Antonio Basagoiti se ha convertido en el perverso objetivo del entorno cavernario de Madrid. Apenas unas horas después de que el PP encaje en Euskadi los peores resultados electorales que se recuerdan, la estabilidad de su presidente se siente directamente amenazada. En el escenario menos propicio para su alma ideológica, donde se debatían, de un lado, las hipotéticas salidas a una crisis y, de otro, cómo abrazar cuanto antes la soberanía, este partido ha perdido tres de los trece escaños de que dispuso en 2009. Sin duda, un serio retroceso que, en cambio, adquiere ribetes trágicos para quienes sueñan con recuperar a un PP inmovilista y atrincherado socialmente.
El PP vasco ha visto penalizado su apoyo a los socialistas por aquel pacto antinatura que la sociedad vasca apenas entendió desde su nacimiento, pero, sobre todo, se ha visto huérfana de apoyos en unas elecciones donde se libraba una batalla que trascendencia a sus esencias. Los populares en Euskadi no tienen capacidad de decisión en el rumbo económico de esta comunidad, y así es fácil explicar la fuga de un amplio porcentaje de su granero electoral hacia el voto útil del PNV. No obstante, es muy posible que en la persistente invocación de Basagoiti a cortocircuitar ese supuesto trasvase de votos estribe un error estratégico del líder de los populares vascos. Con su incansable amenaza, Basagoiti quería identificar al PNV con una copia escondida de Artur Mas, a sabiendas de que son dos realidades diferentes. Y, desde luego, no ha acertado.
Pero los ideólogos mediáticos del derribo de Basagoiti se han situado directemente en la caza mayor a la mañana siguiente del 21-O. Entienden, en perfecta sintonía con la teoría del sector mayororejista del partido, que la nueva dirección del PP vasco es pusilánime en su oposición al entorno abertzale. Vaya, que les critican porque se olvidan de decir todos los días que ETA sigue existiendo, de que va a volver a matar y de que Bildu debe ser ilegalizado porque siguen siendo la larga mano política de los terroristas. No importa que todo ello sea falso o improbable de demostrar, hay que decirlo.
Por contra, quienes empiezan a segar la hierba a los pies de Basagoiti y su equipo no han reparado por un momento en la sangría de votos que el PP sufre en Álava, su feudo electoral hasta ahora y, sin duda, nada dudoso de contrariar la ortodoxia del pensamiento popular. Es en este territorio, el desgaste intrínseco del poder -el Ayuntamiento de Vitoria se ha visto obligado a fuertes recortes y la Diputación cada vez ingresa menos dinero- se ha cobrado entre uno y dos escaños que han quebrado el resultado final.
Es muy posible que Basagoiti no vuelva a ser el cabeza de lista del PP vasco. Se siente decepcionado personalmente por los resultados. Después de una larga travesía, de un reconocido desgaste personal, de haber sacado al partido a la calle, comprueba fatídicamente que está acotado el ensanchamiento del campo electoral del centroderecha constitucional en una Euskadi cada vez más nacionalista y con una abstención descreída por los efectos de la crisis que no ataja la clase política.
Apeado del juego de mayorías, a la espera de posibles guiños del PNV en propuestas económicas, el PP afronta una legislatura incómoda, muy concentrada en las instituciones alavesas que domina, pero lejos del protagonismo que le supuso aupar al Gobierno vasco al primer lehendakari socialista. Todo un escenario abonado a las intrigas, una afición de largo cuño en Madrid. Mariano Rajoy, menos palaciego, sigue confiando en Basagoiti. El presidente nunca olvidará las aviesas cornadas de María San Gil y Jaime Mayor Oreja.