El PSE-EE ya ha elegido su destino para las próximas elecciones locales y forales: está dispuesto a sumar. Si lo consigue será su mejor resultado desde que abandonó el Gobierno vasco. Habría detenido la hemorragia de las últimas confrontaciones ante las urnas que tanta desmoralización inocularon en sus bases y dirigentes. En una palabra, volvería a contar en la escena institucional de referencia, de la que desapareció a medias entre Zapatero, la crisis y el pacto mal entendido con el PP en Lakua.
El PNV también lo desea. Sabe que el asidero del PSE-EE tiene la comodidad suficiente para atravesar una legislatura más allá de los lógicos vaivanes de la escenas electorales. En las cuentas nacionalistas, el apoyo socialista daría a Juan Mari Aburto, por ejemplo, la tranquilidad necesaria para iniciar por encima de las odiosas comparaciones la auténtica etapa post-Azkuna. Ahora mismo, el PNV cuenta con ello porque entiende que tampoco va a requerir más allá de un par de votos ajenos para disponer de mayoría absoluta en la futura Corporación.
Pero es en Vitoria donde el PSE-EE anhela con sentirse útil. No habría mejor bálsamo para detener las interminables guerras intestinas de una organización que se despedaza a dentelladas cainitas. Otra legislatura de aislamiento sería letal para la estabilidad de Cristina González. Lejos del poder locales les entraría subitamente el miedo en el cuerpo de que podría peligrar a corto plazo hasta el escaño (¿Txarli Prieto?) del próximo Congreso.
En cambio, es Ernesto Gasco quien confia ciegamente en propias sus posibilidades. Sabe en su fuero interno que San Sebastián está predestinado a un mano a mano entre EH Bildu y el PNV, pero se postula como primus inter pares para irradir así la confianza necesaria durante la campaña ya iniciada. Lo hace a la sombra de Odón Elorza, porque sabe que el legado del exalcalde socialista es una apuesta segura en más de un granero electoral. Ahora bien, en un ejercicio de realismo es propio afirmar que Gasco saldría reforzado si sus votos sirven para un cambio de gobierno en la capital.
Y en las Diputaciones, más de lo mismo.
Si las cuentas no salieran así, Idoia Mendia vería sacudidos sus cimientos. Ahí empezaría a girar la noria del desencanto y el escepticismo con resultados imprevisibles en un partido que sigue digeriendo a duras penas una teórica renovación. Pero si vuelven a tocar pelo en alguno de los tres territorios, harían feliz a más de uno dentro...y fuera del partido.