Ni siquiera el vendaval soberanista de Cataluña ni la propia fiesta popular de su partido, siempre propicia a la afectividad, alteran la voluntad de Iñigo Urkullu, presidente y candidato por primera vez a lehendakari del PNV. Lo vino a demostrar ante decenas de miles de enfervorecidos militantes, en un estudiado escenario de unidad interna, precisamente ahora que se juegan la vuelta al poder. Fue, lógicamente, un discurso de fácil llegada al corazón nacionalista, con proclamas propias de un guión identitaria, pero, sin embargo, incapaces de arrebatar la preponderancia que este partido con responsabilidad de gobierno viene concediendo en las últimas semanas a la exigencia de soluciones a la crisis.
Urkullu lleva en su ADN político la ilusión sabiniana de una patria vasca, pero sabe que ahora no toca exhibiciones de este corte. Ahí radica el punto de partida de su guión electoral, donde se entrecruzan los socorridos llamamientos a la voluntad del pueblo vasco para que defina su futuro, pero, principalmente, a que solvente su presente. Una cuestión temporal encardinada con un evidente interés electoral para que proyecte una imagen de responsabilidad como nexo de unión con un electorado que, una vez solventada la amenaza de la violencia, ya no esconde su inquietud por la coyuntura económica.
Precisamente esta prioridad económica descompone el guión de sus adversarios. PSE y PP abrieron esta precampaña convencidos de que PNV y EH Bildu sostendrían una encarnizada pelea por el órdago del estado independiente vasco que alejaría a los nacionalistas de la preocupación mayoritaria de la sociedad. Urkullu no ha entrado en el juego. Entiende que entre los suyos no tiene que superar la prueba del algodón nacionalista y por eso se afana en acentuar su imagen de gestor preocupado por la mejora social y económica de Euskadi. Eso sí, a cambio, deja al descubierto todo un flanco, el soberanista, que en su día taponó con acierto la voz más desafiante de Juan José Ibarretxe, el candidato imposibl sí pero soñado también en muchos batzokis para cortocircuitar el crecimiento de la coalición abertzale.
En esta apuesta, el PNV, consciente por tanto del riesgo que supone el resultado electoral, ha dado la voz de la inexorable unidad interna. Así debería entenderse ese intencionado guiño que Urkullu hace a la memoria del veterano Xabier Arzalluz, últimamente muy alejado del partido y cercano, en cambio, a las tesis abertzales más duras. O, incluso, la presencia de los dos lehendakaris anteriores, José Antonio Ardanza e Ibarretxe, dotados de dos sensibilidades bien distintas dentro del propio partido, pero que avalan públicamente a su nuevo candidato y a quien respaldarán en varios actos de la inminente campaña.
Claro que Urkullu retroalimentó en el Alderdi Eguna del PNV el corazón nacionalista de los suyos hablando de la capacidad de decisión y del anhelo de una futura nación vasca en Europa, pero con la misma severidad apeló al espíritu de la pala y las botas de 1983, cuando Euskadi superó con su esfuerzo los efectos devastadores de las inundaciones. Vaya, que tampoco esta vez alentó los fantasmas.