¿Qué fue de la buena letra?

Por: | 23 de octubre de 2012


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El Seed. Hand to Type, © Gestalten 2012.

Un día el periodista y escritor británico Philip Hensher se dio cuenta de que no sabía cómo era la letra de un buen amigo suyo. Se habían conocido hace más de una década, pero todas sus comunicaciones no verbales habían sido teclado mediante. Ni una nota, ni una postal ni, mucho menos, una carta. Hensher acaba de publicar un libro titulado The Missing Ink: The lost art of handwriting, and why it still matters y en sus entrevistas y artículos promocionales ha reiterado, una y otra vez, las virtudes de escribir. A mano. Con un lápiz o un bolígrafo. Como antes. "Hemos renunciado a nuestra letra en favor de algo más mecánico, menos humano, que dice menos de nosotros y está menos presente en nuestros momentos de felicidad y emoción. La tinta corre por nuestras venas y le enseña al mundo cómo somos. El bolígrafo, que movido por la mano plasma sobre el papel la marcas de tinta, permitió materializar esa forma externa del pensamiento y el lenguaje escrito que ha sido considerada, durante siglos, milenios, clave para nuestra existencia como seres humanos. En el pasado, la escritura era considerada un poderoso signo de nuestra individualidad. En 1847, en un caso juzgado en Estados Unidos, un testigo aseguró sin dudarlo que una firma era auténtica, aunque era la primera vez que veía esa letra en 63 años. El tribunal aceptó su testimonio", escribía hace unas semanas en The Guardian.

Quizás porque la caligrafía cada vez pierde más relevancia, argumenta Jan Middendorp, las tipografías más populares son las que emulan la inmediatez e imperfección de ese garabato apresurado tan característicamente humano. En el libro Hand to Type (Gestalten), Middendorp repasa el estado actual de esas letras hechas a mano -ya sean espontáneas o elaboradas- y de las tipografías que fingen la espontaneidad de trazo de la caligrafía informal. Ken Barber, Timothy Donaldson, Gemma O’Brien, Luca Barcellona, Gabriel Martínez Meave o Reza Abedini, a quienes Middendorp entrevista para la ocasión, son sólo algunos de esos calígrafos y diseñadores tipográficos que, todavía hoy, creen en la belleza de la letra.  

 

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Pierre Jeanneau. Hand to Type, © Gestalten 2012.

 

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Letman. Hand to Type, © Gestalten 2012.

 

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Alejandro Paul & Angel Koziupa. Hand to Type, © Gestalten 2012.

 

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LetterinBerlin. Hand to Type, © Gestalten 2012.

 

Hand to Type está editado por Gestalten. Todas las imágenes son cortesía de la editorial.

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El libro de San Nicón refiere que visitando un abad las Casas puestas bajo su obediencia les pregunta a sus monjes el oficio que ejercen. Cada cual le dice el suyo: trenzador de cuerdas, harnero, tejer esteras...hasta que llega al calígrafo al que se apresura a decirle: -El calígrafo sea humilde porque su arte le inclinará a la vanagloria.
Por ese miedo a caer en la tentación del orgullo, los monjes calígrafos no firman sus obras, o lo hacen confesando sus flaquezas, encomendándose a la plegaria de los lectores, añadiendo a su nombre palabras de menosprecio. Así el monje Leoncio se llama insensato; Nicéforo, desventurado y mísero; Cirilo, monje pecador.
La caligrafía, sin embargo, fue un arte gloriosamente cultivado por miembros de la Iglesia que pasaron a la posteridad por la clara hermosura de su letra: san Panfilio, san Blas, san Luciano, san Marcelo, san Platón, Teodoro el studita, el patriarca Méthodo, José el Himnógrafo, el monje Juan, el monje Cosmas, el diácono Doroteo....
Todos ellos nos legaron joyas bibliográficas imposibles de concebirlas ahora, pues estaban basadas en toda una vida dedicada pacientemente al arte de la caligrafía.

La belleza caligráfica estaba unida a la pluma y a la tinta. Cuando se inventó el bolígrafo, empezó la decadencia de la caligrafía. Eran tiempos en los que se reflexionaba más y, por ello, se daba enorme valor al discurso escrito, a la lectura, al buen decir.

Durante años escribí pulcramente mis versos en libretas copiándolos y recopiándolos, con una letra menuda y redonda como pocos habréis visto, hasta que me llegaban a doler la muñeca y el dorso de la mano. Antes de mi primer ordenador tuve una PDA y eso fue un gran paso. Hoy ya no escribo a mano. La caligrafía está bien para escribir cartas de vez en cuando, pero para los verdaderos copistas la informática es una gran revolución.

En un libro recientemente traducido y publicado, un libro precioso y amenísimo por cierto, se habla largo y tendido sobre la letra de los copistas antes de la invención de la imprenta.
Pongo el enlace a la reseña de Alberto Manguel en El País:
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/05/actualidad/1346843445_013428.html

Durante casi treinta años he escritos cartas: a mis padres primero, a mis amigos después, a novias y a empresas; siempre a mano. Ahora es casi imposible: las empresas a las que une pone un reclamación dirán que no entienden la letra -pero vaya si entienden el contenido -; los amigos te contestan via correo electrónico o facebook; a mi mujer la veo a diario y lo que nos queremos decir, obviamente, lo hacemos de viva voz. Y sin embargo, echo de menos las cartas escritas a mano, las mías y las de los otros, en la que era posible reconocer quién te la enviaba solamente con ver la caligrafía. ¡Qué no daría por haber conservado esas más de dos mil cartas!

Es verdad! Yo, como profesora de español, todavía conozco y reconozco a mis alumnos por sus letras.... Pero lo echo de menos en mis amigos

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Sobre el blog

¿Una imagen vale más que mil palabras? Según investigadores de Harvard, no. Vale muchas más. Algunas hasta 500.000 millones. La cifra no importa: está claro que las imágenes son más poderosas que nunca, y este blog pretende ser un inventario visual de libros de fotografía, arte o diseño, ilustraciones, visualizaciones de datos, infografías…

Sobre la autora

Virginia Collera

es periodista y traductora. Colabora intermitentemente con El País desde 2006 y es compradora confesa de libros por la cubierta y/o las fotografías interiores.

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