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Juan Mari Gastaca

, delegado de El País en Euskadi. Se abre aquí un hueco para intercambiar opiniones sobre la vida política que en esta tierra vasca no deja a nadie indiferente y mucho menos cuando llegan unas elecciones.

Sobre el blog

Hablaremos sobre el día a día de la vida política que afecta a Euskadi, dentro y fuera de la casa común vasca.

Eskup

El acuerdo Bildu-PSE provoca nervios

Por: Juan Mari Gastaca | 25 dic 2012

A su llegada, el Gobierno vasco de Iñigo Urkullu suspira por sus presupuestos. El PNV sabe que su minoría parlamentaria le obligará a un obligado pacto entre diferentes para evitar así el desaire político que supondría prorrogar las cuentas. Mientras allana el camino, en Gipuzkoa, donde gobierna sin mayoría la izquierda abertzale con Martin Garitano, ya hay presupuesto foral para 2013. Bildu, a quien nadie parecía dispuesto a su llegada a dar ni agua para provocar su asfixia, lo ha conseguido por segundo año consecutivo, y además con el apoyo de dos partidos de distinto corte como son PNV, primero, y PSE ahora, que han elegido la vía menos comprometida para el acuerdo que es la abstención.

En Euskadi, la ausencia de mayorías absolutas en las instituciones -Bilbao es la excepción- obliga a interpretar inmediatamente cualquier aproximación entre diferentes por si dispone de la solidez suficiente para crear precedente. Por eso, cuando socialistas y soberanistas se dan la mano, en el PNV creen que hay base suficiente para creer en una pinza de izquierdas que le comprometa sus planes. Más aún, hay quien dentro del propio PSE sostiene que aún es demasiado pronto para abrazarse con una sensibilidad política que hasta hace poco tiempo jaleaba a quienes les amenazaban. En cualquier caso, es un acuerdo que provoca nervios. ¿Tiene recorrido?

En Gipuzkoa, los socialistas comparten mayoritariamente que están obligados a incorporarse con una identidad propia al nuevo escenario. Bastaría, en realidad, con actualizar algunos augurios formulados por Jesús Eguiguren en medio del ruido que provocaban. Es decir, adecuar un mensaje de izquierdas en un contexto político de convivencia. En realidad, la abstención prestada a Bildu para su presupuesto no transgrede otras líneas rojas. Se mueve básicamente en una apuesta por la consolidación de las prestaciones sociales y de la ayuda al empleo, pero, sobre todo, en una unidad de criterio sobre un nuevo modelo impositivo. No obstante, la fotografía se produce en un territorio que ha sufrido el terrorismo en carne propia, donde los hábitos democráticos de la izquierda radical están tiernos y es por eso que existan dudas sobre el momento en que llega, por ejemplo, ese abrazo entre la portavoz juntera socialista Rafaela Romero y la diputada foral abertzale Helena Franco. El PNV, consciente de estos temores, no desaprovecha la ocasión para recordar que el entendimiento entre EH Bildu y PSE le supone una amenaza.

Pero es el ámbito del modelo fiscal, donde el PNV debería entender la voz desgarrada de los socialistas para propiciar el acuerdo mayoritario en los presupuestos del País Vasco. Sin duda que supondría un punto de partida desde posiciones muy alejadas, desde concepciones antagónicas sobre la tributación, pero es muy posible que no haya otra vía para salvar las cuentas. Incluso, en un primer intento, es muy posible que al PSE le valdría con quedarse con el fuero antes que con el huevo. Patxi López suspira por llevar el debate fiscal al Parlamento y si lo consigue evidenciaría una derrota de las tesis nacionalistas. El PNV siempre ha alegado la indiscutible potestad foral en materia impositiva cada vez que el entonces lehendakari pretendía abordar en la Cámara este espinoso asunto tan relacionado con la búsqueda de nuevos ingresos y la activación económica.

Así las cosas, el PNV ya sabe que a PSE y EH Bildu no les costaría mucho voltear el presupuesto. Además, en un escenario de crisis, la oposición dispondría de un argumento de corte social de fácil aceptación. En su rechazo a las cuentas les valdría con esgrimir su apuesta por mantener sin recortes las cotas actuales del estado de Bienestar y la exigencia de una mayor tributación a las rentas más altas para recibir una cualificada comprensión. Ante el riesgo que supone, es comprensible que haya nervios por el acuerdo de Gipuzkoa. Sirimiri

Erkoreka, referencia del Gobierno Urkullu

Por: Juan Mari Gastaca | 17 dic 2012

NUEVO GOBIERNO
Iñigo Urkullu
ha cerrado el Gobierno vasco que pretendía. El lehendakari, que lo ha tejido en un escrupuloso silencio como marca propia de su estilo, rastreaba el apoyo de consejeros con trayectoria curtida, de un perfil acusado de gestión, aderezado incluso  de aspectos intrínsecos como su condición de euskoparlantes, universitarios y entroncados en la misma generación de los 50 años de edad. Y, además, respetando las cuotas territoriales del PNV en un equipo paritario de ocho miembros, el más reducido de la historia.

