El PP vasco sigue sin salir de su diván. Lleva demasiado tiempo tratando de encontrarse en un nuevo escenario político que le ha resultado extraño de entrada y que, además, le obliga a unos esfuerzos diluidos muchas veces por intempestivas peleas internas. Mientras perfila un discurso que le apuntale con la consiguiente estabilidad en el tablero vasco se sigue tropezando en peleas internas que siempre desgastan y que, sobre todo, deslucen la imagen de fortaleza y unidad siempre exigibles por el electorado.
No está siendo especialmente tranquilo el mandato de Arantza Quiroga. Bien es cierto que fue traumático desde el inicio con un relevo de Iñaki Oyarzábal todavía hoy difícil de entender, pero el paso del tiempo ni ha curado las heridas ni ha proyectado el sosiego suficiente. En una inquietante fotografía de situación, el PP tiene problemas en cada uno de los tres territorios vascos cuando apenas quedan cinco meses para las elecciones locales y forales.
Resulta difícil de entender que los populares aún solo dispongan de candidatos definidos allí donde gobiernan. Pero ni siquiera en Álava, el feudo al que defender todos a una, el PP se asienta sobre la suficiente estabilidad política. La intencionada apuesta de Javier Maroto, especialmente, y Javier de Andrés en el intrincado debate de las ayudas sociales les ha cerrado la puerta al acuerdo con el resto de partidos con capacidad de decisión. Descartada la mayoría en cada una de las instituciones vascas, los populares se han complicado su continuidad en el poder por su aislamiento, aunque nadie discute que tiene opciones de ganar en Vitoria.
Pero en Bizkaia y Gipuzkoa, donde su peso político se antoja cada vez menor, el PP es una casa con demasiados líos. Cuando todavía sigue larvado el insólito pulso particular entre Quiroga y Borja Sémper para decidir el candidato al Ayuntamiento de San Sebastián, la familia popular de Bizkaia se ha visto sacudida por un relevo cargado de contenido político. Así, mientras el debate donostiarra avanza de momento en un perfil bajo a la espera del desenlace, el cese de Esther Martínez como portavoz en las Juntas Generales es toda una bomba de relojería. Tan abrupta ruptura augura nuevos capítulos de desencuentros personales e ideológicos que solo contribuirán a rasgar la débil resistencia de un partido cada vez más aislado.
El PP vasco no ha tocado pelo en ninguna de las grandes decisiones presupuestarias previas a las elecciones. Bien podría entenderse en alguna formación sólida como un decantamiento intencionado para apuntalar un perfil propio; pero los dirigentes populares saben que no es el caso. No son buenos tiempos en Euskadi para la soledad política en campo adverso y muchos menos si se atiende a los sondeos.
Debería Quiroga atemperar tan adversas situaciones. No es de recibo que en tan poco tiempo hayan aflorado tensiones internas de tan honda repercusión que en algunos sectores son interpretadas en clave personalista y no ideológica. Cuando antes alcance una imagen interna de proyecto compartido más fácil le resultará inyectar credibilidad a su discurso. Y no le queda demasiado tiempo cuando asoma un 2015 cargado de retos electorales.