Sin Título

Sobre el blog

Pero, ¿qué es el arte contemporáneo? Hay tantas respuestas como artistas. Por eso Sin título (Untitled) es un espacio abierto para informarse, debatir y, sobre todo, apreciar el arte de todos los tiempos y lugares, con especial énfasis en el latinoamericano. Un blog colectivo de contenidos originales y comentarios sobre la actualidad.

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Es un blog colectivo elaborado por periodistas especializados de EL PAÍS y otros colaboradores.

Coleccionarte
Arte 40

Coleccionismo de arte en España: historia de un desastre

Por: | 15 de noviembre de 2013

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Visitantes en un 'stand' de la última edición de Arco. / CRISTÓBAL MANUEL

 

por Ángeles García

Si damos por bueno el principio de que el nivel del coleccionismo de arte está vinculado al desarrollo cultural, político y social de un país, no hay por donde coger a España. Apenas existe, no importa  y solo se perciben señales hostiles desde los poderes públicos (IVA del 21%,  ausencia de Ley del mecenazgo) hacia aquellos que contra viento y marea persisten en su amor por el arte.

Ya el pasado año, la Fundación Arte y Mecenazgo que impulsa la Caixa dio a conocer un informe en el que se alertaba sobre la contracción de un mercado raquítico en relación con Europa y Estados Unidos. Clare McAndrew, fundadora y directora general de Arts Economist, denunciaba que, ateniéndonos al número de operaciones y precios muy inferiores a la media de otros países, el español era uno de los mercados más raquíticos de Europa. La experta añadió que entre 2007 y 2011 el sector había caido un 33%. Un año después de conocer aquellos desalentadores datos, se vuelve a demostrar que todo es susceptible de empeorar y el descenso del negocio, se estima en un 62% , según el último informe de Artprice.

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Apariencia sin fundamento

Por: | 14 de noviembre de 2013

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El término “instalación” se ha convertido en lugar común dentro del sistema del arte. Ya los surrealistas se dedicaron a reunir objetos de lo más estrafalario que colocaban de la forma más inédita en museos y galerías. Estos montajes –recordemos los revolucionarios displays de Kiesler y Duchamp -exigían un espectador participativo y estaban llenos de sorpresas. Nada tenían que ver con la típica museología de la Modernidad, que exhibía las técnicas adecuadas de “juicio, presentación y protección del patrimonio” en salas silenciosas con iluminación uniforme, etiquetas normalizadas y un efusivo texto mural con el currículo del artista. En un marco tan previsible, al espectador se le aseguraba que lo que allí había era neutral: la obra de arte autónoma, la apreciación estética más allá de cualquier planteamiento ideológico.

Los artistas del happening -herederos del expresionismo de Pollock y del ready made- y los minimalistas también valorizaron el dispositivo: redefinieron la escultura, primero como acción y después como “emplazamiento”, a la manera de un icono bizantino, con una potente presencia mágica. La escultura-instalación deviene en una estructura sin composición, capaz de crear un espacio desprovisto de cualquier atisbo figurativo. La conexión de la obra con el entorno (incluido el tiempo real necesario para su disfrute) es el efecto esencial, como un actor que produce reacciones en el público: la teatralidad. Ahora bien, cuando el trabajo del artista se reduce solo a eso, al display, cuando el fundamento de la obra es simplemente la apariencia, estamos ante un nuevo modelo de significado (artístico), vacuo y solipsista. Teatro sin actores.

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La obra de Bruno Ollé (1983), que se puede visitar en el Nivel Zero de la Fundación Suñol, es fruto de un error, en el doble sentido; el artista sostiene su trabajo sobre la poética de la inutilidad (como quiso Samuel Beckett), pero también es una obra desconectada del espectador, incluido el tiempo en que ésta se despliega: no hay “presencialidad”, sólo objetos pobres y materiales (maderas, trozos de plástico, espejos, dibujos) colocados, eso sí, con un impecable sentido estético. El título de la instalación, “Hoy es siempre todavía”, alude a la posibilidad perpetua del tiempo, lo que obliga al espectador a una mirada “pre-objetual”, abstracta. 

