Arantza Quiroga ha descrito con rapidez los trazos gruesos del proyecto que empieza a liderar en el PP vasco. Lo ha hecho con urgencia, posiblemente consciente de que si no lo hacía así el efecto Basagoiti podría eclipsar su punto de partida. Por eso, ha elegido el fondo y la forma para demostrar que dispone de su propio manual. Le ha valido una comparecencia pública en Madrid, respaldada por Mariano Rajoy y María Dolores de Cospedal, para descubrir su hoja de ruta.
Con el eco de sus pronunciamientos iniciales puede asegurarse que Quiroga, sin fisuras internas y con el unánime apoyo de Génova, impondrá un sello propio. Bien es cierto que lo hará en el peor momento para la suerte de su marca política, castigada por la crisis y sus presuntos casos de corrupción. Y ahí es donde su figura corre un serio riesgo porque unos resultados adversos en las próximas europeas y, sobre todo, en las municipales y forales le señalarían con el dedo. Es ahí donde queda justificada su apelación a que el PP idee cuanto antes una regeneración interna que visualice la sociedad.
Hasta entonces, Quiroga no esconderá su discurso. Asentada por convencimiento personal sobre el espíritu renovador que Antonio Basagoiti emprendió en el PP vasco, la actual presidenta acentuará la proyección del partido en la vida política y social vasca. Por eso procurará una implicación directa en aquellos escenarios decisivos en cuestiones trascendentales para Euskadi, buscando un hueco en el posible pacto que PNV y PSE-EE vayan a alcanzar a corto plazo.
Quiroga no va a alterar la apuesta táctica de su antecesor. Por encima de los resultados electorales, no habrá lugar para el mínimo atisbo revisionista ni mucho menos para una simple mirada retrospectiva al pasado que significan Mayor Oreja y María San Gil. Lo tiene muy claro como respuesta a la nueva realidad que se vive en el País Vasco y, además, lo dice desde la legitimidad que le aportan sus duros años de resistencia y de sufrimiento, en los que ha invertido la mitad de su vida. Al hacerlo apenas encontrará críticos más allá de esas contadas voces atrincheradas que se consuelan con el eco de tertulias de derecha extrema.
Al exponer sus principales propuestas de referencia, Quiroga advierte con verbo firme de que será inflexible con quienes adulteren el relato de la violencia sufrida en Euskadi. Todo un mensaje a Iñigo Urkullu para deducir que el PP se sitúa muy lejos del Plan de Paz y Convivencia, que le permite redoblar su compromiso con las víctimas del terrorismo de ETA. En el medio, la permanente comprensión de que el Gobierno Rajoy acierta con la política penitenciaria, incluso cuando puso en libertad al etarra Josu Uribeetxebarria Bolinaga que tantos votos restó a lo populares en las últimas autonómicas.
Mientras, Quiroga, consciente del flanco que se le abre por sus posiciones religiosas, ya tiene perfiladas las respuestas para cuando se le requieran sus opiniones en materia social, aborto incluido. En el partido, de hecho, lo tienen descontado. Así las cosas, prefieren gastar sus energías en armar un argumentario muy sólido en la defensa del Concierto como esencia del autogobierno, en definir una apuesta integradora por la convivencia entre País Vasco y España, en fomentar un mensaje de la centralidad, y en dejar su huella allí donde les sea posible.