En vísperas del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca), que aparece este año solapado en Euskadi por la creciente preocupación social derivada de la crisis, ETA ha vuelto a aparecer como acostumbraba cuando todavía seguía matando. Lo ha hecho con el tono desafiante que no parece olvidar, advirtiendo y culpando a todos los demás para que conste su enfado por la interrupción de unas conversaciones en Noruega que no llegaban a ningún puerto y el incumplimiento por el Gobierno de Mariano Rajoy de unas condiciones de partida que atribuye al mandato de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, dejas unas líneas en su comunicado para mantener abierta la puerta a la interlocución y así rebaja varios grados la gravedad de su amenaza.
Con su reaparición, la banda terrorista vuelve a demostrar que sigue alejada del mundo, que no palpa la realidad social ni las exigencias de quienes se sienten comprometidos por la paz y la convivencia. Con su ceguera propia, solo parece empeñada en imponer las exigencias a la parte contraria, quizá por efecto de la rutina mantenida durante décadas. Por eso, leer en marzo de 2012 que la troika de ETA no ha querido colocar encima de una mesa de conversaciones su plan de desarme solo puede interpretarse como una burla al clamor democrático. "Quedaba fuera de su mandato", se justifican los terroristas reticentes en su declaración. Es decir, Josu Ternera, una de las manos que todavía sigue meciendo la cuna, carecía por tanto de la autoridad suficiente para abordar siquiera mínimamente una cuestión tan crucial como el desarme. Ante semejane intransigencia es imposible exigir al Gobierno central que suavice su insensibilidad de la que, por otra parte, tanto alardea tan innecesariamente.
ETA, y sobre todo sus presos y familiares, siente con preocupación cómo el paso del tiempo juega en su contra porque el inmovilismo se ha apoderado de la situación, sin que acierte a rentabilizar la renuncia a la violencia. Pero no se quiere preguntar las razones ni su cuota de responsabilidad. De ahí que solo un ejercicio de ilusionismo podría justificar su pretensión de llevar por primera vez la propuesta del desarme a una hipotética negociación con el Gobierno español, a quien critica por su palpable desistimiento. Ahora bien, sirva como consuelo que mientras mantenga su disposición al diálogo seguirá viva la llama de la paciencia de quienes tanto empeño están procurando dentro y fuera de Euskadi y antes de que este proceso pudiera enquistarse en la sociedad como teme el PNV, a quien, por cierto, la banda terrorista jamás olvida críticamente.
Con su pretensión inagotable de mantenerse como agente político, ETA complica la realidad institucional de la izquierda abertzale y, por extensión, erosiona la credibilidad de su discurso precisamente cuando se encuentra más comprometido después de las criticadas declaraciones de Laura Mintegi en el Parlamento al advertir razones políticas en el asesinato del socialista Fernando Buesa. Por eso cobra más fuerza la exiegncia del lehendakari, Iñigo Urkullu, a los terroristas para que sean capaces de concluir el proceso unilateral que decidieron emprender y que gran parte de la sociedad reconoció.
Lejos de la petición reiterada de los verificadores internacionales en favor del desarme, voluntarista en la exigencia de una negociación, enrabietada por su soledad y, sobre todo, abatida por aquella gran oportunidad perdida por los asesinatos de la T-4, ETA da vueltas sobre sí misma generando una razón que nadie comparte. Así las cosas, no sería descabellado exigir a la izquierda abertzale que redoblara su esfuerzo para que ningún elemento exógeno le complicara su razón de ser.