londinense insistían en que si estaba pintada en la pared de su negocio, era suya.  Sea como fuere, lo interesante de esta pieza, codiciada y reclamada por tantos, es que no esté siquiera firmada. La noticia es más increíble si cabe: ¿casi un millón de euros por una pieza sin firmar y, sobre todo, de autoría no reconocida? Parece que Banksy, como siempre, sigue desaparecido. ¿Por qué iba a visibilizarse en este conflicto si se empeña cada vez en mantenerse clandestino, fuera del plano y de la ley? ¿Visibilizarse ahora para que otros se hagan ricos? Más aún: ¿no debe el arte callejero mantenerse así, escurridizo y oculto? En pocas palabras: ¿es posible convertirse en un artista callejero a sueldo, en alguien que “toma” paredes concertadas a plena luz del día –o de los focos- y con espectadores avisados que contemplan la acción?

No es que me ponga puntillosa y quiera que el artista sea para siempre pobre y clandestino, pero me parece que mostrarse y exhibirse en plena acción no es el espíritu  con el cual nació ese tipo de arte. Convertirse en programado es un modo de romper con la esencia de la subversión; un modo de dejar claro algo que todos sabemos: o estás dentro o estás fuera. Los streetartistas están dentro, me parece.

Y lo están desde los años 80, momento en que artistas callejeros ilustres como Basquiat o Haring –y a su modo Holzer- dejaban los espacios públicos para dedicarse a las ventas privadas y, warholitas en esencia, abandonaban los materiales perecederos –las paredes- para centrarse en  algunos que perduraran más.No es por ponerme pesada, pero el  caso de Basquiat –cuya biografía tiene todos los ingredientes para convertirse en un maldito number one  (muerte joven, adicción, niño mimado de Andy (Warhol), niño de familia desestructurada, con toque  haitiano y portorriqueño, etc)-  el paradigmático. Salía a la salas de subasta el pasado enero con una de sus piezas fetiche: eFive Fish Spcies, dedicada a su escritor favorito, William Burroughs.  Una combinación irresistible, desde luego: dos supermalditos son el trofeo que el dinero abundante codicia para  decorar la sala. Además, como todo el mundo sabe, Basquiat es uno de los autores más buscados en las otras salas, las de subasta.

En la pieza se hace referencia a “la bala de Burroughs” y el modo el cual solía decir que “no mata la bala: mata el agujero”. Sacaron bastante dinero por la pieza, aunque no tanto como en la subasta anterior de Nueva York, la  de noviembre del 2012, en la cual la sala de la prestigiosa Christie's observaba impasible –como ocurre con las elegantes salas de subasta donde nunca se hace público el estusiasmo- una venta de casi 25 millones de dólares por una pieza sin título. Ahora se pueden ver las obras en la Gagosian de Hong Kong y SAMO, el alterego que amaba el jazz, la poesía y los aforismos en las paredes de las calles neoyorquinas, era desmontado en 1981 por el artista en el cual iba a convertirse, el que ha mostrado Larry Gagosian a principios de año en Nueva York, veinticinco años después de su muerte, “atrayendo decenas de miles de visitantes.” Lejos queda la trepidante escena underground de Nueva York, lejísimos las pintadas en las paredes. Y como decía Franco Califano en 1977, aunque él hablaba del amor con un discurso bastante machista de los cantantes italianos, salvo  la estupenda Gianna Nannini: “Tutto il resto é noia. No, no ho detto gioa. Ma noia, noia, noia, maladetta noia.” Pues eso: maldito aburrimiento entre tanta pintada a la carta.

 

El País

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