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Cerrado por terremoto

Por: | 29 de septiembre de 2011

Monument reuters

Washington tembló el pasado mes de agosto, y lo hizo tanto que uno de sus monumentos más icónicos, el Obelisco, estará fuera de la ruta de los turistas por "tiempo indefinido", como asegura el Servicio Nacional de Parques. En plena ola de calor, cuando el pánico por los destrozos que el huracán Irene prometía aún estaba por llegar, la capital de Estados Unidos sufrió otro momento de terror -este real-, cuando un seísmo de 5,8 grados en la escala Ritcher conmocionaba la vida -tranquila por lo general, exceptuando los puñales que vuelan por los pasillo del Capitolio, pero eso es para otro post- de sus habitantes. 

Quienes estaban en sus oficinas desalojaron rápidamente los edificios; quienes sintieron que las paredes de sus casas se movían mientras se entregaban al almuerzo no es que hubieran perdido la razón si no que supieron en breve que algo estaba pasando. Niki Williams, la 'ranger' a cargo de los visitantes que en ese momento visitaban el Monumento a George Washington, también conocido como el Obelisco, creyó que estaba viviendo "algún tipo de ataque terrorista" -tal es la vulnerabilidad que ha quedado en los norteamericanos y la consciencia de que este país puede volver a ser atacado como ya sucedió el 11-S-. Esta semana, Williams ha sido elevada al altar de los héroes tras hacerse público un vídeo en el que se observa lo impactante que fue el terremoto y la serenidad y buen saber hacer que demostró la guarda en todo momento para evacuar a las cerca de dos docenas de personas que se encontraban en la parte más alta del monumento disfrutando de una jornada de descanso cuando la naturaleza decidió jugarles una mala pasada.

"Lo que quise hacer en un primer momento fue salir corriendo escaleras abajo y alejarme todo lo posible de la zona", ha declarado Williams a todas las cadenas de televisión, locales y nacionales, que han hecho intensivo seguimiento de esta historia. Sin embargo, Williams hizo todo lo contrario, procedió con calma y comenzó la evacuación, serena y ordenada. Incluso cuando ya todo el mundo estaba saliendo, la guardabosques retrocedió lo avanzado para asegurarse que no quedaba nadie en lo más alto del Obelisco. 

Situado en el extremo oeste del Mall de Washington, el Obelisco se convirtió en el año 1884 en la estructura más alto del mundo -casi 170 metros-, lugar del que fue desbancado en 1889 cuando entró en escena la Torre Eiffel de París (Francia). Tal categoría se traduce en que el monumento dedicado al primer presidente de Estados Unidos, el que dio la independencia de los británicos al país, tiene 897 escalones, 897 peldaños que los turistas tuvieron que bajar uno a uno hasta sentirse seguros en la calle y saber a través de los walkies-talkies de los guardabosques que lo que habían vivido era un terremoto y que no había rastro de terroristas por ningún lado -tampoco de los marcianos protagonistas de Mars Attacks!-

Captura de pantalla 2011-09-28 a las 4.24.11 p.m. Cerrado por tiempo indefinido, un grupo de ingenieros ha comenzado esta semana la inspección meticulosa del edificio, lo que ha supuesto que cuatro especialistas se deslizaran haciendo rappel desde su cúpula el martes para comprobar la intensidad de los daños y sellar las grietas que se hayan podido causar. Pero como desde mediados de agosto la ciudad de Washington encadena lo que parecen plagas bíblicas -terremoto, huracán, lluvias torrenciales-, la tormenta desencadenada sobre la ciudad el miércoles por la mañana ha obligado a suspender las obras hasta próximo aviso.  

El Monumento a Washington está hecho a base de mármol, granito y piedra arenisca. Fue diseñado por un prominente arquitecto de la década de 1840, Robert Mills, pero tardó casi treinta años en concluirse, cuando su autor ya había fallecido. De hecho, si se dedica una mirada observadora se puede detectar la diferencia entre los tipos de mármol utilizados a partir de los 50 metros, donde comienza la segunda etapa de su construcción. Conseguir entradas es una misión casi imposible, generalmente se hace por internet y se consiguen con semanas, a veces meses, de antelación a la fecha de la visita. Excepto si alguien tiene la fortuna de encontrase con un par perdidas en el suelo, como le ha sucedido a algún turista español que pasaba por aquí.

