Podría decirse quizá sin riesgo de error que existe una intencionada relación política entre las visitas a Euskadi de la Comisión Internacional de Verificación, primero, y, ahora, del grupo de Brian Currin, por un lado, y las entrevistas de Mariano Rajoy con Patxi López e Iñigo Urkullu. Pero al margen de intuiciones posibilistas, de planificaciones calculadas, es evidente que este tránsito proyecta la sensación de que algo se mueve en el entorno del nuevo escenario vasco, de que hay partido. Incluso, hasta hay quien ve en el efecto internacional de los verificadores una súbita incorporación del lehendakari al proceso del que hasta ahora se mostraba renuente, quizá para así soltarse de la mano del PP.
Teniendo en cuenta que los verificadores y el equipo Currin comparten el mismo anfitrión no es de extrañar que sus movimientos aparezcan sincronizados y de ahí que surjan cuando mayor proyección aportan. Es evidente que si un encuentro Rajoy-López va precedido de una radiografía que detecta un camino hacia el desarme por parte de ETA, considerado además como viable a corto plazo por la izquierda abertzale, el ambiente es propicio para que el presidente del Gobierno se sensibilice con el acercamiento de presos de la banda terrorista. O, al menos, que nadie lo desmienta cuando el lehendakari se atreve a ponerlo en su boca. Una vez más, nadie como el sistema de marketing político de Batasuna para crear expectativas.
Es evidente que los verificadores han esbozado, en las conclusiones de sus contactos aquí y en el otro lado, un clima de evidente optimismo ante quienes les han escuchado, que ya son todos menos el PP una vez que el Gobierno vasco se ha avenido a tomar la temperatura. Pero precisamente esta soledad puede resultar contraproducente para la propia misión internacional a los ojos de Madrid. En realidad, los populares siguen sin ver en estas significativas conclusiones nada diferente a la radiofrafía del último informe policial, en quien, por supuesto, tiene depositada toda su confianza. Es decir, Rajoy no se siente conmovido por las indagaciones de un grupo a quien los suyos siguen considerando al servicio de la izquierda abertzale. ¿Y concernido? Eso ya es más fácil.
Con la nueva visita a Euskadi de Currin, los diseñadores procurarán un nuevo salto cualitativo. Una vez propagados los mensajes buenistas, ratificados por la evidencia del día a día, es posible que ahora el abogado mediador entiena que es el momento de abrir la caja de las exigencias. Porque ya toca, vendrá a decir en otro golpe de tuerca. Sin embargo, sería oportuno no olvidar el mensaje reiterado desde La Moncloa que llama a evitar en Euskadi las urgencias porque saben que llevan implícito unas exigencias que ahora mismo bloquean su capacidad de maniobra dentro y fuera del Gobierno hasta que ETA no dé el último paso. Mientras tanto, ¿acaso moderar la velocidad sería más práctico?