Frente a la obra de Ollé, imaginamos un entorno que es naturaleza y hogar, cobijo a su vez de un frágil y pecario habitáculo, una estructura de trozos de madera parecida a las cabañas indias del Wild West americano y que está casi literalmente calcada de la escena final del filme de Lars von Trier “Melancolía”, aquella donde se refugian las dos hermanas protagonistas con el hijo de una de ellas ante la amenaza del astro planeticida que fulminará la Tierra. A medida que avanzamos, intuimos el mundo secreto del artista, en ensamblajes, escrituras y dibujos que representan nubes, banderas o garabatos. El trabajo de Ollé hace alarde del concepto de collage espacial en un escenario que trata de conectar el cuerpo con su horizonte natural. Pero es sólo apariencia, lo que certifica la intención inicial de su obra: el fracaso.

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Arriba, vistas de la exposición "Hoy es siempre todavía”, de Bruno Ollé

Radicalmente diferente es la propuesta del pequeño espacio de Nogueras & Blanchard. “Typing” (Mecanografiar) es el título bajo el que se reúnen las obras de Christopher Knowles (1959), artista precoz (diagnosticado con un trastorno autista), clave en la vanguardia neoyorquina de los setenta junto a escenógrafos de la talla de Robert Wilson. El artista norteamericano firma una serie de intrincados dibujos en tres colores hechos con una máquina de escribir eléctrica, que representan episodios de su vida íntima a través de frases y palabras que forman patrones geométricos -a base de repetir la letra inicial de su nombre de pila-, publicados en su día en revistas y catálogos. Otro aspecto de su trabajo son las grabaciones, que revelan su vasto universo de obsesiones, como repetir durante diez minutos el nombre de un presidente norteamericano y otros detalles banales de su vida, El artista lo recita con un tono ceremonial y obsesivo.

A diferencia de la obra de Ollé, en Knowles no hay empatía. Sin embargo, al abandonar la galería descubrimos que a pesar de su parca puesta en escena, el sentido y el candor de su obra están fundamentados, que el significado de sus palabras no está asegurado por la intención que le ha llevado al artista a pronunciarlas, sino por el que adquiere en el espacio de nuestros intercambios con ella.

“Hoy es siempre todavía”. Bruno Ollé. Fundación Suñol. Nivel Zero. Carrer Roselló, 240. Barcelona. Hasta el 28 de diciembre.

 “Typing”. Christopher Knowles. Galería Nogueras & Blanchard. Carrera d’en Xuclà, 7. Barcelona. Hasta el 22 de noviembre.

 

Los cristales que rompieron la historia

Por: | 09 de noviembre de 2013

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Homenaje a los artistas e intelectuales represaliados por el nazismo en la Puerta de Brandenburgo, en Berlín

LARA SÁNCHEZ

Hace ochenta años que el nazismo demostró ser un movimiento eficaz y preciso, como el mejor mecanismo de reloj, a la hora de eliminar a quien representara una amenaza o crítica al nuevo régimen todopoderoso. A partir de enero de 1933, cuando el poder económico piensa en Hitler como en Canciller manejable, un fuego cegador creció veloz para aislar a librepensadores, creadores, vecinos, ciudadanos y a creyentes –sobre todo judíos–, con la vista puesta en la reducción a cenizas de la tradicional Europa. Se ve en El pianista, la película de Roman Polanski, cuando las manos entumecidas del músico tocan por su vida y, a la vez, demuestran que aún la cultura del continente –Chopin– sobrevive entre una lata de pepinos y la gran brasa que fue Varsovia.

