Más que danzarinas, mujeres extraordinarias

Por: | 24 de marzo de 2014

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 Loïe Fuller bailando (Cortesía de La Casa Encendida, Madrid)

Quien base las reticencias hacia Warhol en sus apropiaciones de la baja cultura debe cambiar de argumento, porque desde luego no fue el único ni el primero en buscar filiaciones entre los iconos de  la cultura popular. La vanguardia estuvo desde siempre interesada en esas hibridaciones, como prueba Duchamp al copiar su urinario de los anuncios de la época, en los cuales un lavabo se retrataba solo, como un objeto especial,  y el propio Picasso al basarse en el modo de colocar los periódicos en un puesto para algunos de sus collages.

Sophie Taeuber 043Desde luego las vanguardias fueron mucho menos elitistas que nosotros a la hora de mezclar alta y baja, como prueba el papel que tuvieron tantas danzarinas fascinantes,  hibridizadas, a medio camino entre ballet y cabaret. Un ejemplo siempre citado es Mary Wigman o la propia Sophie Tauber-Arp (en la imagen a la izquierda), además de artista, bailarina dadá. Mujeres exóticas en tanto el otro, como la divina Baker – a veces también presentada como un animal salvaje-, que encandiló a la vanguardia con su voz y sus disfraces - de eso supo mucho Le Courbusier.

Anmita Berber

Otro ejemplo siempre citado es el de Anita Berber (izquierda), la estrella que llenó los escenarios berlineses en los años de entreguerras, que escandalizó y fascinó a toda una ciudad   con unas producciones de títulos si no otra cosa sugerentes -Cocaina , Horror , Depravación o Extasis - y una de las más bellas lesbianas de la historia de cabaret. Anita, que puso de moda el monóculo y el frack, que solía moverse entre ciclistas y boxeadores, era la gran atracción, la gran deseada,  lo que el público quería ver, como se lamentaba una canción de moda en esos años:  “¿Qué quiere ver el público?/¿Millones de hambrientos y miseria,/miles de gentes que se pudren en la cárcel?/¿Eso es lo que quiere ver el público?/Que va, el culo desnudo de Anita Berber,/eso es lo que quiere ver.” Anita, pese a la crítica social implícita en la mencionada canción, era a su modo revolucionaria.

Gert5Junto a ella, otra mujer parodiaba el deseo. Y triunfaba. Valeska Gert ( en la imagen  derecha) debutaba en el Berlín de 1916 y en su representación Muerte  se limitaba a quedarse parada para después caerse encima del escenario. Niñas, cuerpos inertes, momias, prostitutas,... fueron sus principales personajes. Mientras se movía en escena creían mirarla, pero ya no poseían los ojos. En un juego de manos, Gert se había apoderado de ellos. Cuando le preguntó a Bretch que quería decir con “danza épica”, se cuenta que él le contestó: “Lo que tú haces.”

Ahora en la Casa Encendida se puede ver, en una expoisición excepcional, a otra danzarina excepcional desde muchos puntos de vista precursora de estas revolucionarias, Loïe Fuller, la bailarina norteamericana que fue en realidad mucho más que eso. De hecho, desde coreógrafa, comisaria, investigadora de efectos visuales, cineasta o empresaria hasta iluminadora, aparece en todo momento como un personaje  capaz de conjugar su éxito en el espectáculo -entendido en el sentido más laxo-  con el desarrollo de sus investigaciones sobre las posibilidades de la radioactividad en la creación de efectos lumínicos.

Amiga de personas tan influyentes  como la Reina María de Rumanía, admirada por Giacomo Balla, los hermanos Lumière, Stéphane Mallarmé, George Mèlies, Auguste Rodin o Paul Valèry; protectora de la propia Isadora Ducan; pintada por  Gêrome –hay en la muestra unas pinturas maravillosas-; amiga de los Curie por sus investigaciones científicas, directora de escena cuando en la exposición universal de 1900 en París se crea un pabellón dedicado  a la electricidad que debía albergar sus danzas, Fuller revoluciona la concepción misma de la danza convirtiéndose en un mito en Europa, Estados Unidos, Argentina, Brasil y Cuba y hasta en Egipto, por donde su compañía emprende una gira.

De hecho, Fuller, con sus danzas “fluorescentes” o “La danza del miedo” o “de los martirios" -precursora en los títulos de Gert o Anita-, es mucho más que la representante del Art Nouveau con sus complejos modelos construidos sobre palos para poder moverlos a discreción –en la exposición hay una estupenda reconstrucción de uno de ellos. Como tantas mujeres, Fuller fue, sobre todo una pionera, el ejemplo a seguir para tantas danzarinas, como las citadas, que se pasaron su vida en una performance a medio camino entre el consumo del cabaret y la élite. Otra mujer hasta cierto punto olvidadada por dedicarse a cuestiones que la alta cultura ve menores, aunque de menores tengan más bien poco, dado que en ellas se halla la esencia de la performance contemporánea -no en vano a la muestra de la Casa Encendida ha sido invitada La Ribot.

1fpz81pwduareIncluso después de enfermarse de  cáncer y ser sometida a una mastectomía, Fuller sigue siendo la mujer rompedora cuando pide a Harry Ellis que fotografíe su cicatriz en 1925 (a la izquierda en la foto, The Jerome Robbins Dance Division, The New York Public Library for the Performing Arts, Astor, Lenox and Tilden Foundations), como harán mucho después Joe Spence y Hannah Wilke, ambas enfermas de cáncer también, al ir mostrando el desarrollo de su enfermedad y las cicatrices que iba dejando.

La exposición estará hasta mayo –con películas, fotos, cuadros,…- y es una excelente ocasión para reflexionar sobre la performance y todo lo que las danzarinas han ofrecido desde siempre a las vanguardias, un poco de baja y un poco de alta. Pero sobre todo ese talento especial que con frecuencia muestran tantas mujeres creadores difíciles de clasificar.

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