Sobre el autor

Juan Mari Gastaca

, delegado de El País en Euskadi. Se abre aquí un hueco para intercambiar opiniones sobre la vida política que en esta tierra vasca no deja a nadie indiferente y mucho menos cuando llegan unas elecciones.

Sobre el blog

Hablaremos sobre el día a día de la vida política que afecta a Euskadi, dentro y fuera de la casa común vasca.

Eskup

A por Basagoiti

Por: Juan Mari Gastaca | 22 oct 2012

BASAGOITI
Antonio Basagoiti se ha convertido en el perverso objetivo del entorno cavernario de Madrid. Apenas unas horas después de que el PP encaje en Euskadi los peores resultados electorales que se recuerdan, la estabilidad de su presidente se siente directamente amenazada. En el escenario menos propicio para su alma ideológica, donde se debatían, de un lado, las hipotéticas salidas a una crisis y, de otro, cómo abrazar cuanto antes la soberanía, este partido ha perdido tres de los trece escaños de que dispuso en 2009. Sin duda, un serio retroceso que, en cambio, adquiere ribetes trágicos para quienes sueñan con recuperar a un PP inmovilista y atrincherado socialmente.

El PP vasco ha visto penalizado su apoyo a los socialistas por aquel pacto antinatura que la sociedad vasca apenas entendió desde su nacimiento, pero, sobre todo, se ha visto huérfana de apoyos en unas elecciones donde se libraba una batalla que trascendencia a sus esencias. Los populares en Euskadi no tienen capacidad de decisión en el rumbo económico de esta comunidad, y así es fácil explicar la fuga de un amplio porcentaje de su granero electoral hacia el voto útil del PNV. No obstante, es muy posible que en la persistente invocación de Basagoiti a cortocircuitar ese supuesto trasvase de votos estribe un error estratégico del líder de los populares vascos. Con su incansable amenaza, Basagoiti quería identificar al PNV con una copia escondida de Artur Mas, a sabiendas de que son dos realidades diferentes. Y, desde luego, no ha acertado.

Pero los ideólogos mediáticos del derribo de Basagoiti se han situado directemente en la caza mayor a la mañana siguiente del 21-O. Entienden, en perfecta sintonía con la teoría del sector mayororejista del partido, que la nueva dirección del PP vasco es pusilánime en su oposición al entorno abertzale. Vaya, que les critican porque se olvidan de decir todos los días que ETA sigue existiendo, de que va a volver a matar y de que Bildu debe ser ilegalizado porque siguen siendo la larga mano política de los terroristas. No importa que todo ello sea falso o improbable de demostrar, hay que decirlo.

Por contra, quienes empiezan a segar la hierba a los pies de Basagoiti y su equipo no han reparado por un momento en la sangría de votos que el PP sufre en Álava, su feudo electoral hasta ahora y, sin duda, nada dudoso de contrariar la ortodoxia del pensamiento popular. Es en este territorio, el desgaste intrínseco del poder -el Ayuntamiento de Vitoria se ha visto obligado a fuertes recortes y la Diputación cada vez ingresa menos dinero- se ha cobrado entre uno y dos escaños que han quebrado el resultado final.

Es muy posible que Basagoiti no vuelva a ser el cabeza de lista del PP vasco. Se siente decepcionado personalmente por los resultados. Después de una larga travesía, de un reconocido desgaste personal, de haber sacado al partido a la calle, comprueba fatídicamente que está acotado el ensanchamiento del campo electoral del centroderecha constitucional en una Euskadi cada vez más nacionalista y con una abstención descreída por los efectos de la crisis que no ataja la clase política.

Apeado del juego de mayorías, a la espera de posibles guiños del PNV en propuestas económicas, el PP afronta una legislatura incómoda, muy concentrada en las instituciones alavesas que domina, pero lejos del protagonismo que le supuso aupar al Gobierno vasco al primer lehendakari socialista. Todo un escenario abonado a las intrigas, una afición de largo cuño en Madrid.  Mariano Rajoy, menos palaciego, sigue confiando en Basagoiti. El presidente nunca olvidará las aviesas cornadas de María San Gil y Jaime Mayor Oreja.

