Podemos no tiene autonomía propia en Euskadi. Es la primera conclusión directa del duro proceso negociador que mantiene la cúpula vasca de este partido con la dirección de Madrid sobre su presencia en las próximas elecciones forales. Todo un síntoma, revelador por poco edificante, sobre la capacidad de maniobra en la toma de decisiones que se antojan trascendentales.
Más allá de la decisión final que se adopte, de esta confrontación de posturas entre las dos direcciones emerge una conclusión poco alentadora: no se respeta la voluntad de las bases. En Euskadi, los círculos han votado a favor de concurrir a las elecciones forales, donde las encuestas auguran a Podemos una notoria influencia en el cuadro resultante de las tres Juntas Generales. Pero Madrid no lo validó de inmediato como podría desprenderse de una organización que hace bandera de su respeto a la voz interna.
Ya en Navarra, al calor de unas excelentes perspectivas electorales, su líder reconoció que la participación de Podemos en esta comunidad dependía de Madrid. Más de uno vio en aquel brote de sinceridad política una prolongación simplista de la dependencia ya vivida por partidos de la denominada casta en asuntos tan nucleares como un posible cambio de Gobierno.
Ahora, en Euskadi, la dirección de Roberto Uriarte tampoco ha conseguido el respaldo de Madrid. Y no deja de ser una imagen frustrante en un partido que supone toda una bocanada de aire fresco en medio de tanta frustración política.
Podemos, además, sabe que el resto de los partidos viven pendientes de su presencia en las próximas elecciones locales. En unos casos porque confluyen en el mismo granero político y en otros porque esperan rentabilizar el desgaste que supondría la competencia entre iguales. Con todo, más allá del cálculo electoral, esta nueva formación concita un inusitado interés nunca conocido.
Precisamente por la expectación que rodea cada movimiento de Podemos, dentro y fuera de un plató de televisión, sorprende que las primeras decisiones de enjundia sobre su futuro político en Euskadi apenas despierta el interés de sus propios círculos. Es llamativo que la decisión de concurrir a las elecciones municipales de Vitoria sea refrendada por poco más del imprescindible 10% de posibles votantes que obliga sus estatutos. No hay equivalencia alguna, sin duda, entre la dependencia mediática y social de Podemos y tan exigua participación.
Bien es cierto que sin otro examen que las anteriores elecciones europeas, Podemos es hoy mismo una incógnita en Euskadi. Pero nadie duda que se le presupone, y con la razón del olfato social, un papel desequilibrante en el escenario político vasco. Quizá por ello no debería descuidarse en proyectar una imagen de su reducida capacidad de decisión. Aquí no gusta.
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