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La hora del adiós

Por: | 28 de junio de 2014

Estimado Tallón,

La gente sueña con despedidas a lo grande, como las de esos muchachos que se van a la guerra exultantes en un intento de olvidar que probablemente no volverán con vida. Con todos los seres queridos agolpados en el andén de la estación, en donde ellas, pañuelo blanco en mano, más que llorar por el que se marcha, lo hacen por la imposibilidad de lo que ya nunca será. Es duro, amigo Tallón, pero nos han dicho que ha llegado el momento de decirnos adiós. Le escribo la carta más triste de lo que llevamos de correspondencia porque no hay nada más triste que una despedida si exceptuamos la noche que Fraga perdió la Xunta. Y lo hago, para más inri, en el día de descanso de un Mundial. Un día sin Mundial viene a ser algo así como el día de Año Nuevo pero sin resaca, lo que es infinitamente peor. En días como hoy, uno ya ni tiene el consuelo de no salir de cama.

Ante su preocupación, he de decirle Tallón que, para mí, el Mundial ya está casi terminado, y no lo digo por nuestra propia despedida, que no pudo ser más humillante. En primera ronda, por la puerta de atrás y con la cara pintada. Un si lo sé no vengo en toda regla que nos dejó a todos despechados y heridos. Antes incluso del partido contra Australia yo solo podía pensar en Clark Gable mandando literalmente a la mierda a Vivien Leigh en la escena final de Lo que el viento se llevó: «francamente, querida, eso ya no me importa».

Luis suárez

Esta sensación de final antes de tiempo la tengo desde la eliminación, casi física, del delantero uruguayo Luis Suárez. Que no digo yo que esté bien lo que hizo el charrúa aun siendo la víctima un central italiano que, como decimos por aquí, «algo haría»; pero de ahí a querer exorcizar todos los males del odioso fútbol moderno en su persona va un mundo. En ocasiones, como el crío de El sexto sentido, tiendo a ver muertos y no puedo evitar pensar en el interés de algunos por dejar el campo minado de cadáveres ante el paso militar de Brasil. Es cosa de este fútbol que, en su carrera loca por llenarse de tatuajes y peinados de diseño, parece haberse quedado sin alma y, lo peor, sin ganas de pegar patadas. Lo resumió perfectamente Pepe Mújica, presidente de Uruguay y del corazón de cualquier persona de bien, cuando le preguntaron por el suceso: «no lo elegimos para filósofo». Este ataque de deportividad mal entendida en la asociación de intereses que controla el fútbol mundial me escama. Ni que el fútbol fuera un deporte. Se fue Luisito tras cargarse a Italia e Inglaterra, y uno se lo imagina como Schwarzenegger, con el deber cumplido a medias, advirtiendo de que volverá. Aquel que lo fiche, que le compre un bozal.

A mí no me gustan mucho las despedidas porque no sé muy bien qué decir. Me pasa como a Pancho Villa que, en su lecho de muerte y ante el silencio general, tuvo que gritarle a un periodista: «¡Ponga que dije algo, carajo!». También me parece de mal gusto darles demasiada importancia, incluso cuando se trata de la definitiva. En todo caso, hay que saber irse con dignidad, como cuando Ana Bolena se dirigió al verdugo que estaba a punto de decapitarla para tranquilizarlo: «No le dará ningún trabajo, tengo el cuello muy fino».

Así que hasta aquí hemos llegado, amigo Tallón. Usted seguirá en Ourense y yo pongo rumbo a EE.UU. porque como dice la máxima con la que abrimos esta correspondencia, la mejor forma de saber qué pasa en un sitio es contarlo desde la distancia. Real o figurada, pero cuanto más lejos mejor. Me tranquiliza saber que lo dejo en buena compañía. A diferencia de Humphrey Bogart en Casablanca, no pierde a la chica, pero como él, sí gana un amigo. En cualquier caso, antes de que piense lo que va a decir, seamos realistas. Como dijo Dylan Thomas antes de caer redondo en su pub de confianza: «Me acabo de beber dieciocho whiskys seguidos. Creo que he batido un récord». Si le parece poco récord que nos hayan dejado escribir tanto tiempo en una casa seria, ya me contará. Pero hágalo en el bar.