Un debate en ETB que deja huella

Por: Juan Mari Gastaca | 18 oct 2012

DEBATE AYER
Quiso la Junta Electoral del País Vasco que el debate más esperado de la campaña electoral del 21-O en ETB entre los candidatos de las cuatro fuerzas mayoritarias diera a UPyD y EB los suficientes minutos de gloria. La resolución, entendida en principio como un golpe bajo al interés de la audiencia, ensanchó el campo democrático y no empañó, pese a su formato inicialmente encorsetado, el interés de una audiencia que siempre acude concienciada políticamente a este tipo de programas. Después de tres horas de programa, abrazando ya la madrugada, el share medio llegó hasta un insólito 18%.

Tras hora y media de debate sereno, ninguno de los seis candidatos salió igual que entró. Sin caer jamás en el fuego cruzado dialéctico, con un rictus formal intencionadamente cuidado, hubo tiempo suficiente para que en el plató quedaran las huellas políticas suficientes, justo cuando la campaña agota sus últimas horas dentro de un contexto más bien tedioso y librándose fundamentalmente la batalla entre la movilización de los indecisos y la pelea por los restos.

La batalla parecía planteada en función del acoso a Iñigo Urkullu, convertido más allá de las encuestas en el clavo favorito para repetir el triunfo del PNV. Quizá tamaña responsabilidad pudo toda la noche con el candidato, quien se refugió excesivamente en el auxilio de los papeles sobre el atril y ofreció así  una imagen de debilidad argumental. No fue su mejor noche, muy lejos de la solvencia exhibida en su encuentro anterior ante las preguntas de 30 ciudadanos,  en el mismo set de ETB.

Posiblemente alentado por esta debilidad, el lehendakari, Patxi López, se creció. Fueron suyos los datos concretos en favor de la ayuda al empleo,  al bienestar social y a la oposición férrea a los recortes de Mariano Rajoy. Incluso, ni titubeó al recriminar a Laura Mintegi, candidata de EH Bildu, la cobarde posición de la izquierda abertzale cada vez que llegaba el entierro de una víctima de ETA. Con su argumentación, el líder de los socialistas vascos exhibió el mayor esfuerzo de la campaña para arrancar de sus casas el 21-O a un elevado porcentaje de los miles de abstencionistas que un día decidieron renegar del PSE-EE.

En cambio, es muy posible que Antonio Basagoiti encuentre serias resistencias para rentabilizar en las urnas su insistente presión sobre Iñigo Urkullu para que le desvelara, durante toda la noche, si esconde en sus intenciones la actualización del demonizado Plan Ibarretxe. No lo consiguió, pero evidenció que su propósito no era otro que taponar la sangría de voto útil que se puede deslizar desde posiciones acomodadas hacia el PNV para alejar el fantasma abertzale.

Tampoco Basagoiti, en su blog de intenciones, se olvidó de Mintegi y de su connivencia con la izquierda radical durante la vigencia asesina de ETA. La candidata abertzale, encajadora donde las haya, prefirió buscar otros escenarios para su discurso alternativo, pero le costó demasiado sobre todo cuando llegaba el momento de poner blanco sobre negro, de construir con cifras sus propósitos. Para UPyD y EB, incorporados a última hora, el compromiso fue mucho más liviano: fueron a hablar de su libro y lo consiguieron porque nadie jugaba en su contra.

El castigo a Otegi favorece el victimismo 'abertzale'

Por: Juan Mari Gastaca | 14 oct 2012

Otegi
La izquierda abertzale ha exprimido mejor que nadie el victimismo como rédito electoral. De hecho, es una probabilidad tan frecuentada que sus rivales políticos siempre temen que se acabe produciendo. Por eso ahora que Prisiones ha decidido castigar a Arnaldo Otegi por decir lo que piensa en un vídeo desde el patio de la cárcel donde está interno, partidos como el PNV temen por experiencia que la sanción impulsará las expectativas de EH Bildu ante el 21-O.