Antes de aquello, ardió el Reichstag, después las antorchas por la avenida Unter den Linden y la Isla de los Museos, también los libros y, finalmente, las sinagogas. Las llamas y sus balas formaron parte de una escenografía del terror que hoy la capital alemana recuerda con un contundente mensaje: ‘recordar para que no vuelva a ocurrir’. Prueba de ello es el año temático, con el nombre de ‘La diversidad destruida 1933-1938-2013’, que culmina este fin de semana del 75 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, en la Puerta de Brandenburgo - habrá visuales y un concierto –, como homenaje a más de doscientas celebridades, entre artistas, filósofos, escritores, músicos, científicos o políticos, que integraban el tejido (multi)cultural de la ciudad por excelencia del conocimiento y la creación hace ochenta años. Berlín era la tercera metrópolis del mundo y la de los dorados años 20, pero también la de las convulsiones ideológicas y económicas que acabaron por destrozar vidas y carreras de los doscientos, y mucho más.

CRISTALES.Themenjahr_2013_Schaufenster-Aktion_Simulation__c__KPB_1_203ad4808aPermanentemente, hay en la capital rincones clave -cualquier visitante con cierta sensibilidad que la pisa, al final, tiembla– de la marea cruel y torturadora Nazi, hoy revisados apaciblemente por el arte: las estanterías vacías de una blanca y subterránea ‘Biblioteca’, del artista Micha Ullman; el célebre ‘laberinto’ de hormigón, de Peter Eisenman, en honor a las víctimas del Holocausto; o la controvertida instalación en el barrio de la Bayerischer Platz, a cargo de Renata Stih y Frieder Schnock.

El proyecto conmemorativo añade más de 500 eventos y una exposición que, desde enero, alude a aquella destrucción intelectual, con las  fotografías y biografías de sus aterrados y valientes protagonistas, en grandes columnas situadas por toda la ciudad y online. Son, desde Albert Einstein, a Walter Gropius, Marlene Dietrich, Fritz Lang, Wilder, Erich Mendelshon, Kurt Weill, Hannah Arendt o Bertolt Brecht, aquellos que no se quedaron en el mundo amarronado de “una raza, un pueblo, un líder”, en el que otros sí aprendieron rápido a brillar, como Leni Riefensthal y Albert Speer, o a sacar provecho, tal y como esta semana ha trascendido, en el caso del marchante de arte Hildebrand Gurlitt.

CRISTALES.Walter_Benjamin 1928Aquella veloz máquina de propagación de la exclusión, el asesinato y el dolor, logró – tal y como refleja el proyecto – llevar a algunos directamente al suicidio, como fue el caso del pensador Walter Benjamin, poniendo fin a todo en Portbou (España); el del abogado defensor de socialistas y comunistas, que interrogó a Hitler en una causa en 1931, Hans Litten, que terminó colgándose en Dachau; o el de la primera directora de una biblioteca de Berlín, la dulce Helene Nathan.También supuso un sinfín de carreras arruinadas, como en el caso del cineasta Fritz Lang, del dramaturgo Max Reinhardt, del célebre sexólogo berlinés, Magnus Hirschfield (quien acuñó el término ‘travestismo’), así como de la primera mujer catedrática en Física, Lise Meitner (a la que se prohibió, por judía, acceder al Premio Nobel) y de la célebre cantante lesbiana de Cabaret, Claire Waldoff. 

Brutalmente asesinados fueron la fundadora de la escuela Montessori, Clara Grunwald; el actor Hans Otto; los medallistas olímpicos Flatow o el boxeador gitano “Rukeli”. De los que enfermaron de inmediato y murieron hay una extensa lista donde figuran el arquitecto Bruno Taut, el trompetista de jazz “Eddie” Rosner, el tenor Richard Tauber o el editor (y Premio Nobel de la Paz) Carl von Ossietzky.

