El PNV ha sufrido el primer traspié serio desde su vuelta al Gobierno vasco donde menos se lo esperaba: en EiTB. Precisamente en el feudo mejor conocido por el presidente del partido -Andoni Ortuzar fue su director general durante 10 años- ha encallado su propuesta de mayor calado político hasta ahora al encontrarse con la inesperada renuncia de su candidato Mikel Agirre (Amberes, 1955) a ocupar el cargo de máxima responsabilidad de este ente de radio y televisión pública.
Aunque se trata de una propuesta que formalmente realiza la consejera de Cultura, Cristina Uriarte, la elección de Agirre para dirigir EiTB tuvo la directa inspiración de Ortuzar, con quien trabajó en su equipo directivo. Prercisamente por ello la sorprendente huida de este candidato nacionalista bien considerado por la izquierda abertzale y que ya había arrancado el apoyo del PSE-EE martiriza sobremanera al presidente del EBB en el estreno de su cargo.
Agirre tira la toalla en la víspera de su nombramiento en el Parlamento vasco porque no se ve con la fuerza suficiente para digerir la aguda poda interna a la que estaría obligado por el recorte aplicado en el contrato programa que el Gobierno otorga para la financiación de EiTB. Bien es cierto que se imaginaba la magnitud del reajuste de gastos y de plantilla y así se lo fue transmitiendo a los partidos de la oposición con quienes habló para hablarles de su proyecto, pero al final le ha vencido el miedo escénico de abanderar una impopular reconversión.
Por si fuera poco, Agirre ha sabido a última hora que le sería imposible contar con la determinante colaboración del jefe de programación de ETB Pello Sarasola, su mano derecha y con quien comparte responsabilidades ejecutivas en la actual dirección. El inicio de un tratamiento médico aleja a Sarasola de la primera línea de combate a la que estaba predestinado como futuro responsable de la televisión vasca.
En este escenario, el PNV trata de reponerse con rapidez de un sonado golpe que le ha dejado en evidencia y con rasponazos. De un lado, partido y Gobierno vasco tienen que encajar el lógico fracaso que representa la renuncia de un hombre de su plena confianza para un puesto siempre estratégico. De otro, mientras la interinidad nada favorable toma cuerpo en el día a día de EiTB por este vacío de poder, la plantilla de trabajadores asume como inapelable la proximidad del reajuste y así se avivan las tensiones.
A su vez, más allá de la identidad del nuevo candidato a dirigir EiTB -el ramillete de opciones reales aparece reducido con el paso de las horas- se agolpan las incertidumbres sobre el futuro de una sociedad pública que necesita buscar su propio rumbo en unos tiempos de crisis económico y del propio sector mediático. Tras el rechazo de Agirre ya nadie duda, claro, de que el reajuste presupuestario para este grupo es un hecho palmario, pero quizá no se habría ganado un paso para encarrillar su futuro si no quedara un hueco para el debate sobre cuál debe ser el modelo a seguir.
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