 

¿Y si el Mundial se acaba?

Por: | 24 de junio de 2014

De pronto, he empezado a sentirme fatal, mi querido Diego. ¿Y si se acaba el Mundial de fútbol? ¿Y si, después del último encuentro, los equipos se van a su casa y tú encientes la televisión y no hay nada, salvo la programación? Realmente es una posibilidad. En otras ocasiones, de hecho, también terminó todo a la vuelta de la final, y el universo cayó en un gran silencio, algo triste. Pasó en México 70, en España 82, incluso en Italia 90. Hay más antecedentes. Me agrada pensar, sin embargo, que esta vez todo será muy distinto, y que en cualquier momento Italia volverá a jugarse a cara a cruz la vida contra Inglaterra, con Andrea Pirlo al violonchelo. Y que Costa Rica matará a otro favorito con saña, como en un partido de la mafia. Y que Alemania jugará al fútbol como si estuviese haciendo ganchillo y, en el último tramo del encuentro el seleccionador, acorralado, dará entrada a Karl-Heinz Rummenigge. Pero yo soy un tipo fatalista, y disfruto poniéndome en lo peor. ¿Y si…?

Tal vez el Mundial ya haya acabado, y yo solo estoy preocupado porque pueda acabar, como un idiota. Eso aún sería más horrible. A veces resulta imposible no vivir engañado, y de repente, despertar en mitad de la pesadilla. En cierta ocasión Borges acudió a los estudios de TV Sonotex para promocionar la Biblioteca Personal Jorge Luis Borges. Era verano y la temperatura en los estudios de televisión resultaba insoportable. Él estaba enfundado en un traje elegante, aunque oscuro. Parecía secuestrado por la chaqueta y la corbata, interesados más en cobrarse su vida que en reclamar rescate. En un momento dado, se queda a solas en un rincón, bajo un foco que lo mira fijamente, muy encendido. Casi parece preguntarle por qué mató a Roger Rabbit y qué hizo con el cuerpo, que sigue sin aparecer. Borges suda sin parar, como si de verdad hubiese matado al tal Roger Rabbit, aunque sin saberlo. A duras penas se alivia con su pañuelo, que se pasa por la frente constantemente. Desesperado, busca a María Kodama y grita su nombre en el vacío. Ella se acerca, y Borges, desorientado, pregunta: «María, ¿ya estoy en el infierno?»

Andrea Pirlo

Ese miedo del autor argentino a alcanzar un lugar tan caluroso y temido –aunque yo en el infierno estaría de puta madre– es parecido al miedo a que un lugar tan bello como un Mundial desaparezca una noche. No quedará ante nosotros sino un gran abismo, que nos mirará a los ojos. Quizá, si encontramos arrestos, les devolvamos la mirada. Será inevitable la pérdida de sentido de la vida, pues de pronto aquello que creíamos seguro, eterno y feliz, porque nos daba algo que hacer todo el día, se esfuma bajo nuestros pies. Será el caos. No estoy seguro de que, si el Mundial acaba y se desvanece –insisto, dios no quiera esa desgracia para nosotros–, no vayan también a desvanecerse twitter, los medios de comunicación, la literatura, el amor… Todo. Ya tengo edad suficiente para no poner la mano en el fuego porque no sucederá nada, como en otros mundiales que acabaron después de la final y la vida siguió como si nada, a sus cosas. Las cosas cambian.

PD: Diego, dime que es mentira, asegúrame que el Mundial no acabará nunca, y que tú y yo no tendremos que hacer nada en la vida que no sea ver partidos sin parar.

«O importante é non mancarse»

Por: | 19 de junio de 2014

Iniesta2

Foto: Reuters // A. R.

