Lo pienso a menudo mientras paseo por algunas exposiciones de “arte conceptual”: hay autores u obras que amamos sobre todas las cosas y que, sin embargo, no han envejecido bien. De pronto, al verlos, parecen gastados como concepto y no sólo como materiales. Luego hay obras que fueron proyectos maravillosos y que al materializarse, cuando la fama del artista o las mejores condiciones de cualquier otro tipo lo permiten, pierden parte de su encanto.En estas ocasiones uno siente la tentación de pensar cómo los proyectos imaginados décadas atrás deberían haberse quedado en eso, en proyectos, aunque supongo que es pedir demasiado a un creador: ¿por qué renunciar a materializar una idea si las circunstancias ofrecen la posibilidad de hacerlo? Es la vieja cuestión que se hace más acuciante si cabe cuando se trata de volver a montar instalaciones, en especial si el artista no está siquiera vivo: ¿es lícito hacerlo? ¿Se puede volver a construir esa realidad específica en un espacio diferente, con objetos distintos –a veces completamente nuevos- y sin siquiera la supervisión del creador? ¿No ha perdido la obra parte de su esencia, aunque todos sepamos que en las condiciones de la propia obra - al vender “la idea”- el autor contempla la posibilidad de su ejecución material en diferentes espacios y contextos? Y aún así la pregunta no deja de martillearme: ¿contemplaba también que se volviera a montar en su ausencia, una vez desaparecido, como ocurre? ¿Quería Beuys que alguien más contara la historia del arte a la liebre o es saludable que performances míticas como los cuerpos desnudos en el umbral de Abramovich sean “ejecutadas” -ocurrió en el MoMA por alguien ajeno a la artista?
Dejando a un lado estas cuestiones sobre las cuales, me parece, no hemos reflexionado lo suficiente, lo cierto es que en otras ocasiones las obras de finales de los 60, de hace treinta o hasta cuarenta años, mantienen una vigencia, una fuerza y hasta una belleza difícil de definir, ésa que diferencia a ciertos artistas frente al resto. Son los artistas hacia los cuales sentimos una devoción absoluta y, porque la sentimos, tendemos a exigirles lo imposible quizás: ser siempre brillantes, no decepcionaros nunca. Seguramente no es justo. No, desde luego que no es justo: en la producción de todo artista hay obras mejores y peores y supongo que hay que aprender a aceptar –al menos eso- aquellas obras que nos interesan menos y que por alguna razón son importante para su creador.
Sea como fuere, una sensación de duda me suele invadir al visitar la muestra de un artista conceptual “clásico” que, habiendo alcanzado el éxito, se permite materializar algunos de los proyectos que no consiguió ver convertidos en realidad en el momento de su concepción porque era caros o requerían un espacio que no estaba entonces a disposición o por cualquier otra causa. La verdad es que en las exposiciones donde se muestran las obras antiguas, más modestas, más frágiles, al lado de las ideas convertidas en realidad –a veces un poco grandilocuentes comparadas con la precisión de esas primeras propuestas-, pienso que me sigo quedando con las primigenias, si bien reconozco que la mía es una posición egoista que tal vez exige demasiado a mis artistas favoritos, como explicaba antes.
Me ha pasado un poco con la exposición de Cildo Meireles en el Palacio de Cristal de Retiro, comisariada por Joao Fernández, exposición que si no han visto aún no dejen de visitar –se acaba este fin de semana, dense prisa. Mis obras favoritas en la muestra, los ejercicios de geografía, sutiles, íntimos y precisos, destacan poderosos por su discreción sobre todas las demás obras, alguna de ellas contundentes como el observatorio de olas, cuyo montaje en esta ocasión debo decir que es estupendo. En la muestra está, además Amerikka, propuesta muy conocida de Meireles -huevos y balas que podrían chocar-: debido a la imposibilidad de encontrar el material requerido no pudo realizarse en el momento de su concepción a principios de los 90. Al lado de estas propuestas se pueden ver algunas otras contundentes y hasta complejas –otras no tanto-, aunque confieso que me quedo con las más frágiles y las más sencillas, apenas escasos elementos –por ejemplo las esquinas.
Pero ,claro, en el caso de los mejores artistas es complicado competir con uno mismo y esa obra mágica de Meireles, el cubo diminuto -que cabía sobre la yema de un dedo y cargado de significaciones- que se pudo ver en la una de las muestras de Versiones del Sur en el propio Reina a principios del siglo XXI, la comisariada por Gerardo Mosquera. No está en el Retiro, supongo que porque se ha apostado por obras más nuevas que a ratos parecen seleccionadas por el propio artista, teniendo en cuenta la apuesta por muchos de los últimos proyectos, los que seguro han pasado largo tiempo en su mente poder hacerse realidad.
En esa fascinación por las piezas más modestas, las que mejor reflejan aquellos años míticos donde el mundo se tranformaba con muy poco, seguro que a todos los que han tenido ocasión de verla en Summa, la nueva feria de arte de Madrid, en la galería Henrique Faria Fine Art, han sido impactados por las obras de la también brasileña Anna Bella Geiger, algo mayor que Meireles y no tan conocida creo que por el simple hecho de ser mujer. Sus obras se encontraban entre los “mini solo shows” de la propuesta de Agustín Pérez Rubio, quien ha comisariado un proyecto, estupendo, de varias galerías donde se muestran mujeres activas en los años 60/70 –entre otras Esther Ferrer y Concha Jerez. En la obra de Geiger Brasil nativo, Brasil alienígena de 1976-1977 (ilustración de la izquierda cortesía de la galería Henrique Faria Fine Arts) se contraponen postales que muestran a “los indígenas” con fotos modernas de la artista replicando las poses de las postales. Una obra delicada y maravillosa.
No obstante, seguro que piensan que exagero y me dejo llevar por mi melancolía. Y, pese a todo, me refiarmo en mi apreciación. Me gustan sobre todo las obras frágiles. De cualquier manera no se pieden la exposición de Meireles, a punto de cerrar. Vale la pena porque es un artista muy sólido.