Navarra, que no el proceso de paz, es un aténtico tema de Estado para Mariano Rajoy. Convencido de que ETA no volverá a pegar un tiro, ajeno al carrusel de visitadores internacionales a Euskadi y expectante tan solo ante la deriva de un desarme que acaba de empezar a trompicones, el presidente ha dejado expreso recado de que solo se ocupa de lo que le preocupa. Y la posibilidad electoral de que el centroderecha pierda el poder en la comunidad foral en favor del nacionalismo vasco sencillamente le aterra.
Navarra es un polvorín político desde hace demasiado tiempo por la interminable sucesión de escándalos -la Caja y las injerencias en la Hacienda, principalmente- que golpean la médula de su esencia. Pero en el Congreso, en cambio, se habló de otro libro. Bastó la sutil complicidad entre Rajoy y el eco de la voz de Yolanda Barcina durante la intervención del turno de UPN para comprender que en Madrid se empieza a jugar una batalla muy diferente a la planteada en Pamplona.
Apenas unas horas después de que la presidenta navarra librara sin tropiezos, a la defensiva, y accionando selectivamente el ventilador contra el PSN durante más de seis horas su tensa comparecencia ante la comisión de investigación del caso Hacienda, en el Congreso se temió por Bildu y la amenaza abertzale. A Uxue Barkos (Geroa Bai) le desesperó por extravagante e injusto, pero debería irse acostumbrando junto al resto de la actual oposición.
A Barcina nunca le gustó que Miguel Sanz se procurara una suerte electoral al margen del PP. Rajoy siempre lo ha tenido en cuenta. Por eso ahora, más allá de su coincidencia ideológica plena, cuando ahora se siente acosada por las denuncias contra su mano derecha en el Gobierno foral, Lourdes Goicoechea, ahí ha encontrado la rápida comprensión del presidente. Barcina, con toda intención, publicitó rauda tan significativo gesto. ¿Hubo algo más que unas palabras de aliento?
Con la permanente herida abierta en Cataluña más allá de pronunciamientos rocosos del Congreso y el lehendakari Urkullu cada día más molesto por la displicencia de Moncloa hacia el proceso de paz, Rajoy nunca podría permitirse el triunfo nacionalista en Navarra. Y es a partir de la perentoria búsqueda de soluciones alternativas para contener esa bola de nieve que se desliza desde hace meses sin parar cuando el presidente invocará al PSOE en nombre del Estado. ¿Cuál será la respuesta?
Los socialistas, en clara línea descendente en Navarra, saben que se juegan su futuro para algo más que la próxima legislatura. Envalentonados sí para esgrimir una moción de censura contra Barcina, siguen sin ganarse, en cambio, la confianza sobre su última palabra. Son víctimas, sin duda, de su pasado cuando José Blanco impidió en 2007 un gobierno nacionalista y, por si fuera poco, Rubalcaba siente el mismo pánico que Rajoy por imaginarse a Bildu en el poder, justo al lado del País Vasco. Ahora bien, ¿y si la suma de UPN-PP y PSN ni siquiera fuera suficiente?
Ante semejante panorama, ¿todavía sorprende que Navarra oscurezca el proceso de paz?