Iñigo Urkullu lleva de nuevo su propuesta de paz y convivencia a las puertas de Madrid. Lo hace por medio de una vía intermedia, más mediática, unos cursos de verano en El Escorial para actualizar los argumentos que no acaban de cuajar donde deben. El convencimiento del lehendakari en su planteamiento se corresponde con el ninguneo que le presta Mariano Rajoy. Y asi sigue girando la noria ante la desesperación del Gobierno vasco y en especial del responsable del área de Paz y Convivencia, Jonan Fernández, que, desde luego, sigue sin recortar las reticencias que su figura provoca en el entorno del Ministerio del Interior, de algunos partidos, y de varios medios informativos.
Pasan los meses y el plan de Paz y Convivencia sigue sin ser conocido ni valorado dentro y fuera de Euskadi. Como si hubiera nacido con mal pie a pesar de que encierra una de las acciones estratégicas de mayor calado que Urkullu se ha propuesto para su primer mandato. Las dudas que genera el espíritu de esta propuesta sigue instaladas con demasiada adherencia.
Consciente del criticado inmovilismo del Gobierno Rajoy y de la escasa aceptación de que goza su propuesta, Jonan Fernández patrocina ahora en El Escorial una iniciativa materializada por Carlos Fonseca para conseguirle una mayor aceptación en los ámbitos influyentes de Madrid. Es un paso más en su intento de procurarle una necesaria sensibilización iniciada meses atrás, sobre todo una vez que finalmente Lehendakaritza entendió, con evidente desagrado, que el plan se había encasquillado.
Pero más allá de las suspicacias que aún genera Jonan Fernández, la apuesta y el contenido que encierran la iniciativa de Urkullu debería merecer otra dispensa por parte de Mariano Rajoy. Ya ha pasado demasiado tiempo desde que fue presentada y el desafecto suena a descortesía institucional. Bien es verdad que una vez alcanzado el escenario de la ausencia de violencia, el Gobierno central no se ve azorado por el final de ETA y sus presos; pero el quietismo tan rotundo que ofrece no es una solución ni siquiera debería ser admitida como una táctica por dilatante que se pretenda.
En estas tres jornadas, además de la voz de Urkullu, otros discursos muy similares coincidirán en apremiar una reacción al Gobierno Rajoy. Siquiera para explicitar las deficiencias y esos temores que el PP ya ha advertido sobre el contenido del plan y la figura de Jonan Fernández. Pero, al menos, que se detecte, que se aprecie una valoración desde Moncloa. Y como mal menor, que el eco de este curso de verano sirva para agilizar el encuentro entre los dos presidentes que tanto se demora.
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