Supone una tarea ardua que la reconstrucción en cine de la vida, hazañas y sinsabores de los protagonistas de la política, esa profesión genéticamente turbia y prosaica, pueda contener aliento épico o lírico. Aunque adopten la forma del biopic exaltante, se pretenda hacer una loa del perdedor digno o se adopte tono crítico, es difícil en mi caso que me despierte inicialmente el menor interés el cine protagonizado por personajes de la política, por gente que aunque estés cansinamente acostumbrado a ver su imagen y escuchar su discurso, y sus trascendentes decisiones condicionen y alteren las vidas de los demás, no resultan nada apetecibles para que te entretengan o te fascinen en la pantalla.
John Ford era tan grande que consiguió dotar de complejidad, aliento poético y humanidad a Lincoln en la muy bonita El joven Mr. Lincoln o emocionarte con la derrota y el inapelable crepúsculo de un anciano profesional de la política en El último hurra. Robert Rossen fue corrosivo y lúcido describiendo la progresiva corrupción de un líder populista en El político. Mankiewicz ofreció un cine soberbio adaptando a Shakespeare en ese retrato intemporal de la conjura política y la manipulación de la plebe que es Julio Cesar. Pero son excepciones. Por lo tanto, me acerco con más desidia que curiosidad al fidedigno retrato que ha pretendido hacer el director Xavier Durringer en De Nicolas a Sarkozy de un individuo que me resulta tan peligroso como desagradable llamado Nicolas Sarkozy. Me ocurría lo mismo, a pesar de la fastuosa interpretación de Meryl Streep, con la reciente biografía de Margaret Thatcher. Y reconozco la sutileza del director Robert Guédiguian al acercarse al maquiavélico y pragmático Mitterrand en El paseante del Campo de Marte. O la inteligencia y el sarcasmo de Clooney demostrando la enemistad entre las palabras y los actos de un político supuestamente ejemplar en la perturbadora Los idus de marzo, pero no es un género que me atraiga especialmente. Por ejemplo: encuentro más estimulantes los documentales sobre la vida y costumbres de los animales, incluidos los más arteros.
Durringer aclara al principio que los personajes son reales pero que la historia que cuenta es de ficción. Es una forma de cubrirse, por supuesto. Hasta el espectador más simple sabe que esa crónica de la ascensión a la presidencia de Francia de Sarkozy maneja datos reales. Y está muy lograda la descripción de ese “enano cabrón” (es la soez definición que hacen de Sarkozy el astuto, aunque tembloroso, Jacques Chirac y el aristocrático y noqueado Dominique de Villepin) que domina inmejorablemente el impacto mediático, que tiene insultántemente claras cada una de sus metas, directo hasta la brutalidad, vendedor en cada momento de la imagen que más le conviene, arrogante y expeditivo, capaz de utilizar hasta el final a una esposa que ya no le quiere con tal de que esa simulación de matrimonio ejemplar le otorgue votos para alcanzar el poder, oportunista y rocoso, eterno consultor de las encuestas de popularidad y de adecuar su discurso y su comportamiento a ellas, amigo privilegiado de dueños de imperios mediáticos, conocedor sabio y audaz de los movimientos, la defensa y el ataque exige el ajedrez de la política, alguien tan temible como falto de escrúpulos, con la sombra de la corrupción en sus siempre estratégicas relaciones.
Imagino que a Sarkozy no le ha hecho ninguna gracia que el cine no espere a que haya muerto para hacer un retrato demoledor de su retorcida personalidad. En cualquier caso, se permitirá el lujo de despreciarlo en el caso de que siga venciendo, de mantenerse hasta que le de la gana en ese poder hacia el que siente ancestral adicción. Denis Podalydès hace una creación excelente de este turbio señor. A Sarkozy solo le preocupará si esta película le puede restar votos. Y jamás haría nada, por supuesto, para obstaculizar su difusión. Es un profundo demócrata de centro-derecha. O un liberal de toda la vida. O un humilde y esforzado servidor de la cosa pública, de la grandeza de Francia, esas cosas.
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