Estimado Tallón,

En el fondo lo de ayer ha sido un alivio pues a partir de ahora podremos dedicarnos de lleno al Mundial. Sin agobios, con toda la tranquilidad del mundo y, sobre todo, sin sobresaltos; que uno ya tiene una edad, como la mitad de nuestros jugadores. Este desastre era de fácil previsión y solo una ceguera voluntariosa semejante a la de quienes piden someter a referendo humano algo divino como la monarquía que nos ha sido impuesta ha podido llevarnos al engaño. Era una cuestión de matemática pura aplicada al día a día. Yo, que todavía cuento con los dedos, suelo acordarme de las matemáticas los domingos, más bien entrado el mediodía, más bien rebasada la hora del vermú. La cuenta es bien sencilla. Hace seis años salía dos o tres días por semana y bien, progresaba adecuadamente. Ahora necesito los mismos días para volver a ser persona pero saliendo uno solo. La teoría puesta en práctica la hemos visto en los dos partidos que la selección española ha jugado (vamos a ser optimistas) en este Mundial. La parte positiva de este torneo de Brasil es que me ha quitado años de encima, ya me siento como si volviera a tener catorce. En tan solo dos partidos he vuelto a comer la misma mierda a la que estaba acostumbrado entonces.

Yo me imagino vivir tranquilo lo que queda de campeonato y me entra un alivio de puro placer. Como cuando te metes una hostia con el coche de madrugada y borracho pero sabes que el mayor de los problemas es llegar al garaje. Quien no haya fostiado el coche para salir pitando pasando de todo hasta esconderse en casa de papá ministro que tire la primera piedra. Aquí somos muy de rasgarnos las vestiduras pero esto ya lo hicieron antes Francia e Italia. Y con una tranquilidad pasmosa. En la Eurocopa de 2008, Francia venía de ser subcampeona del mundo y cayó en primera ronda con un punto y un gol como único equipaje de vuelta. A los pocos minutos de terminar el tercer partido, al discutido seleccionador galo, Raymond Domenech, le preguntaron cuáles eran sus planes de futuro al frente del combinado nacional. El técnico, famoso por fiarlo todo a la voluntad de los astros y no precisamente futbolísticos, respondió: «Sólo tengo un proyecto, casarme con Estelle. Esta noche se lo pido en serio». Pero Francia es una potencia mientras que nosotros tenemos a Casillas, que ayer demostró que hay cantera en el Madrid de veteranos y solo acertó a decir: «ha sucedido lo que ha sucedido».

El nuestro ha resultado ser el mismo problema que llevamos arrastrando desde que estalló la crisis. Pasamos unos años tan buenos que nos creímos ricos y no. Volver a despertar en la normalidad duele. Llevará un tiempo dar el paso pero recuerde, amigo Tallón, que nada sienta mejor que volver a dormir en cama conocida después de una temporada de turismo por las ajenas. Supongo que es otra de las consecuencias de lo que algunos se empeñan en llamar fútbol moderno. Estos días me he dado cuenta de que me planto ante el televisor y noto sudores fríos al ver la pantalla salpicada de tatuajes. Yo ya no sé si son partidos entre jugadores profesionales o peleas entre maras rivales en las que solo puede quedar uno. Al menos ayer no jugaba Luis Chavarría, aquel defensa chileno que debutó con su selección frente a Uruguay durante la fase de clasificación sudamericana hacia Francia 98. Nada más pitar el árbitro el final del encuentro se abalanzaron sobre él los periodistas. «Estoy contento por mi debut, lo hice bien y por suerte pude lesionar a Francescoli», declaró. Comprenderá, pues, mi tranquilidad al ver que los nuestros vuelven a casa y que me acuerde hoy de lo que decía mi abuela: «bueno, filliño, o importante é non mancarse». 

Mudanza del demonio

Por: | 09 de junio de 2014

Estimado Diego,

Tenía de decirle algo, pero no recuerdo el qué. Tal vez no fuese nada, y sólo se trataba de hablar por hablar, para no escuchar el zumbido que emiten los lunes cuando tienes resaca doble. Solo sé que, de pronto, me pareció urgente escribirle, es decir, de vida o muerte, pero no para darle cuenta de un acontecimiento, o advertirlo de un peligro, o siquiera pedirle que, por favor, no olvide comprar ibuprofeno. A menudo las personas no tienen que hablar de nada, y no hablan. Para qué. Una vez, en Boston, le mostraron a Charles Dickens un extraño aparato llamado teléfono, y que no era sino una caja grande y negra que tenía un cable grueso, un embudo y una clavija. Le aseguraron que era un invento maravilloso, que el futuro acababa de llegar, y que se podía hablar con alguien que estaba en Nueva York. Dickens estudió taciturno el aparato, y preguntó: «¿Hablar de qué?».

