En la primera mitad de este siglo o, para ser más precisos, en los últimos años de ella, en la ciudad de Nueva York, un médico ejercía su oficio y prosperaba considerablemente. Disfrutaba allí de esa excepcional consideración que en los Estados Unidos siempre se ha profesado por los miembros de la comunidad médica, una ocupación que siempre ha sido considerada un honor en nuestro país y que, tal vez con más éxito que en ningún otro país, ha merecido el calificativo de "liberal". [...]
Había ciertos médicos que extendían recetas sin ofrecer explicación alguna, pero él tampoco pertenecía a aquel grupo, sin duda, el más vulgar de todos. Es fácil deducir que estoy describiendo a un hombre inteligente. Ésa y no otra era la causa de que el doctor Sloper se hubiese convertido en una celebridad local. En ese momento, que es el que nos concierne, rondaba los cincuenta años y su popularidad estaba en su mejor momento. [...]
Es preciso admitir que la suerte le había sonreído y que había encontrado un camino muy llano para su prosperidad. Se casó por amor, a los veintisiete años, con una joven encantadora, la señorita Catherine Harrington, de Nueva York, quien, aparte de sus encantos, le proporcionó una sólida dote. La señora Sloper era amable, grácil, talentosa, elegante y, en 1820, era considerada una de las jóvenes más hermosas de la pequeña pero prometedora capital que se agrupaba alrededor de Battery, con vistas a la bahía, y que estaba delimitada al norte por los verdes caminos de Canal Street. [...]
Su primer hijo, un chico que prometía talentos extraordinarios -de eso estaba convencido el doctor, quien por otra parte no era nada propenso a frívolos entusiasmos-, murió a la edad de tres años a pesar de todo lo que la ternura de la madre y la ciencia del padre idearon para salvarlo. Dos años más tarde la señora Sloper dio a luz un segundo bebé..., un bebé cuyo sexo lo convertía de inmediato en un inadecuado sustituto para aquel primogénito tan llorado del que se había propuesto hacer un hombre admirable.
La pequeña fue una decepción, pero no la peor de todas. Una semana después del alumbramiento, aquella joven madre que, dicho coloquialmente, lo estaba llevando bien, fue súbitamente traicionada por ciertos síntomas alarmantes y, antes de que transcurriera otra semana, Austin Sloper ya era viudo. [...]
La pequeña permaneció a su lado y, aunque no era exactamente lo que había deseado, se propuso sacar lo mejor de ella. A su favor contaba con una buena dosis de autoridad de la que la niña se benefició enormemente durante los primeros años de vida. Le puso el nombre de su pobre madre, como no podía ser de otra manera. Ni en su más tierna infancia el doctor se dirigió a ella con un nombre que no fuera el de Catherine. Se convirtió en una niña sana y robusta. Cuando su padre la miraba se decía a sí mismo que, dada su constitución, no debía tener miedo de perderla. Y digo "dada su constitución" porque a decir verdad... Pero reservemos mejor esa verdad para más adelante.
Washington Square de Henry James. Ilustraciones de Jonny Ruzzo. Traducción de Andrés Barba y Teresa Barba. Editado por Sexto piso.
Hay 4 Comentarios
¿Puede un post cambiarte la vida? http://locosdeamor.org/2014/01/30/cuando-lo-anormal-se-vuelve-normal/
Publicado por: Urrico | 04/02/2014 21:10:02
Difícilmente lo pueden entender, pues el texto que aquí se lee no son sino textos sacados del primer capítulo de la novela corta de Henry James "Washington Square".
Publicado por: Txisko | 04/02/2014 20:50:38
Bonita historia, pero muy triste. Prefiero las historias con final feliz http://xurl.es/9ik46
Publicado por: María | 04/02/2014 15:24:46
Está muy bien narrado, pero no entiendo bien la trama. Un médico al que se le muere todo el mundo, y ya está.
Les dejo un microcuento con un toque de humor sobre una situación familiar bastane más complicada. Pinchen mi nombre si les apetece leer.
Publicado por: Sony Sato | 04/02/2014 11:19:38