En su disección, Urkullu parece haber asignado todo el músculo político a Josu Erkoreka, la referencia más reconocida del Ejecutivo, donde dispondrá de una triple función al frente de la Administración Pública, la Justicia y la portavocía. En su decisión, el presidente nacionalista no olvida  la precaria situación parlamentaria que arrastra su partido en el Parlamento. Asume que necesita de un negociador con cintura que, además, explique convincentemente lo que está pasando. Y Erkoreka lo sabe hacer porque está curtido en el oficio después de sus tres legislaturas en el Congreso, las dos últimas como portavoz del PNV.

Es evidente que el portavoz de este nuevo Gobierno vasco dispondrá de una lógica proyección, pero que irá mucho más allá del rédito mediático de sus semanales comparecenciaspara explicar los acuerdos del consejo. De hecho, Erkoreka lidiará las contraprestaciones políticas que asomarán por un Parlamento a cuatro donde hay que arañar mayorías con cruces enrevesados. Pero también mirará a Madrid. Cuando avance la legislatura y Urkullu decida pisar el acelerador de cuestiones pendientes como la situación penitenciaria, posiblemente azuzado por la permanente exigencia de EH Bildu, Erkoreka siempre sabrá qué número debe marcar para que le atiendan en Moncloa.

Pero en vía paralela Urkullu ha puesto un acento especial en configurar un equipo eminentemente de gestores. El lehendakari expresa así su respuesta a la exigencia que le plantean los temas nucleares de su gestión. Es aquí donde se revalorizan las figuras de la exdiputada guipuzcoana Arantza Tapia (Desarrollo Económico y Competitividad) y Ricardo Gatzagatexebarria (Economía y Hacienda).

Más allá de una interpretación interesada de ponderar, que también, el gesto político que representa la confianza depositada por Urkullu en una dirigente incondicional de Joseba Egibar para así apuntalar la unidad de que disfruta el PNV, Tapia tiene en su macrodepartamento la responsabilidad del futuro crecimiento de Euskadi. Obligado por el adelgazamiento comprometido de la Adninistración, es aquí donde se ve obligado a fusionar grandes competencias transversales como son Industria, Vivienda, Urbanismo y Obras Públicas.

En el caso de Gatzagaetxebarria, posiblemente en posesión del récord de interpelaciones a un mismo consejero (Carlos Aguirre, Economía y Hacienda) en la historia del Parlamento vasco, su misión será configurar unos Presupuestos creíbles para arrancar, siquiera, la abstención del PSE-EE y así evitar una prórroga que siempre desluce. En el intento llamará a Erkoreka para allanar un camino que, ahora mismo, pasa por ofrecer a los socialistas el debate fiscal en el propio Parlamento. La petición es todo menos simple. Si el PNV lo acaba aceptando habría renunciado al principio que siempre recordó cuando se trataba de ningunar la exigencia del entonces lehendakari López: "de fiscalidad solo se habla en las Juntas Generales". Pero si transigen, ya vendrá Erkoreka y dará la explicación oportuna.

El 'lehendakari' Urkullu busca apoyos

Por: Juan Mari Gastaca | 13 dic 2012

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Iñigo Urkullu
, el quinto lehendakari de la democracia, encara una acción de gobierno con el menor apoyo parlamentario jamás conocido y en la situación económica más adversa. Tras los resultados endiablados del 21-O para conformar mayorías y sobre la amarga experiencia con los socialistas en la anterior legislatura, el PNV siempre ha tenido claro que gobernaría en solitario, al menos de salida. Pero la fotografía del debate de investidura, con 48 de 75 parlamentarios en contra, no resulta, en absoluto, alentadora. Otra cosa distinta es que responda a una situación coyuntural. ¿Hasta cuándo?

El nuevo lehendakari, el primero curiosamente que accede a este cargo como presidente del Euskadi Buru Batzar (EBB), se ha comprometido, desde su precariedad en la Cámara, a la necesaria búsqueda de acuerdos, sobre todo en cuestiones económicas que le resultan perentorias. Pero lo ha hecho, de momento, sin grandes concreciones bajo el simple enunciado de un plan de reactivación, con una música que ya se escuchó en la boca de su antecesor, Patxi López. Urkullu sabe perfectamente que el apremio de un acuerdo le obligará a propuestas mucho más específicas, a concesiones más evidentes como podría ser el debate del modelo fiscal, el auténtico sueño del PS-EE.

