El PSE-EE mantiene, con datos propios, que sus previsibles heridas en la noche del 20-N tendrán una menor gravedad que las asignadas en las encuestas a sus hermanos del PSOE. A pesar de que los sondeos, también los internos, predicen una caída en intención de voto en el entorno de los diez puntos en Euskadi, los socialistas creen que, finalmente, salvarán el tipo porque vienen del récord de votación en 2008, que les permitió aportar nueve diputados a José Luis Rodríguez Zapatero.
En realidad, los socialistas vascos creen que conseguirán cinco puestos en el Congreso, repartidos así: Bizkaia (2), Gipuzkoa (2) y Álava (1). Las principales dudas más inquietantes estriban, sobre todo, en apuntalar el segundo escaño en el territorio guipuzcoano. Aunque las encuestas atribuyen dos diputados a Amaiur en Gipuzkoa, hay quien recuerda dentro del PSE-EE que los pronóstico fallaron, pero a la baja, en las previsiones de la izquierda abertzale con motivo del estreno de Bildu en las pasadas elecciones locales y forales de mayo. Entonces, los radicales, con la ola a favor del debate sobre su legalización y en plena tregua de ETA, superaron, incluso, sus propias previsiones. Ante el 20-N podría repetirse la escena porque la nueva realidad política en el País Vasco, ya sin violencia definitivamente y con la puerta abierta a las reivindicaciones identitarias, juega a su favor ante las urnas.
Pero en el PSE-EE, a fecha de hoy, se dejan guiar por dos referencias que entienden significativas: en las últimas horas, sus encuestas detectan una mayor voluntad de participación entre los suyos y, a su vez, se aprecia un incremento en la intención de su voto, que, no obstante, se había mostrado preocupantemente frío en el estreno de la campaña.
Para los socialistas, la obtención de cinco diputados en Euskadi les permitiría algo más que salvar los muebles en comparación con el resultado global que se antoja ahora para Rubalcaba. En cambio, quedarse en cuatro vendría a comprometer incluso al propio lehendakari, Patxi López, porque podría llevar a una lectura nada deseable para la solvencia del Gobierno vasco que preside. Desde luego sería una disculpa perfecta para que sus rivales más directos, desde el lado nacionalista, se apresuraran a proclamar que ni siquiera la gestión del Ejecutivo ha sido capaz de contener la sangría generalizada de votos.