En el PP vasco se acumula el desasosiego. Desplazados a una oposición con una pérdida creciente de
votos, impedidos para rentabilizar en Euskadi la ola de poder en una España en crisis y necesitados del PNV para sujetar su única cuota de poder en Álava, sienten sin tiempo para recomponerse la convulsión por el nacimiento de Vox y, sobre todo, por el desafecto que les acaba de transmitir quien fue su padre espiritual, Jaime Mayor Oreja.
Solo en el peor de sus sueños, Arantza Quiroga pudo pensar que los desgarros en su partido llegarían, paradójicamente, en los tiempos de paz. Después de tantos años esquivando la violencia, ahora que ETA ya no tiene voluntad para apretar el gatillo, es cuando el PP se ve obligado a buscarse a sí mismo. Ahí es donde se enmarca la convocatoria urgente de un congreso, encaminado a poner orden en su estrategia y a encontrar un sitio en el futuro político del País Vasco en medio de un ambiente que les seguirá siendo poco propicio.
Con los datos electorales en la mano, es incuestionable que al PP le fue mejor resistiendo a ETA que viviendo ahora sin escoltas. Aquel discurso aguerrido que implantó Mayor Oreja y secundaron convencidos Carlos Iturgaiz y María San Gil cuajó en medio de bombas y asesinatos, mientras sus pocos cargos y militantes bastante hacían con seguir en pie, a cambio de verse aislados de la realidad social.
Pero hoy, sin terrorismo por mucho que lo desvirtúen discursos ventajistas, el PP está obligado a recomponer su posición para un futuro en paz. Pero le perturban las dudas en el diván. Antonio Basagoiti, implacable siempre con el terrorismo, ya diseñó una estrategia para incorporar a su partido al proceso de paz, y no encontró respuesta en las urnas. Quienes siempre entendieron que el discurso oficial de los populares era el monolítico de la lucha contra ETA, incluso cuando ETA no esté, jamás se lo perdonaron. Vinieron a decir que el voto del PP está asociado a la imagen de la mano dura, en la guerra y en la paz. Basagoiti, hastiado, traspasó el cáliz a Quiroga.
El PP vasco necesita liberarse de sus hipotecas para encontrar su camino. De entrada, no puede permitir un reproche más de algunos politizados sectores de víctimas ni de su derechista ala interna cuando le afean su política con quienes han sufrido el desgarro del terror. Están legitimados porque han sufrido como ellos, siempre les han protegido, incluso hasta límites que muchas veces parecían confundirse con intereses políticos. Por eso, no estaría mal que dieran un golpe en la mesa para desnudar determinadas intenciones que poco se corresponden con disponerse al final de ETA.
Para hacerlo, Quiroga -la primera presidenta de un partido con representación parlamentaria que resultará elegida por los votos de sus afiliados- necesitaría de todo el apoyo de Mariano Rajoy. Y ese inequívoco respaldo, para que tenga solidez y sea creíble, debe contemplar por parte del presidente del Gobierno cuál es su política para una Euskadi en paz más allá de refugiarse en el paso del tiempo como viene haciendo desde octubre de 2011.