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La cantante Lotte Lehmann, en su interpretación de Fidelio, de Beethoven

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El artista Georg Grosz

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La cantante de cabaret Claire Waldoff

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El boxeador gitano Johann 'Rukeli' Trollmann

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El artista Max Liebermann

La rueda de prensa del proyecto, a principios de año, fue precisamente en la Casa Museo del pintor impresionista y judío Max Liebermann, forzado en mayo de 1933 a dimitir como presidente de la Academia de Bellas Artes de Prusia. El suyo es solo uno de los cientos de ejemplos del brochazo negro nazi a la comunidad artística alemana, que culminó con el propagandístico asunto del “arte degenerado”. Bajo semejante principio también se saqueó y destruyó el estudio de George Grosz, recién huido a los Estados Unidos, y se atosigó hasta su fin a la pintora y escultora Käte Kollwitz, por citar solo tres de los nombres más conocidos.

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Mann vor der Mauer (Hombre ante muro),  (1935-1936), de Rudolph G. Bunk. Colección Gerhard Schneider, Olpe

El homenaje de Berlín, en las citadas columnas y online, describe por igual la persecución a demás figuras clave del panorama artístico berlinés, como el pintor expresionista Fritz Ascher; las geniales fotógrafas Marianne Breslauer e Yva; el influyente galerista Alfred Fleichtheim; el pintor, finalmente asesinado en Auschwitz, Feliz Nussbaum; la bailarina y escultora Oda Schotmüller; el dadaísta John Heartfield; la pintora judía, y activista lesbiana, Gertrude Sandmann; la ilustradora Charlotte Berend-Corinth; el caricaturista y miembro de la Bauhaus, Lyonel Feininger; o el célebre crítico Paul Westheim, cuya importante colección de arte moderno hoy seguimos sin saber dónde acabó.

Más interesante, si cabe, es cómo el proyecto conmemorativo, en palabras del Jefe de Estado alemán, Joachim Gauck, “ha abierto una increíble ventana a más artistas, víctimas del ‘arte degenerado’, aún por explorar”.  Como parte de las conmemoraciones, y extendiéndose más allá de los citados 200, se organizó hasta el mes de abril la exposición Verfemt, Verfolgt, Vergessen?  -¿Expulsados, perseguidos, olvidados?-, de 133 obras de pintores que sufrieron bajo el III Reich todo tipo de penurias y cuya recuperación se ha logrado gracias al empeño del coleccionista Gerhard Schneider. La muestra sorprendía no solo a través de cuadros de Paul Klee o Max Beckmann, sino también descubriendo a otros como Fritz Schulze, Carl Rabus, Julius Graumann o Rudolph G. Bunk, defenestrados por igual y cuyo reflejo del panorama de la época, incluida la guerra,  es inevitable en sus obras.

Hoy, cuando Le Pen o Amanecer Dorado abogan por la nostalgia fascista en una Europa incierta, viene bien atender a las declaraciones a EL PAÍS del consejero de Cultura de Berlín, André Schmitz, sobre la relevancia del proyecto: "es un gran regalo que Berlín sea hoy  de nuevo una metrópoli cosmopolita y tolerante, un lugar ideal para artistas y personas creativas de todo el mundo. No hay que olvidar que diversidad significa libertad, y, entre otras cosas, una cultura viva del recuerdo. Así, queremos defender la lección aprendida de la era nazi contra cualquier ataque de la derecha".

 

 

 

 

 

 

Arte degenerado: aquel verano de 1937 en Múnich

Por: | 04 de noviembre de 2013

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por Ángeles García

Siempre se ha sabido que no hay nada peor que un artista frustrado para juzgar las obras ajenas. Si además ese supuesto artista es un mediocre obsesivo con poder, el resultado es terrorífico. La historia se ha ocupado de Adolf Hitler por el genocidio de seis millones de judíos. Su historial criminal ha dejado poco espacio en las enciclopedias como para saber que en su adolescencia y juventud lo que quería era ser pintor. Pero la Academia de Bellas Artes de Viena le rechazó en dos ocasiones, en 1907 y 1908. Sus bucólicos paisajes campestres o sus insípidos retratos no despertaron ningún interés.

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