Escuchados los discursos de Urkullu y Laura Mintegi, la aproximación entre PNV y EH Bildu se antoja toda una quimera. Por tanto, las combinaciones posibles para un acuerdo mayoritario se acotan. En este escenario, el PP aparece como un invitado con más pedigrí para repartir jueg en Madrid que en Vitoria. Y no hay más porque la rebelión que supondría la pinza entre abertzales y PSE-EE queda para asuntos puntuales o en laboratorios como las Juntas Generales de Gipuzkoa. Así las cosas, ¿es posible el entendimiento político entre nacionalistas y socialistas? Históricamente siempre lo ha sido, aunque ahora mismo las heridas en ambos bandos supuran en exceso, sobre todo, por el hostigamiento no excento de desprecio del PNV hacia Patxi López y a su gobierno. Pese a las cuentas pendientes, hay margen, por supuesto, para un cercano acuerdo en esta legislatura.

Desde posiciones antagónicas, curiosamente, la necesidad une a PNV y a PSE-EE. A los nacionalistas, para evitar una imagen de debilidad, prisionera de la falta de apoyos y expuesta al temido revolcón parlamentario que socave la fortaleza del Gobierno Urkullu. A los socialistas, para recomponer su figura, para abrigarse tras comprobar el frío institucional que les atiza una vez han ido abandonando la Administración. Ya existe coincidencia en un hipotético punto de partida. Desde ahí se suceden las oportunidades; de entrada, la inmediata negociación en torno a la tercera plaza de senador autonómico que el PNV podría blindar a beneficio del PSE-EE, y acaso de Patxi López.

Pero la piedra de toque que alumbre el horizonte será el debate presupuestario. Una prórroga de las cuentas actuales no sería la mejor proyección del espíritu negociador del PNV, que así se ve impelido a ensanchar sus límites de acuerdo. No obstante, tampoco descarta la oposición, como se escuchó en el debate de investidura, que Urkullu fíe su suerte a extender la responsabilidad, la implicación al resto de la Cámara apelando a las exigencias de la crisis y así garantizarse la vía expedita a sus presupuestos. No sería aconsejable. Quebraría confianzas. Además, el lehendakari se ha comprometido ante el Parlamento: "Daré lo mejor de mí mismo para buscar acuerdos". Es palabra de vasco.

 

¿Cómo se recordará al 'lehendakari' López?

Por: Juan Mari Gastaca | 09 dic 2012

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Es muy posible que en vísperas de su despedida, el lehendakari en funciones, Patxi López, esté librando la pelea que puede adjetivar su gestión al frente del primer Gobierno vasco socialista. En Euskadi se asiste a un retrato sostenido de rebeldía contra los recortes de Mariano Rajoy. Así es desde hace meses, hasta el punto de forzar, el pasado mes de mayo, la sonora ruptura del pacto político entre PSE-EE y PP que precipitó las elecciones, pero sin lograr la repercusión social alcanzada ahora en torno a la paga extra de Navidad a los casi 70.000 funcionarios vascos.

López, a punto de iniciar el viraje de su nuevo horizonte político, asume la fatalidad que encierra el pulso al Gobierno central. La victoria inmediata y de aplauso fácil que supondría el abono inmediato de la extra lleva implícto el riesgo de un revés posterior en el Tribunal Constitucional con repercusiones que dejarán huella. Pero la derrota, a modo de acatamiento preventivo que conllevaría adelantar a enero la extra de verano de 2013, rasgaría el discurso socialista basado en la defensa competencial y en la capacidad económica de su Gobierno para cumplir con una consignación presupuestaria.

En este escenario, plagado de ramificaciones económicas al tratarse de un teórico desembolso de 207 millones en la despedida del año, parece que no queda tiempo para la radiografía de conjunto sobre la gestión socialista en el Gobierno vasco. En una legislatura donde ha llegado la ansiada paz tras décadas de violencia posiblemente ya sería suficiente blasón. Pero no es así. No hay consenso suficiente para atribuir a Patxi López semejante mérito por el que ha luchado personalmente y al frente de un partido con una vocación inequívoca contra el terrorismo, a pesar de los ataúdes soportados y de la sangre propia derramada. De hecho, las urnas no se lo han reconocido, más preocupadas, sin duda, por la herida de esa crisis que no deja de supurar.

López no podrá decir que gobernó acompañado de la suerte. Hay quienes lo atribuyen a la genésis de su mandato sobre una sociedad que mayoritariamente nunca se vio reflejada por un gobierno de sintonía PSE-PP. Pero no sería justo olvidar que lo hizo asistido de una mayoría parlamentaria que ahora mismo añora Urkullu. Con todo, aún eran años del acoso terrorista que amedrentaba a quien daba un paso al frente público y, sobre todo, desde posiciones históricamente señaladas por el gatillo. Y, por si fuera poco, bajo el azote de la crisis que desequilibró ingresos, elevó el déficit y comprometió el gasto.