En Euskadi, el discurso de Otegi durante el mitin de la coalición soberanista era una sorpresa esperada. Incluso hasta la Policía contaba con ello porque los organizadores alimentaron intencionadamente la expectactiva mediática como acostumbran a hacer con reconocida habilidad. El mensaje del guía espiritual de la izquierda radical supone todo un guiño sentimental para retroalimentar el ansia reivindicativa de miles de enfervorecidos seguidores. Por eso, cuando el Estado reacciona rápidamente con la ley en la mano para sancionar un vídeo sin estribillos descollantes para la generalidad de la sociedad vasca, desde EH Bildu se frotan las manos. Es la manera más directa para consolidar en el electorado abertzale la razón de su voto independentista y, de paso, alterar las conciencias de varios puñados de indecisos.

Indudablemente que la ley está para ser cumplida. De ahí la responsabilidad contraída al penalizar la alocución de un preso. Por eso resulta imposible de sostener jurídicamente que la supuesta incidencia en la voluntad de un puñado de votos fuera capaz de impedir actuaciones propias de un Estado de Derecho. Ahora  bien, en un escenario político como el vasco, donde se ha asociado por su evidencia la relación directa entre la apuesta personal de Otegi y el giro de la izquierda abertzale hacia las vías democráticas, decisiones como la incomunicación dictada se antojan difíciles de asumir. En el fondo de sus palabras, ¿acaso no ha jugado durante años el exportavoz de la antigua Batasuna con mensajes más hirientes para un futuro en paz que el vídeo del pasado sábado en el mitin de EH Bildu?

Desde las opciones democráticas en Euskadi, siempre se han procurado evitar decisiones jurídicas y policiales que propiciaran el victimismo de las distintas marcas electorales abertzales. Bien es cierto que sin demasiado éxito. Y precisamente ahora, cuando los sondeos del 21-O predicen un acotado mano a mano entre el PNV y EH Bildu, Otegi pone la trampa para que el Estado le responda con la ley en la mano.

Aunque arropados por unas previsiones unánimes que le acercan al triunfo en las urnas, los nacionalistas lamentan la decisión final de Prisiones porque, lógicamente, ya contaban con la estrategia de los abertzales, volcados como están en polarizar la campaña sobre la necesidad de independizarse de un Estado que no reconoce la libertad de expresión. Es entonces cuando, una vez más, vuelven a aclamar como víctima a Otegi.

¿Qué votarán el 37% de los vascos indecisos?

Por: Juan Mari Gastaca | 09 oct 2012

LOPEZ
Las previsiones electorales sobre Euskadi del Centro de Investigación Sociológicas (CIS) se evaparan con el recuento de los votos. Pero son una referencia que anima la campaña. Para el 21-O, el sondeo tiene claro que ganará el PNV, que sumará una holgada mayoría junto a EH Bildu, que un impensable acuerdo desde posiciones de izquierda (abertzales, PSE y Ezker Anitza) tendría la mitad más uno de los escaños del Parlamento, pero que, de momento, todavía existe una bolsa de indecisos compuesta por uno de cada tres vascos.

La definición inamovible del voto se asocia tradicionalmente a la izquierda soberanista, basada en una imperturbable fidelidad que siempre acaba llegando a la urna, y en un porcentaje similar también se detecta entre los partidarios del PNV, precisamente los dos partidos con mayor respaldo popular. ¿Dónde está la amplia bolsa de indecisos? Según las conclusiones demoscópicas, habría que buscarlos en dos escenarios que caminan por vías paralelas. De un lado, quienes buscan mensajes atractivos donde acomodar su reivindicación social contra los efectos de las medidas económicas; de otro, aquellos ciudadanos que digieren su temor sobre una posible deriva independentista.

En ambos escenarios se sucederán combates bien distintos. PSE-EE, con una discurso abanderado desde el Gobierno vasco por Patxi López en favor de la justicia social y contra los recortes, busca reencontrarse con sus votantes desencantados y refugiados en la abstención; en el objetivo procurará que discursos más radicales como los de Ezker Anitza, la marca de IU en Euskadi, le arrebaten los votos suficientes para dulcificar el impacto de una más que previsible derrota.

