El primer ministro israelí, Benjamín Nentanyahu, y el secretario de Defensa estadounidense, Leon Panetta, esta semana en Jerusalén. /AP
Cubrir los prolegómenos de un posible ataque israelí a Irán es una cuestión tremendamente compleja. Resulta muy difícil discernir entre las amenazas reales y las de farol. Entre lo que suena serio y lo que desde los despachos quieren hacer que suene serio. Con sus amenazas, los israelíes quieren conseguir que Irán se asuste y frene su programa nuclear, que están convencidos que tiene como fin último destruir al Estado judío. Para que el susto se produzca, hay que amenazar con convicción y hay que tener al lado al primo de zumosol –Washington- por lo que pueda pasar.
El primo anda envuelto en campañas electorales y asuntos internos varios. Además, parece que la Administración Obama piensa sinceramente que hay que agotar al vía diplomática; una de esas coletillas por cierto, que nadie sabe muy bien qué significa, pero en fin. Embarcarse en una nueva guerra no entra dentro se las prioridades de Washington, pero tampoco es cuestión de pelearse con el primo predilecto con unas elecciones presidenciales a las puertas. Así que lo mejor es tratar de convencer al primo predilecto de que no es una buen idea atacar a Irán y entrar en una guerra de consecuencias imprevisibles. Por lo menos no ahora.
Para convencer al primo predilecto se le visita y se le adula. Se le hace sentir comprendido, como han hecho Hillary Clinton y Leon Panetta en los últimos días en Jerusalén. Le explican, según las filtraciones a la prensa israelí, que Washington tiene todo pensado y listo para atacar cuando haga falta, pero que tal vez no es ahora cuándo más falta hace.
Bibi Netanyahu, el primer ministro israelí y el gran promotor de un posible ataque a Irán, dice que sí, que vale. Pero nadie sabe a ciencia a cierta qué le corre por la cabeza. Puede que ni él lo sepa, a juzgar por sus últimas declaraciones en las que asegura que aún no ha tomado una decisión. Mientras, sus cavilaciones tienen al país y de paso a medio mundo en vilo.
Los que le conocen bien emiten señales contradictorias. Por un lado dicen que es un hombre cobarde, al que le resulta difícil tomar decisiones, sobre todo del calado de un ataque al archienemigo iraní. Pero por otro lado, dicen, hay un fuerte componente mesiánico en la obsesión de Bibi Netanyahu con la cuestión iraní. Para el primer ministro, la amenaza iraní no es algo nuevo ni mucho menos. El sentirse preso de “la amenaza existencial iraní” le persigue desde hace muchos años. Como me explicó hace poco el escritor israelí David Grossman, Netanyahu cree de verdad que Teherán planea un segundo Holocausto sobre el pueblo judío y que está a punto de conseguirlo. En este contexto, ¿Sería capaz un cobarde de apretar el botón?
Para ayudarle a tomar esta decisión histórica, Netanyahu cuenta con su fiel escudero, Ehud Barak, actual ministro de Defensa. Barak es tal vez el político más despreciado en Israel, lo que le obliga a aferrarse a su puesto con las manos y con los dientes. Si pasara por las urnas es muy poco probable que volviera a estar donde está. Por eso, explican los que conocen a la pareja; de atacar, hay que hacerlo antes de la próxima cita electoral en Israel; prevista para cualquier momento a partir de enero de 2013.
Las cavilaciones bélicas de Netanyahu y de Barak no cuentan ni mucho menos con el beneplácito de las autoridades militares y ni del espionaje israelí. Esto a Netanyahu parece importarle más bien poco. El pasado domingo, convocó a las principales cadenas de televisión y ante sus cámaras lanzó una advertencia para quien quisiera escucharla: aquí las decisiones las toma el primer ministro, es decir, él. Los militares pueden opinar, pero nada más. El botón lo aprieta él.
En ese árbol anda subido Netanyahu. Hay quien piensa que el problema es que ahora no sabe cómo bajarse. Hay otros que piensan lo contrario, que no tiene intención alguna de bajarse; que no tiene siquiera capacidad para darse cuenta de que las alturas pueden resultar peligrosas.