Pese a no tener nada de que hablar, quiero decirle que me preocupa su mudanza. Masco la sospecha de que va a pasar algo malo. Muy malo. Malísimo. Siempre pasa algo horrible cuando haces mudanza. No voy a explicarle qué pienso de las mudanzas, porque para eso he escrito una novela sobre el tema, pero… Desista, es mi consejo. La mudanza la organiza el diablo. Pensamos que es una simple maniobra física, que sólo se trata de meter cosas en cajas sin parar y cambiarlas de calle, de ciudad, de país, pero siempre ocurren cosas. Fatalidades. En realidad, es como perderse en el desierto. Los cambios de domicilio me hacen pensar en John Huston y La jungla de asfalto, un relato crepuscular sobre un grupo de hombres que intenta huir de la decadencia planeando un gran golpe, una apuesta a todo o nada. Jungla del asfalto En cierto modo, una mudanza también es una jugada a vida o muerte.  Puede salir bien, pero... En el fondo, es imposible ganar. A veces hay un camino para perder lentamente, nada más.

En el film de John Huston, llegada la hora, también ocurren cosas que remiten a la fatalidad. Doc Riedenschneider lo resume perfectamente cuando  habla de «perder horas y horas en planear el golpe, estudiar a fondo hasta el último detalle, y todo, ¿para qué? Para que suenen las alarmas sin que aún podamos explicarnos la razón, para que una pistola se dispare y uno de los nuestros caiga. Luego, un tipo inútil que sólo sirve para asustar a los niños, se interpone en nuestro camino... Fatalidad. ¿Y qué se va a hacer contra la fatalidad?» 

La fatalidad no tiene defensa. Si aún está usted a tiempo, querido Diego, le pediría que retroceda sobre sus pasos y abandone la absurda idea de buscar una vida mejor. Confórmese con una vida de mierda. Es lo que hacemos la mayoría. Al fin y al cabo, el mundial de Brasil ya está ahí, y lo único que importa en el próximo mes es tener un televisor en color en el salón, y algunas cajas de cerveza en la nevera, y otras cuantas en la despensa, para reponer. Si a eso suma que la resaca de este fin de semana tardará varios meses en aliviarse, claramente no existe ya ningún motivo para moverse.

PD1: Si me quiere, no me hable de Lisboa. Nunca. Jamás. Es mi propósito olvidar esa desgracia en el horizonte de veinte años, de modo que necesitaré algo de silencio. Le doy las gracias por adelantado.

PD2: Si tiene algo que comentar sobre la Liga, no veo inconveniente. 

El síndrome del emigrante

Por: | 20 de mayo de 2014

Cómo empezar sin felicitarle. Me he alegrado pues son estas pequeñas victorias que subvierten el orden establecido las que hacen que algunos todavía crean en la revolución. Ya sabe lo que pienso yo de las revoluciones, que son como las figuras de porcelana, muy bonitas al principio pero al poco tiempo uno ya no sabe muy bien qué hacer con ellas. Mire la francesa, si no. En 1789 la hoy Plaza de la Concordia de París fue bautizada de un día para otro como Plaza de la Revolución. Llevados por la emoción del momento, los revolucionarios instalaron una guillotina en el centro y lo pusieron todo perdido. Pocas veces en la Historia hemos visto un fragor semejante a la hora de celebrar una victoria. Pero la alegría en casa del pobre suele durar poco. Ya ve, el pueblo francés montando una revolución para quitar un rey y acabar, solo quince años después, poniendo un emperador. Supongo que a estas alturas ya habrá vuelto a casa. Hace bien, el sábado está a la vuelta de la esquina y ahí no habrá cholismo que valga. Las cosas serias, amigo Tallón, solo tienen un orden y un sentido. A ustedes solo les queda lo que decía mi abuela: «ride hoxe que xa choraredes mañán».