Frente a tamaña adversidad, siempre alimentada por la incansable oposición del PNV, quedaban por llegar los errores propios, las hirientes desconsideraciones de Zapatero que vapulearon la proyeccion de López y ese temor de la familia socialista al miedo escénico que suponía ocupar la calle después de tanto años sin aproximarse al latido ciudadano, guarnecidos de las amenazas.

Con todo, López ha decidido levantar la cabeza para validar su apuesta por la recuperación de un marco de convivencia entre diferentes, la defensa del estado del bienestar regateando de paso a los recortes sociales, el apuntalamiento de empresas asfixiadas y la reivindicación continuada de que es posible gobernar un país sin ser nacionalista. Lógicamente, desde el otro lado, desde quienes ahora recuperan el poder en Euskadi que casi siempre tuvieron en sus manos, el análisis se reduce a la ineficacia y a cuatro años perdidos.

A Carlos Garikoetxea se le recordará por arrancar la vida autonómica de un país más allá de su traumática salida. A José Antonio Ardanza, con cierto retraso, se le reconoce su contribución a la paz y a la unidad. A Juan José Ibarretxe su apuesta independentista. ¿Y a Patxi López? La intensidad del enfrentamiento de la pasada legislatura ha adquirido tan virulencia que solo el tiempo permitirá la frialdad para una valoración lo más justa posible.

El PSE tiene un gran problema en Álava

Por: Juan Mari Gastaca | 02 dic 2012

Txarli
La renovación necesaria que Patxi López pretende en el PSE-EE encuentra en Álava su divieso más incómodo. Sobre todo, porque hay un riesgo latente de división irreconciliable, sustentado sobre posiciones antagónicas, que puede resquebrajar el partido. La afiliación socialista en este territorio se apresta a librar una batalla por el poder, posiblemente cainita, de consecuencias suficientes para desequilibrar, o al menos distraer, el propósito de regeneración programática que se procura por apremiante después de sufrir sangrantes y continuadas derrotas electorales que le reducen ya a la cuarta fuerza con apenas dos alcaldías menores.

En Álava, los socialistas transitan bajo dos liderazgos que se repelen. De un lado, el hoy mayoritario, muy próximo a la dirección autonómica, que asume Txarli Prieto sobre los resortes propios del poder orgánica y dotado de una mano de hierro inflexible cuando se trata de controlar las rebeliones internas. Como botón de muestra, Prieto laminó imperturbable, con una única excepción, al grupo de críticos que presumiblemente se habían ganado el derecho a figurar en la lista del PSE-EE por Álava a las elecciones autonómcias del 21-O. Enfrente, un sector cada vez más armónico que lidera el concejal vitoriano Juan Carlos Alonso y ya que dio el primer aldabonazo cuando alcanzó casi un 30% de representación para defender sus tesis regeneracionistas en el Congreso extraordinario del PSOE en Sevilla, donde Alfredo Pérez Rubalcaba ganó por la mínima a Carme Chacón.

Son el agua y el aceite. No hay química alguna más allá de compartir el carné de afiliado socialistas. Los críticos no soportan un minuto más los modos de Prieto. Creen que ha contribuido a la deriva electoral del partido en Álava, abortando la conexión con la realidad social. En cambio, la actual dirección les reta al debate de las ideas y a que decida la base, posiblemente porque se sabe con la fuerza suficiente para mantenerse en el cargo cuando llegue el Congreso territorial en apenas unos meses.

Patxi López no quiere que la rebelión alavesa arrase mediáticamente con la renovación del proyecto socialista, precisamente cuando más necesita recuperar el crédito social. Pero sabe obviamente que se augura una lucha fratricida entre los dos sectores de la afiliación alavesa. De hecho, el líder socialista taponó puntualmente esta sangría al encabezar la candidatura por este territorio en las pasadas autonómicas, pero, eso sí, evitó inmiscuirse en la polémica decisión de Prieto de excluir de la plancha a las voces críticas.

Lógicamente, la dirección del PSE-EE instará a la búsqueda de un consenso en Álava para evitar la cruel división que distorsione la proyección de un nuevo mensaje ideológico. Pero puede ser un esfuerzo sin recompensa final. Los críticos sólo sellarán la paz duradera si Txarli Prieto abandona el poder, aunque esta exigencia suena realmente excesiva en la actual correlación de fuerzas internas.Es el objeto de la batalla. Desde las posiciones del grupo de Alonso no se asiste, de momento, a un debate ideológico y, por tanto, el acento de sus exigencias se centra en sustanciar un nuevo modelo de conexión con la calle y, sobre todo, en oxigenar la vida interna del partido. Prieto, que conoce al enemigo, situará la respuesta en otra coordenada, en la programática, en el discurso socialdemócrata que confronte con la derecha, en la dialéctica que maneja con tanta soltura como firmeza exhibe con quien le desafía.

El País

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