El señor conservador que espera despojar del trono en Andalucía a sus reyes ancestrales, progresistas ellos aseguran, y al que su jefe le hace el impagable favor de demorar estratégicamente la presentación de esos Presupuestos del Estado que van a estrangular todavía más a los temblorosos, repite enfáticamente varias veces en su discurso que todos necesitamos en estos momentos de infortunio estar a la altura de las circunstancias. Y te preguntas qué coño significará esa certidumbre de Javier Arenas. Aunque debe de ser algo muy profundo, ya que Zapatero, ante el desastre colectivo que su Gobierno negaba, o no previó, o no hizo nada para impedirlo, también exigía a los ciudadanos eso tan trascendente de estar a la altura de las circunstancias. Y por supuesto, nadie impidió el saqueo, entrulló ni ajustició a los legitimados buitres que crearon esas atroces circunstancias. Solo hay dos explicaciones para ello. O esa clase política era necia y ciega, lo cual es delictivo en profesión tan responsable, o iba a medias con los canallas en los beneficios del incalculable robo.
Ante el tenebroso estado de las cosas, los políticos deberían rebajar en nombre de su supervivencia la verborrea hueca, la fraseología idiota, las promesas incumplidas, las mentiras desganadas. La calle se puede llenar de concienciados incendiarios, de radicales con causa, de gente que atenta infatigablemente contra el sagrado orden social, no por algo tan juvenil y molón como militar contra el sistema, sino porque están desesperados. Tendrán que multiplicar la policía para romperle la crisma al enemigo, a los infinitos salvajes que se han quedado sin presente ni futuro.
Veo imágenes en el telediario de gente que recurre cotidianamente a Cruz Roja y a Cáritas para que les proporcionen bolsas de comida y ropa. No pertenecen a la mendicidad, a los que llevan demasiado tiempo resignados a buscarse la vida en el umbral de la pobreza. Son personas que siempre tuvieron trabajo. Y se lo han robado. Y cada vez son más.