Aspecto de la célebre y polémica edición de 2008, comisariada por Ivo Mesquita.
por Ángeles García
En sus orígenes, allá por 1951, la Bienal de São Paulo, quiso ser el primer gran escaparate de los nuevos lenguajes artísticos fuera de los circuitos culturales europeos y estadounidenses. Una réplica americana de la bienal de Venecia, pero con la ambición de convertirse en el principal evento artístico mundial. En su primera edición lograron exponer 1.800 obras procedentes de 23 países, además de los artistas nacionales. Había obras de Pablo Picasso, Alberto Giacometti, René Magritte o George Grosz.
En su segunda cita, en 1953, contaban ya con el bellísimo espacio blanco construido por Oscar Niemeyer en el parque de Ibirapuera y se ratifica su interés mundial. Allí se exponen obras esenciales para el arte del siglo XX, empezando por el Guernica de Picasso y siguiendo con esculturas de Constantin Brancusi, pinturas de Giorgio Morandi y de los futuristas italianos, además de otros grandes nombres del arte moderno internacional. En las siguiente edición, en 1955, los muralistas mexicanos y Sophie Taeuber-Arp lanzan un mensaje al mundo artístico confirmando la importancia de São Paulo.
El interés internacional sigue en aumento hasta los años de la dictadura. Entre 1965 y 1973, la bienal se celebra, pero los artistas más comprometidos no participan y protestan desde el exterior contra el golpe militar y la represión política que se vive dentro de el país.
Rehacer el camino nunca es fácil, pero a partir de 1977, se crea una Fundación encargada de recuperar el pulso perdido y la Bienal se reorganiza realizando grandes exposiciones temáticas con prestigiosos comisarios al frente. Lograr exponer en São Paulo se convierte en un aliciente artístico de primer orden para los artistas de todo el mundo.
Poco a poco, recupera el pulso experimentador que debe de tener siempre un acontecimiento de este tipo. Para los expertos, la bienal de 1981, la 16ª , supone su consolidación mundial. Con Walter Zanini al frente, la exposición se organiza en torno a las analogías de lenguajes y se consigue la participación de artistas nacionales tan combativos y radicales como Antonio Dias o Cildo Meireles.
Arriesgados y revolucionarios en sus propuestas, la bienal rompió todos los esquemas en su 28ª edición, en 2008. El día de la apertura oficial, los visitantes comprobaron en los 12.000 metros cuadrados de la sala de exposición del edificio de Niemeyer, no había nada. El tema era el vacío y las críticas le llovieron por todos los frentes al comisario de la muestra, el prestigioso Ivo Mesquita (Río de Janeiro, 1947).
Él explicó que se trataba de la metáfora de un museo imaginario, una representación de la historia más reciente del arte. Esta nada debe de ser entendida como una petición de reflexión sobre el papel de las bienales en general y de la creación artística en particular. Pido un poco de calma y tranquilidad para meditar sobre el futuro".
Las siguientes ediciones no han resultado tan sorprendentes, pero lo han intentado ¿Qué sería de una bienal sin desconcierto?
Para la próxima edición, ya se conoce el nombre del comisario. Se trata de Charles Esche (Escocia, 1962),director del Van Abbemuseum, en Eindhoven, Holanda desde 2004, una elección que ya ha suscitado algunas críticas en la prensa brasileña, debido a que se le considera un experto en Asia y Oriente Medio, pero no en arte brasileño. Tendrá que convencer al mundo con un proyecto que tratará sobre el arte en el mundo globalizado.
Glenn Lowry, director del MoMA, reflexionaba hace unos meses en un artículo publicado en The Economist sobre el sentido de las bienales y su excesiva proliferación. Hablaba del un centenar surgidas en todo el mundo al calor de Venecia y São Paulo. En una supuesta batalla final, el experto concluía que, por mucho tiempo, ambas citas seguirán siendo de verdad los auténticos escaparates del arte contemporáneo.
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