Arantza Quiroga no tiene suerte. Desde que asumió precipidamente la presidencia interina del PP vasco vive atormentada por demasiados sobresaltos propios y ajenos. Peor aún: teme que el horizonte situado en unas elecciones locales y forales y que, ahora mismo, se antoja desilusionante agrave las secuelas de tanto calvario.
Desde que arrancó la era Quiroga, el PP vasco trata de buscar una estrategia sin dobleces que, sin embargo, se le resiste porque la realidad política juega en su contra. Ha basado su catón en la recuperación de ese voto vasquista moderado que no quiere veleidades soberanistas porque cree que es la principal vía para restañar las heridas de los últimos zarpazos electorales sufridos. Bajo este argumentario, es ahí donde afila los intencionados ataques contra un PNV a quien sitúa permanentemente en el escenario catalán. Sin éxito alguno. Los nacionalistas le responden desinflando el globo identitario con la sencilla proclama de su apuesta por un nuevo estatus político que, en esencia, no causa hilaridad ni siquiera en La Moncloa.
En paralelo, los populares buscaron co poco éxito al final un hueco en el verano mediático sembrando dudas sobre la financiación de los batzokis del PNV. Pero como efecto boomerang les estallaron sin querer las cuentas opacas de Luis Bárcenas con la financiación nada aleccionadora de su sede central de Bilbao.
Sin reponerse del último sobresalto, Quiroga asiste aturdida ahora a la catarata de casos de corrupción de compañeros de partido que se llevan por delante cualquier labor de oposición que se precie. Y han reaccionado con firmeza. La presidenta del PP vasco y todos sus principales dirigentes han reclamado con rapidez la contundencia implacable contra los corruptos porque temen que estas tropelías acaben por alejarles definitivamente de la localizada cuota de poder que mantienen en Euskadi.
Así las cosas, descorazonados por el efecto cascada de la corrupción, los populares vascos parecen entregados en manos de la peligrosa cruzada de Javier Maroto con sus polémicas denuncias sobre irregularidades en el cobro de las ayudas sociales. Ahora mismo, el discurso del PP no sale de Álava, curiosamente el único territorio donde ya han decidido sus candidatos locales ante el silencio y las disensiones internas en Bizkaia y, sobre todo, Gipuzkoa.
El alcalde de Vitoria es el epicentro de la acción política del PP vasco antes de encarar la recta de la precampaña electoral que se avecina. Han decidido jugárselo todo a esa carta. Maroto está convencido de que le asiste el respaldo de un amplio espectro de la sociedad vitoriana tan suficiente como para añorar una victoria holgada. Ahora bien, a cambio puede poner en riesgo un espacio de convivencia reconocida en la capital alavesa que le lleve al aislamiento político. Que se lo piense.
Así las cosas, mientras alimenta sus expectativas electorales exasperando al Gobierno vasco y al resto de partidos con el Parlamento como campo de batalla, el PP trata de contraprogramar un discurso casi diario que drible la tremenda sacudida que le puede suponer la gota malaya de la corrupción. Vaya, Quiroga no gana para disgustos.