Como cada año desde que abandonó la primera línea del PP vasco, Maria San Gil ha aprovechado el homenaje a Gregorio Ordóñez para zaherír a la inmensa mayoría de sus compañeros (?). Una vez más en medios predispuestos siempre al discurso incendiario sobre un futuro sin violencia, quien fuera estrecha colaboradora del concejal donostiarra asesinado y luego referente del discurso popular frente a ETA recurre a un mensaje descalificador contra la dirección de su partido en Euskadi que, principalmente, resulta injusto por falso y desleal.
¿Quién del PP vasco no ha luchado por evitar a Bildu en el Ayuntamiento de San Sebastián y en la Diputación de Gipuzkoa? ¿Cuántas veces han acusado al PNV de evitar un consenso para descabalgar a la izquierda abertzale al poder desde el primer día en el que se conocieron los resultados electorales? Maria San Gil sabe las respuestas y por eso es obligado concluir que no ha dicho la verdad.
Al asegurar junto a Ana Iribar -esposa del prometedor político abatido cruelmente hace 20 años- y Consuelo Ordóñez que el PP vasco permite la estancia en el poder de Bildu, estas voces sencillamente mienten. Aún peor, esta aviesa intención que rodea a sus palabras desnuda su auténtica voluntad nada conciliadora. Por supuesto que el PP vasco ni quiso ni quiere a la coalición soberanista en el poder, pero su actual fuerza política no tiene músculo para propinar golpes certeros que alteren el valor de las urnas. Y lo que es peor, nadie le asegura que no siga perdiendo intensidad.
Es comprensible, por tanto, la abierta desazón que en el corazón político de los dirigentes populares de Euskadi provoca, con demasiada frecuencia, la difusión y el eco intencionado de estas imputaciones. Después de tantos años de amenazas, insultos y atentados personales y materiales, afiliados y cargos de este partido no se merecen un trato así por parte de quienes han compartido el mismo dolor y ahora carecen de toda responsabilidad pública.
Hostigado por ETA y atenazado socialmente por su entorno en los insufribles años del plomo, el PP alimentó durante legislatutas una representación política que, sin embargo, ha ido perdiendo en paralelo a la caída de la banda terrorista. Es ahora, precisamente, cuando Euskadi encarrila su proceso de paz y convivencia cuando los populares sienten la inevitable presión política de adecuar su discurso a una realidad que, sobre todo, les supone un reto para apuntalarse en el tablero vasco.
En esta coyuntura nada fácil, donde tampoco ningún elemento exógeno les ayuda, poco favor aportan las hirientes palabras del sector mayororejista contra la esencia del discurso popular vasco. Desde la solidaridad con su sufrimiento y su valor en la resistencia demostrada ante ETA con un indudable desgaste personal y afectivo, sería deseable que las víctimas canalizaran siempre sus legítimas reivindicaciones sin adentrarse en los vericuetos políticos -en los que algunas ya se han dejado atrapar- para asumir, al menos desde el respeto, la existencia de una nueva realidad.