Un héroe que no quiso serlo

Por: | 22 de septiembre de 2011

Se cumplen diez años de la guerra de Afganistán y entre las tropas, el nombre de un héroe se recuerda como símbolo de los grandes sacrificios que Estados Unidos le ha pedido a toda una generación en la misión bélica más larga de su historia. Pat Tillman se alistó en junio de 2002, junto a su hermano Kevin. Murió en abril de 2004, a los 27 años, en la provincia de Khost, en la frontera con Pakistán. Había renunciado a un contrato millonario con la liga de fútbol americano, NFL, por el fuerte impacto que tuvieron sobre él los atentados del 11 de septiembre de 2001. La Casa Blanca y el Pentágono emplearon su sacrificio, el mayor que alguien puede hacer por su país, para ennoblecer la guerra y sus motivos. Pronto se descubriría, sin embargo, que a Pat Tillman no lo mataron los talibanes, sino sus propios compañeros de filas, en lo que se llama un “fuego amigo”, y que el Ejército conspiró para ocultar esas circunstancias.

450x402-alg_pat_tillmanPat Tillman, al entrar en el Ejército de Tierra

Tillman nunca quiso ser un héroe. La única razón que le llevó a alistarse fueron los atentados de 2001. Era ateo. Recelaba de Bush. Y vivió como un calvario personal que su primera misión, después del entrenamiento en el equipo de operaciones especiales de los Rangers del Ejército de Tierra, fuera en Irak. Tillman veía aquella guerra, como muchos otros norteamericanos, como innecesaria, un capricho absurdo de la administración de George Bush. Desde que se alistó, se negó a dar entrevistas. No quería ser representante o emblema de ninguna generación. Sólo quería luchar por su patria, como uno más.

Cuando regresó de Irak, donde tomó parte en la toma de Nasiriya, fue destinado, finalmente, a Afganistán. Aquel había sido su sueño, la razón para entrar en el ejército. El 22 de abril se encontraba de misión con un destacamento, de camino a la aldea de Mana, a la búsqueda de insurgentes. En el camino, uno de los dos vehículos acorazados Humvee con los que viajaba se estropeó. Caía la noche y el teniente al mando, David Uthlaut, pidió explotar el vehículo y que un helicóptero les recogiera. El comandante del Regimiento número 57 de los Rangers le denegó la petición desde la base de Bagram. Ordenó que el destacamento se dividiera y selló la suerte de Tillman.

La mitad del grupo dio media vuelta y regresó a la única carretera asfaltada de Khost, arrastrando el Humvee estropeado. La otra, avanzó hacia Mana. En ese último destacamento viajaba Pat Tillman. Su hermano Kevin iba en el primero. Éste fue atacado momentos después, con explosivos, cuando cruzaba un hondo y estrecho cañón. Pat oyó las explosiones, dio media vuelta y corrió a asistir a su hermano. Llegó por un valle cuando el fuego había acabado. Sus camaradas le vieron venir, pero en la oscuridad, pensaron que era un insurgente. Un soldado de gatillo fácil le reventó la cabeza con una ametralladora ligera M-249, a pesar de que Pat se acercaba a él con las manos en alto gritando: “I am Pat Tillman, I am Pat fucking Tillman”. Esas fueron sus últimas palabras. Así describió Kevin los últimos momentos de su hermano en una audiencia del Senado.

 

De todo eso Kevin se enteró pasadas cuatro semanas. Nadie le dijo inmendiatamente cómo había muerto Pat. De hecho, a pesar de una investigación interna que daba pruebas más que convincentes de que había fallecido por fuego amigo, los mandos dieron la orden a sus compañeros en el destacamento de Rangers de que no dijeran nada de las circunstancias de su muerte a la familia. El Ejército mantendría silencio sobre el asunto hasta el 27 de mayo. La Casa Blanca y el Pentágono dejaron que la nación creyera que Pat Tillman había sido abatido por los talibanes, no como la víctima de una mala decisión de los mandos militares y la precipitación de uno de sus compañeros de filas.

  Tillman2Pat Tillman cuando jugaba en la NFL

Con Kevin aun en los Rangers, fue imposible ocultar la verdad durante mucho tiempo. El caso se convirtió en un escándalo, en el que el propio secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, llegó a testificar en el Congreso. Tanto él como los mandos militares responsables repitieron 82 veces las palabras “no lo recuerdo exactamente” para evitar asumir las responsabilidades de mentir a la familia sobre los últimos momentos de la vida de Pat Tillman. Durante aquel mes en que la nación no supo esa verdad, la Casa Blanca empleó la historia del héroe caído como una cortina de humo, una razón para defender su presencia no sólo en Afganistán, sino también en Irak.

