A su llegada, el Gobierno vasco de Iñigo Urkullu suspira por sus presupuestos. El PNV sabe que su minoría parlamentaria le obligará a un obligado pacto entre diferentes para evitar así el desaire político que supondría prorrogar las cuentas. Mientras allana el camino, en Gipuzkoa, donde gobierna sin mayoría la izquierda abertzale con Martin Garitano, ya hay presupuesto foral para 2013. Bildu, a quien nadie parecía dispuesto a su llegada a dar ni agua para provocar su asfixia, lo ha conseguido por segundo año consecutivo, y además con el apoyo de dos partidos de distinto corte como son PNV, primero, y PSE ahora, que han elegido la vía menos comprometida para el acuerdo que es la abstención.
En Euskadi, la ausencia de mayorías absolutas en las instituciones -Bilbao es la excepción- obliga a interpretar inmediatamente cualquier aproximación entre diferentes por si dispone de la solidez suficiente para crear precedente. Por eso, cuando socialistas y soberanistas se dan la mano, en el PNV creen que hay base suficiente para creer en una pinza de izquierdas que le comprometa sus planes. Más aún, hay quien dentro del propio PSE sostiene que aún es demasiado pronto para abrazarse con una sensibilidad política que hasta hace poco tiempo jaleaba a quienes les amenazaban. En cualquier caso, es un acuerdo que provoca nervios. ¿Tiene recorrido?
En Gipuzkoa, los socialistas comparten mayoritariamente que están obligados a incorporarse con una identidad propia al nuevo escenario. Bastaría, en realidad, con actualizar algunos augurios formulados por Jesús Eguiguren en medio del ruido que provocaban. Es decir, adecuar un mensaje de izquierdas en un contexto político de convivencia. En realidad, la abstención prestada a Bildu para su presupuesto no transgrede otras líneas rojas. Se mueve básicamente en una apuesta por la consolidación de las prestaciones sociales y de la ayuda al empleo, pero, sobre todo, en una unidad de criterio sobre un nuevo modelo impositivo. No obstante, la fotografía se produce en un territorio que ha sufrido el terrorismo en carne propia, donde los hábitos democráticos de la izquierda radical están tiernos y es por eso que existan dudas sobre el momento en que llega, por ejemplo, ese abrazo entre la portavoz juntera socialista Rafaela Romero y la diputada foral abertzale Helena Franco. El PNV, consciente de estos temores, no desaprovecha la ocasión para recordar que el entendimiento entre EH Bildu y PSE le supone una amenaza.
Pero es el ámbito del modelo fiscal, donde el PNV debería entender la voz desgarrada de los socialistas para propiciar el acuerdo mayoritario en los presupuestos del País Vasco. Sin duda que supondría un punto de partida desde posiciones muy alejadas, desde concepciones antagónicas sobre la tributación, pero es muy posible que no haya otra vía para salvar las cuentas. Incluso, en un primer intento, es muy posible que al PSE le valdría con quedarse con el fuero antes que con el huevo. Patxi López suspira por llevar el debate fiscal al Parlamento y si lo consigue evidenciaría una derrota de las tesis nacionalistas. El PNV siempre ha alegado la indiscutible potestad foral en materia impositiva cada vez que el entonces lehendakari pretendía abordar en la Cámara este espinoso asunto tan relacionado con la búsqueda de nuevos ingresos y la activación económica.
Así las cosas, el PNV ya sabe que a PSE y EH Bildu no les costaría mucho voltear el presupuesto. Además, en un escenario de crisis, la oposición dispondría de un argumento de corte social de fácil aceptación. En su rechazo a las cuentas les valdría con esgrimir su apuesta por mantener sin recortes las cotas actuales del estado de Bienestar y la exigencia de una mayor tributación a las rentas más altas para recibir una cualificada comprensión. Ante el riesgo que supone, es comprensible que haya nervios por el acuerdo de Gipuzkoa.