Esto no es un cuento de hadas

Por: | 14 de mayo de 2014

La c+ímara 3

 


Recuerdo que, aquella noche, yací despierta en el coche cama en un estado de tierna y deliciosa agitación, con las mejillas ardiendo contra el impecable lino de la almohada y el corazón imitando en sus latidos los grandes pistones que empujaban incesantemente el tren que me arrastraba lejos de París, lejos de la infancia, lejos de la blanca y recluida quietud del piso de mi madre, hacia el país imprevisible del matrimonio.

Y recuerdo haber pensado que, en aquel mismo momento, mi madre se estaría moviendo lentamente por la angosta habitación que yo había dejado atrás para siempre y que estaría doblando y guardando mis viejas reliquias, las prendas caídas que yo no volvería a necesitar, las partituras que no tuvieron espacio en mis baúles y los programas de conciertos que había abandonado; se entretendría en esta cinta rota y aquella fotografía desvaída con todas las emociones mitad felices y mitad tristes de una mujer en el día de la boda de su hija. Y, en mitad de mi triunfo nupcial, sentí la punzada de la pérdida como si, en el instante en que él me pusiera el anillo en el dedo y me convirtiera en esposa, yo fuera a dejar de ser, en cierto sentido, hija.

—¿Estás segura? —dijo mi madre cuando me llevaron la caja gigantesca que contenía el vestido de novia que él me había comprado, envuelto en papel de seda y cinta roja como un regalo navideño de fruta confitada—. ¿Estás segura de que lo amas? También había un vestido para ella, de satén negro, con el lustre apagado y refractivo del aceite en el agua, más fino que nada de lo que había llevado desde su infancia llena de aventuras en Indochina, como hija del rico hacendado de una plantación de té. Mi madre indomable, de facciones de águila. ¿Qué otra estudiante del conservatorio se podía jactar de que su madre se había enfrentado a un barco de piratas chinos, había ejercido de enfermera en un pueblo con un brote de peste y disparado a un tigre devorador de hombres antes de llegar siquiera a mi edad?

—¿Estás segura de que lo amas?

—Estoy segura de que quiero casarme con él —contesté.

 

 La c+ímara 2

 

“Mi intención nunca fue hacer versiones o, como decía espantosamente la edición estadounidense del libro, cuentos de hadas para ‘adultos’, sino extraer el contenido latente de los cuentos tradicionales y usarlo como punto de partida de nuevas historias”, insistió (una y otra vez) Angela Carter. En el origen de La cámara sangrienta –arriba, sus primeros párrafos– está Barba Azul de Charles Perrault. Otros títulos clásicos como Caperucita Roja o un cuento de Dostoievski –la adaptación cinematográfica de esa narración, para ser más exactos– también sirvieron de inspiración a la periodista y narradora británica para escribir "cuentos góticos, cuentos crueles, cuentos de terror, narrativas fabulosas que tratasen directamente del imaginario del inconsciente" contados desde el punto de vista femenino.

La colección de relatos La cámara sangrienta se publicó por primera vez en inglés en 1979, en español en 1991, y ahora tenemos un nuevo pretexto para leerlos o releerlos: la editorial Sexto Piso vuelve a editarlos con las delicadas ilustraciones de Alejandra Acosta.

 

La c+ímara 1

 

 

 

 

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Sobre el blog

¿Una imagen vale más que mil palabras? Según investigadores de Harvard, no. Vale muchas más. Algunas hasta 500.000 millones. La cifra no importa: está claro que las imágenes son más poderosas que nunca, y este blog pretende ser un inventario visual de libros de fotografía, arte o diseño, ilustraciones, visualizaciones de datos, infografías…

Sobre la autora

Virginia Collera

es periodista y traductora. Colabora intermitentemente con El País desde 2006 y es compradora confesa de libros por la cubierta y/o las fotografías interiores.

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