En el miedo escénico al soberanismo, el PP despliega todo su verbo. Lo hace desde el convencimiento, con un mensaje con el que no necesita sobreactuar porque es consustancial a su razón de ser, pero que se siente obligado a retroalimentar para evitar que UPyD le amargue la existencia en Álava. Los populares necesitan de la victoria en este territorio que ahora gobiernan para sustentar un resultado global decoroso, conscientes de que encaran las elecciones menos propicias con el hándicap que supone secundar la política económica de Mariano Rajoy.

En unos comicios donde los partidos prevén una alta participación, precisamente por la doble pugna antagónica en cuestiones identitarias y económicas, la indefinición de un tercio de los ciudadanos con derecho a voto aconseja prudencia sobre el mapa resultante. Si bien nadie cuestiona ahora, por encima del elemento corrector de los indecisos, el triunfo del PNV, la redistribución de restos en algunos territorios y la suerte final de los partidos pequeños impiden una fotografía real para entrar en los juegos de posibles mayorías. aunque, eso sí, las tendencias son palmarias.

¿Cuál será el techo de la mayoría nacionalista?

Por: Juan Mari Gastaca | 05 oct 2012

Urkullu
En Euskadi, los pronósticos electorales han superado el debate sobre quién ganará; la razón de la discrepancia está ahora, en el inicio templado de la campaña, en calcular la holgura de la segura mayoría nacionalista. Sin ETA desde hace ya un año y con la presencia de todas las opciones políticas en las urnas, el PNV se antoja favorito indiscutible y junto a EH Bildu cubrirán, como mínimo, las tres quintas partes del futuro Parlamento vasco, 45 de 75 escaños.

Bajo esta previsión, cada vez más aceptada, Iñigo Urkullu acaricia la condición de lehendakari, un cargo históricamente asociado durante treinta años al PNV, donde todavía hoy se siente la amargura de que le fuera arrebatado por un sorprendente pacto político PSE-PP que buscaba, y lo ha conseguido, la normalización en la vida política de Euskadi.

Urkullu convertiría así en un triunfo personal el riesgo político que le supone asumir la condición de candidato a lehendakari por primera vez desde la presidencia del PNV, en una acumulación de poder que hasta ahora jamás nadie osó a representar tras el desafío de Carlos Garaikoetxea a Xabier Arzalluz y que propició la fratricida guerra interna hasta consumar la escisión. Para conseguirlo, el candidato nacionalista ha huido de las apuestas soberanistas, con un discurso basado en futuros escenarios que abran la puerta al derecho a decidir desde el consenso emanado del Parlamento vasco, pero situando la apuesta por la salida de la crisis económica como la guía espiritual de su programa. Con esta intencionada apuesta, Urkullu busca el voto útil allí donde PSE y PP vienen alimentando el temor de que EH Bildu es una amenaza directa para llegar al poder.

Conscientes, precisamene, de esta mayoría nacionalista, socialistas y populares aprovechan la ola separatista de Cataluña para advertir del riesgo de su efecto mimético en Euskadi desde la supremacía de PNV y EH Bildu, a quien equiparan en su ambición identitaria. Con este admonición, Patxi López y Antonio Basagoiti pretenden incorporar a las urnas a quienes se sientan temerosos de que la hiriente división social derivada del pacto de Lizarra se actualice a partir del 21-O. Bien es cierto que lo hacen desde claves muy diferentes. El lehendakari agita para ello la bandera de su frentismo a los recortes del Gobierno Rajoy que le ha supuesto rearmar ideológicamente a un PSE-EE desorientado tras sus últimos desacalabros electorales; los populares, en cambio, aprietan los dientes y aguantan estoicamente en la confianza de sufrir el menor desgaste posible.

Todo ello, en un inédito contexto de paz donde ya nadie espera a ETA, aunque la debil banda armada intente apropiarse de apenas cinco minutos de gloria con su comunicado previo al domingo electoral. Si así lo hiciera tampoco favorecería a una izquierda abertzale que parece decidida a no introducir en la campaña referencias incómodas que la sociedad interprete como reminiscencias de su pasado menos democrático, precisamente ahora que está en condiciones de alcanzar la gloria de su mejor resultado electoral.

El País

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