El investigador Jon Krakauer conto esta historia en un libro de 2009, titulado Where men win glory. El año pasado, además, se estrenó el documental The Tillman story, dirigido por Amir Bar-Lev. 

Un pedazo de América en Afganistán

Por: | 12 de septiembre de 2011

(Desde Camp Phoenix, Kabul)

¿Qué hacen las 101.000 tropas norteamericanas destinadas en Afganistán para sentirse como en casa? Pedir una hamburguesa con patatas fritas o una pizza tamaño familiar. Allí donde va el ejército norteamericano, va la comida rápida. Y recientemente, en esta base desde la que se controla la seguridad de Kabul, han abierto un Burger King y un Pizza Hut. Además, sirven a domicilio a los barracones. "You ring, we deliver" ("Nos llamas, te lo traemos", dice su anuncio, ubicuo en la base). Los precios son bastante similares a los que se ven en cualquier ciudad norteamericana.

Burger King en Camp PhoenixEste es el Burger King de Camp Phoenix, con patio exterior.

Para los amantes de café ‘gourmet’, encima del colmado (Point Exchange, o PX, como se le llama en jerga castrense) está la versión militar de Starbucks, Green Beans. Sirven todo lo que hay en un Starbucks normal: lattes con vainilla, capuchinos y chais. El precio también es norteamericano: entre tres y cinco dólares por bebida (un euro vale hoy 1'36 dólares). El lema de la tienda, muy patriota: “Honor primero, café después”. 

Green BeansGreen Beans, el Starbucks militar

La imagen que veo en este café a diario no es tan distinta de la de cualquier Starbucks en EE UU. Estos soldados, que no suelen superar los 25 años, son unos expertos en nuevas tecnologías y acuden aquí con sus Kindles e iPads a leer libros (los temas militares y de fantasía y ciencia ficción son los favoritos) y a navegar por la Red. Por la noche, y dada la diferencia horaria (ocho horas y media respecto a la costa este, Washington y Nueva York), suelen hablar con sus familiares vía Skype. En Patriot Square, el centro neurálgico de este campamento, hay Internet inalámbrico gratis. 

Patriot SquarePatriot Square

Para estar en Kabul, la señal de Internet es aceptable. No permite hacer maravillas, las fotos tardan varios minutos en cargarse y una llamada a través de Skype se corta con frecuencia. Pero al fin y al cabo, estamos en zona de guerra, en una de las áreas más depauperadas de Kabul. Tener Internet es, en sí, un lujo. Cuesta 10 dólares (unos siete euros) por cada 10 horas de navegación. Aceptable para los soldados, según ellos mismos me cuentan. 

Hasta aquí llegan también correos y Fedex, la empresa de paquetería. Cada mañana, el camión del reparto pasa por los barracones, cargado con cajas de Amazon. Los soldados ya no acuden tanto al PX, donde sólo compran cosas básicas como champú o pilas. El resto, lo adquieren online.

Eso sí: las películas son de procedencia afgana. Aquí no hay muchas leyes de propiedad intelectual y en las tres tiendas de DVD que hay, se puede encontrar hasta la película que se estrenó ayer en EE UU. Hoy me he encontrado con Green Lantern, The Help y Rise of the Planet of the Apes. Creo que las tres aun están en cartel en EE UU. Valen dos dólares (algo más de un euro) cada una. 

Hollywood, venta de DVDHay en Camp Phoenix tres tiendas de DVD.

El gimnasio es tamaño americano. Es decir: enorme. Es el único sitio donde los soldados deben dejar el arma afuera. (Sí, se hace raro cenar en el comedor con coroneles y sargentos que, mientras te hablan, tienen entre las piernas un rifle). En algunos puntos de la base hay pantallas de plasma con todos los canales posibles, desde ESPN (deportes) a ABC o Fox News. Una vez a la semana tienen cine. Hoy están proyectando -sobre un panel de madera pintado de blanco- una de Nicolas Cage.

La base está literalmente repleta de grandes contenedores con botellas de agua. La marca más usada es Kinley, propiedad de Coca-Cola. A cada esquina hay letrinas con desinfectante líquido (marca Purrell, la más conocida en EE UU) que los soldados usan con frecuencia. 

Por un instante, uno olvida que está en Afganistán. Sólo por un instante. Luego suenan las explosiones en el campo de pruebas, despegan los helicópteros y, más allá de las barricadas se ve la pobreza de las escombreras y los cementerios improvisados de la carretera a Jalalabad. A pesar del intento, este pedazo de EE UU en Afganistán es más bien cartón piedra.

El País

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