La semana pasada estuve de visita relámpago en la capital del Reino. Fue bajar del avión y ver cómo me golpeaba de lleno el síndrome del emigrante. Corrí a un bar. Necesitaba experimentar de nuevo esa sensación de pedir una caña, que te pongan una tapa y no sentir como que me acaban de extirpar un riñón, que es la sensación de beber en la Europa rica. Fui tan feliz que a punto estuve de meterme en la conversación que el camarero mantenía con otro cliente. Me contuve y me limité a escuchar. Cuando el cliente se fue, asalté al camarero con la mejor de mis sonrisas: «qué, el Madrid otra vez campeón de Europa». El tipo me miró de reojo y casi escupió sin siquiera moverse: «a ver». Y esto después de haberse pasado la media hora anterior glosándole a su interlocutor las penalidades que los de Ancelotti harían pasar al Atleti en Lisboa, incluyendo un vehemente «la Décima no se nos escapa».

Camisetas

Ayer, ya de vuelta, vi uno de esos debates europeos. Hubo dos momentos estelares, ambos protagonizados por González Pons. «¿Es España el mejor país de Europa? No. Pero podría serlo», dijo en lo que viene siendo una variante de nuestro viejo tópico. No sé, amigo Tallón, si en España se vive bien como se empeñan algunos. De lo que estoy seguro es de que en España se bebe de puta madre. Porque otro de los síntomas del síndrome del emigrante es el estado de resaca permanente. Uno trae pocos días, nunca los suficientes para recuperar los cuatro meses que has estado ausente. Quieres ver a todo el mundo sin darte cuenta de que el mundo sigue girando sin ti y los hay que incluso tienen trabajo. Los otros te acompañan para hacerte partícipe del resentimiento. Y es en esas ocasiones donde no queda otra sino beber. La primera noche cerramos un bar. A tal intimidad llegamos con el camarero, ―Álvaro se llamaba―, que a punto estuve de intercambiar teléfonos.

El segundo momento estelar de González Pons fue cuando sacó el cartelito con el tuit de Elena Valenciano en el que decía que Ribéry «es feo». A ver, la estrella del Bayern es feo, hecho objetivo. Punto. Ribéry es feo y rico. Yo no soy tan feo y sí infinitamente más pobre. Desde aquí se lo digo, señor González Pons, eso no es una estrategia para tapar los deslices de Cañete, son hechos. A veces pienso que si González Pons lo pillan en mi pueblo, la primera pregunta que le harían sería «e ti de que piñeiro caíches meu rei?».

Por eso en Madrid me acordé de Mareque cuando decía que «o malo da cidade é que hai de todo». A los diez minutos de estar sentado en una terraza con un amigo común ya nos habían pedido dinero, drogas y ofrecido masajes orientales. Nada más salir del metro se me acercó un tipo y me susurró «hachís, coca, caballo». El problema es que me debió ver la cara de gallego porque ante mi negativa, insistió: «¿seguro?» 

pd: prepárese. 

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Sobre el blog

La mejor forma de saber qué pasa en un sitio es contarlo desde la distancia. Real o figurada, pero cuanto más lejos mejor.

Sobre los autores

Juan TallónJuan Tallón (Vilardevós, 1975) es autor de las novelas El váter de Onetti, Fin de poema y A pregunta perfecta. Hace años encontró hueco en un periódico. Hizo de todo: deportes, cultura, sucesos, horóscopos, política, café. En cuanto pudo, metió una muda en la maleta y huyó para siempre de las redacciones. Ahora escribe en Jot Down y El Progreso y colabora en A vivir que son dos días, de la Cadena Ser.

Diego E. BarrosDiego E. Barros (Forcarei, 1979). Pertenece a la aristocracia de Sorribas tal y como le enseñó el añorado Suso da Paradela. Fue periodista. Porque hay que comer, a veces da clases en la universidad. Ahora escribe donde le dejan. En ocasiones hasta le pagan. Pero no demasiado.

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