Todo pintor tiene una guerra dentro de sí. Los valores enfrentados de lo figurativo y lo abstracto, el compromiso social y la soledad, lo literario y lo plástico, el fracaso y el éxito planean sobre su cráneo como una bandada de buitres. A lo largo de su vida, Víctor Mira (Zaragoza, 1949-2003) libró sus batallas dentro del estudio con una profundidad poco común hoy en un artista. Dramático e intenso, su obra fue una continua protesta contra quienes la veían equivocadamente como un simple producto de la imaginación formalista, esto es, desfiguración, fragmentación o distorsiones hipertróficas (tan comunes en la pintura alemana de postguerra). Con todo, nunca buscaría la complicidad de la audiencia.
Diez años después de su desaparición (una muerte miserable sobre las vías de un tren en la pequeña localidad de Breitbrunn am Ammersse, cerca de Múnich, donde desde hacía años había fijado su residencia), la galerías Ignacio de Lasaletta, Eude y N2 le rinden homenaje con la exhibición de una serie de trabajos en diversos soportes: telas, papel, obra gráfica y esculturas. Los que dan una idea más íntegra y rotunda de su legado los encontramos en la muestra de Lassaletta. No es muy extensa, pero resume fielmente su época más madura, la que recorre los años ochenta. En total, 38 piezas, entre pinturas y esculturas (dos bronces), con frecuentes alusiones alegóricas o religiosas que cobran formas resonantes y fúnebres.
Una primera ojeada a la obra de Víctor Mira nos habla de una pintura plena de ansiedad y esperanzas íntimas fracasadas. Sus motivos, casi emblemas- águilas, cruces, hilaturas, corazones-, realizados con trazo nervioso, cubren la superficie de la pintura con luminosidad para suministrar sensaciones más que relatos, y aún en su paleta, los negros tienen un enorme poder cromático. Los seres que habitan las telas -estilitas, personajes crucificados, animales contorsionados o convulsionados- no solicitan piedad, tampoco intentan introducirnos en su propio espacio; son sólo figuras que retienen una integridad obstinada en medio de espacios desérticos o desolados. La medida del gesto apropiado a cada imagen, sumada a un sentido de la composición demasiado consciente, acercan al artista, más que a la furia del romanticismo (neo)expresionista, a la orilla donde éste muere.
Víctor Mira nunca fue un gran pintor. Tampoco un talento forzado ni un transvanguardista facilón. Lo que realmente le salvó de ser considerado un artista retórico (estilo Schnabel, Clemente, Chia o Cucchi) fue su autenticidad. De ahí que su trabajo haya generado más afecto que admiración. Se agradece esta retrospectiva hecha con un alto sentido del decoro. En medio de la necesidad que tiene la industria del arte de exposiciones que engrandecen el rumor del mito, es de esperar que el público vaya a verla con la misma mirada discreta con la que el artista llevó su vida.
Otro pintor -esta vez de imaginación más austera- es Vicenç Viaplana, de quien estos últimos días del mes todavía se pueden ver sus series de acrílicos sobre madera. En la Carles Taché contemplamos a un artista más despreocupado y vacacional que en su obra de hace unos años, cuando sus pinturas parecían invocar las variaciones de las ondas de luz y las transparencias cósmicas, como si viviera inmerso en espacios de niebla verde-gris, atento a la sorpresa de su disolución en el lienzo.
Ahora, absorto en el medio natural del Montseny, el pintor y diseñador vallesano (1955) vuelve a interrogarse sobre los límites exactos entre imagen y realidad. Sus respuestas están escritas en las series “Diario de agosto” y “Todo es posible”; en ellas, Viaplana parece deleitarse con la descripción y clasificación de formas vegetales (no muy diferentes de las formas del cielo).
Artista y obra están unidos permanentemente en la imposibilidad lógica de la representación, de ahí que lo que vemos en esta pintura -etérea, falsamente sublime- son actos de azar, trazos de indiferencia o pura fenomenología del impacto del color sobre la superficie. Estas obras, hechas a contracorriente, son para Viaplana el resumen de “todo lo que es posible”, quizás por no querer vocear su desconfianza en el mundo del arte. Señalan correctamente, como en el caso de Víctor Mira, la naturaleza secreta del pintor que, al igual que Bartleby, preferiría no hacerlo.
Homenaje a Víctor Mira. Galería Ignacio de Lasaletta. Rambla de Catalunya, 47.
Galería Eude. Consell de Cent, 278.
Galería N2. Enric Granados, 61. Hasta el 28 de febrero.
“Todo es posible”. Vicenç Viaplana. Galería Carles Taché. Consell de Cent, 290. Barcelona. Hasta el 31 de enero.
Hay 1 Comentarios
Buen artículo y el cuadro de homenaje a Víctor Mira me parece tremendo.
Les dejo un microcuento sobre cómo cambia la percepción del arte con la edad. Pinchen mi nombre si les apetece leer.
Publicado por: Sony Sato | 24/01/2014 12:16:15