Si hoy Marian Bantjes es una solicitada artista gráfica –entre sus clientes se cuentan The Guardian, Penguin, Saks Fifth Avenue, WIRED, Pentagram, The New York Times, GQ Italia– es porque hace diez años tomó una decisión que cambió su vida: en adelante, todos sus trabajos tendrían un toque personal. No volvería a adaptarse a las necesidades de sus clientes. En cada uno de sus encargos volcaría sus intereses, su estilo, su ego. Lo que le diera la gana. Y, como ella misma contó en su charla TED, ocurrió algo inesperado: “de repente empecé a ser extrañamente famosa”.
Desde entonces ya no se presenta como diseñadora gráfica sino como “artista gráfica”.
En Pretty Pictures, la primera monografía completa de Bantjes que acaba de publicar Thames & Hudson, la canadiense (vive en una isla remota de la costa pacífica) insiste en que, una década después de aquella decisión, sigue sin importarle el concepto, sigue sin creer en el “menos es más” –es una gran defensora del ornamento– y, sobre todo, sigue pensando que, por mucho que sus colegas lo califiquen de herejía, “hay espacio para el ego en el diseño”.