Basta una instantánea fugaz sobre el latido político de Euskadi para
convenir que no soplan vientos favorables. En la izquierda abertzale hay
demasiada intranquilidad, generada por la suma parquedad en los movimientos
alentadores del proceso de paz; en la vida parlamentaria, a su vez, el desacuerdo se ha
apoderado del escenario hasta tal punto que Iñigo Urkullu metaboliza en
silencio su primer sonoro fracaso como lehendakari; y en la economía, aunque
con datos menos dramáticos que la media española, el paro sigue creciendo y
muchas empresas, cerrando.
Todo coincide, paradójicamente, cuando menos se pensaba, cuando se creía que la convivencia de todas las sensibilidades en un marco de paz haría realidad la tranversalidad de la geometría variable, de ese ansiado encuentro entre diferentes. Peor aún: no hay, siquiera, un denominador común como acción concertada ante la gravedad de la situación laboral. De hecho, sobre la cabeza de un gobierno pesa la amenaza de otra huelga general de la mano de los sindicatos abertzales como proyección de un lenguaje de sordos en el diálogo social.
¿Qué está pasando? En el entorno abertzale se detecta una irritante constatación de que claman en el desierto, de que sus exigencias en favor de un simbólico paso adelante desde el Gobierno de Mariano Rajoy apenas tienen eco, cuando no reciben intencionadas advertencias sobre el riesgo que conllevan su condescencia con el ámbito etarra. En el Parlamento, se concluye que el PNV no ha entendido que hay una Euskadi distinta a aquella a la que siempre gobernó y donde ahora su debilidad (27 de 75) le obliga a un ejercicio de transigencia al que posiblemente le cuesta adaptarse. La insólita retirada del proyecto de Presupuestos del Gobierno Urkullu ha desnudado su profundo desencuentro con las fuerzas mayoritarias de la oposición (EH Bildu y PSE-EE), que no han dudado en exprimir el fracaso del lehendakari para endosarle una pública derrota política.
Así las cosas, el ambiente político se ha enrarecido en exceso. A ello también ha contribuido, por su claro efecto popular, el desafío asambleario a Bildu que ha tenido lugar en Legazpi (Gipuzkoa) donde un referéndum ha volteado mayoritariamente la imposición abertzale de la recogida puerta a puerta de las basuras. Con este mayoritario rechazo, la coalición independentista recibe otro tirón de orejas que puede volver a tener su impacto en las próximas elecciones locales y forales, como ya lo tuvo en las últimas autonómicas. Sin duda, es un motivo de preocupación más para Bildu.
Pero Urkullu tiene la peor papeleta. En su primer proyecto de Presupuestos se ha visto desairado y son golpes que minan la credibilidad, incluso de un político como él que se ha implicado hasta verse obligado a arrojar la toalla. Para reducir la profundidad de la carga, el PNV se ha encargado de extender la tinta del calamar y así responsabilizar a todos los demás grupos del fracaso, pero casi nadie se lo cree.
A partir de ahora, el PNV se siente obligado a recomponer con urgencia la situación. Y lo tendrá que hacer por la senda de procurar un necesario entendimiento, principalmente con los socialistas y sobre la base de la lección aprendida tras el revolcón sufrido. En estos tiempos de zozobra apremia la estabilidad.